Blog de la asignatura Crítica Teatral 2

impartida por Juan Antonio Vizcaíno


miércoles, 1 de junio de 2011

La confianza y sus consecuencias


Biedermann y los incendiarios, de Max Frisch. Versión de Félix Estaire. Intérpretes: Elena Martín Corral, Jesús Gago, Juan Carlos Arráez, Ricardo Teva y Luis Sorolla. Dirección: Rodrigo Alonso. Madrid, Sala B de la RESAD, 30 de mayo de 2011.

Con la puesta en escena del texto del suizo Max Frisch, versionado por el también alumno de la RESAD Félix Estaire, concluyen las muestras de tercero de la especialidad de dirección de esta escuela. Frisch, arquitecto y escritor fallecido hace ahora 20 años, es uno de los autores más importantes en lengua alemana. En sus obras teatrales habla de la identidad, de la individualidad, del compromiso político o de la responsabilidad.
Biedermann y los incendiarios es una parábola en la que se nos cuenta cómo puede uno alimentar y dar cobijo a su propio enemigo hasta que este le destruya. Se estrenó en 1958, pocos años después del fin de la Segunda Guerra Mundial, y funcionó como una metáfora de la llegada al poder del nazismo. En esta obra la confianza y la desconfianza parece que van de la mano, pero finalmente gana la confianza, y como consecuencia, llega el desastre, al igual que llegó el nazismo fue alimentado y alentado por cientos de personas que confiaron en lo que oían y veían con una fe ciega.
 El hombre que da título a la obra, el burgués Biedermann, es un comerciantes de loción para el cabello, que vive con su esposa Babette, y con una criada. En las noticias no dejan de leerse los sucesos sobre un grupo de personas que se dedican a provocar incendios en las viviendas, introduciéndose en ellas y dejándolas convertidas en cenizas al día siguiente. Cuando un hombre llama a la puerta pidiendo cobijo, comienza la desconfianza de Babette y de la criada, y la duda y curiosidad de Biedermann. Al poco tiempo aparece el amigo de aquel hombre con unos bidones de gasolina. A partir de ahí los aparentemente cordiales y gentiles visitantes van a ir apropiándose de la casa, pero Biedermann decide no expulsarlos porque no puede asegurar que sean de verdad dos incendiarios; propone un encuentro con ellos, una cena, en la que se irán desvelando el resto de los misterios de los visitantes.
La puesta en escena se ha solucionado mostrando un suelo pintado de color claro sobre el que vemos una mesa con cuatro sillas y una gran butaca en primer término, y unos paneles que simulan la puerta de la calle y de las habitaciones al fondo. En una plataforma elevada, al fondo, se sitúa el ático donde se esconden los incendiarios. Si el decorado es sencillo, la multitud de elementos de atrezzo llega a saturar la vista del espectador, además de que no son esenciales para la trama, y terminan ensuciando el resultado. El público rodea el espacio escénico por dos flancos que forman un ángulo recto entre sí, y debido a la ausencia de bambalinas, puede observar los cambios de vestuario de los actores, y a estos esperando su turno para entrar en escena, lo cual, además de despistar, no tiene una justificación clara.
Los actores juegan muy bien su papel, destacando entre ellos la vis cómica de la hierática criada, que con la tranquilidad en sus respuestas y el contraste de su verdadera cara que aflora cuando no puede más y explota, consigue que el público ría sonoramente, y el trabajo de contención de Juan Carlos Arráez, que interpreta a un Biedermann si bien algo joven para el personaje, por cuestiones de producción (para una muestra de escuela de la que se hacen dos funciones es bastante tener a seis actores dispuestos y entregados, y claro, estos suelen ser los más jóvenes).
El hilarante tono de comedia que consigue Rodrigo Alonso, con pinceladas actorales más que con el ya comentado atrezzo, es a menudo roto con unas densas y redundantes escenas trágicas que ilustran los avatares de un antiguo empleado de Biedermann, del que se nos irá informando a lo largo de la obra. Es quizá el único punto discordante del montaje. Pero el resto entretiene y divierte, y así lo celebró el público durante la función y al final de la misma.
nico guau

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