Blog de la asignatura Crítica Teatral 2

impartida por Juan Antonio Vizcaíno


domingo, 29 de mayo de 2011

Ramón Pérez de Ayala.


Acercarnos a este crítico no es sólo un ejercicio de nostalgia, así como tampoco es un acto vacío o con poco sentido en los tiempos que corren. Es sorprendente darse cuenta de que muchas de las respuestas a las preguntas del presente, se encuentran en el pasado. En el ejercicio de la crítica teatral sucede esto.


Sus inicios.

Ramón Pérez de Ayala nació el 9 de Agosto de 1880, en Oviedo, y murió el cinco de Agosto de 1962 en Madrid.

Su madre murió cuando él era niño, y su infancia estuvo marcada por una sucesión de colegios, soledad y libros. Estudió Derecho en Oviedo, bajo la protección de Leopoldo Alas “Clarín”.


En su época universitaria llevaba melena, vestía con chalecos y tomaba cañas (o lo que fuera) con pensadores del Krausismo como Rafael Altamira o Posada. En su obra “Pilares” reflejó un rechazo al conservadurismo burgués de Oviedo.


Entró en contacto con modernistas madrileños como Valle-Inclán o Jacinto Benavente, y en 1903 funda con los Martínez Sierra la Revista del Modernismo.

A partir de 1904 empieza a colaborar con el ABC y con el Imparcial. Se marcha a Londres, huyendo del escándalo provocado por la publicación de su obra “Tinieblas en las cumbres” y se dedica a la corresponsalía periodística. En 1908 su padre se arruina y se suicida.


Compartió ideas radicales con Azorín, al que sirvió de negro literario, cuando esté cayó en una crisis depresiva. Esto podría verse como un enaltecimiento de la amistad, o como un aprovechamiento de circunstancias poco favorables. Como soy una idealista, me quedo con la primera opción.


Empieza su éxito.


En 1928 le nombran miembro de la Real Academia Española. Empezó una época fructífera y feliz que contrastaba con su infancia. En esta época firmó el manifiesto Al servicio de la República con José Ortega y Gasset y Gregorio Marañón. Tres triunfadores, teniendo en cuenta que hoy en día sus nombres designan calles.


El Gobierno de la República le nombró director del Museo del Prado, y en 1932 embajador en Londres. Con la Guerra Civil Española se exilió a Francia, para mudarse más tarde a Buenos Aires, donde fue nombrado Agregado Honorario de la Embajada Española, una suerte teniendo en cuenta lo bien que sienta el traje de Diplomático. Pese (o a causa) a la vida tan intensa que tuvo, se sumió en una grave depresión, cada vez más refugiado en sus libros y apartado de la escritura, decidió regresar a Madrid, donde estuvo publicando en el ABC hasta su muerte, en 1962, unos días antes de cumplir ochenta y dos años.


Otro hombre que demuestra, que la experiencia vital va íntimamente ligada a la producción literaria. En cuanto a su producción, cultivó todos los géneros, y destacó en todos ellos, menos en el teatro. Escribió una comedia, se publicó pero no llegó a estrenarse. Pese a no destacar como autor teatral, sí lo hace como teórico del teatro y como crítico.


Rechazo a la obra de Benavente.

Hay dos cosas claras en su carrera como crítico: Que rechaza la obra de Benavente, dice de él que el teatro no puede ser naturalista, hay que desterrar ese error. Lo que nos ayuda a entender la opinión que tenía de lo que era el teatro. Según su opinión, los únicos valores positivos de la literatura dramática del momento, era Benito Pérez Galdós, los Álvarez Quintero y Carlos Arniches.


Sin embargo, los juicios en contra de Benavente, no son personales, son discrepancias y visiones distintas sobre lo que el teatro debía ser. En una crítica sobre La Malquerida, expresa convenientemente esto último:

“La realidad artística es una realidad superior, imaginativa, de la cual participamos con las facultades más altas del espíritu, sin exigir el parangón con la realidad que haya podido servirle de modelo o de inspiración; antes al contrario, rehuimos ese parangón, que anularía la emoción estética y concluiría con la obra de arte, o la reduciría a u tedioso pasatiempo.”


Tenemos la obligación de preguntarnos si esto último es vigente hoy en día. En mi opinión lo es, y es que el debate sigue abierto: ¿El teatro debe representar la realidad tal cual, o debe jugar con las posibilidades que el mundo de la ficción nos ofrece para presentarle al público una realidad sublimada y cargada de significados? El hecho de que sea una pregunta con un amplio abanico de respuestas, desde hace años, posiblemente sea la certeza de que el debate seguirá abierto dentro de cien años, y de quinientos.


Pérez de Ayala y el teatro.

Como espectador privilegiado del teatro español de su tiempo, como teórico, y como poseedor de una opinión sobre la escritura dramática, estableció un tratado general sobre el arte escénico, donde no sólo teorizaba acerca de la esencia del teatro, si no que analizaba minuciosamente el estado de la escena española del momento.


El teatro era para Pérez de Ayala, una mezcla de responsabilidad de conciencia y arte dramático popular, y eso lo expresa en sus textos teóricos, en los que también encontramos sentencias irónicas que enriquecen el material: “A mí me sucede también que el teatro, en general, me aburre. Voy a un teatro, y se me figura que todo aquello carece, fundamentalmente, de seriedad.”


Sus críticas teatrales, esenciales si se quiere ejercer la práctica de la crítica con conocimiento de causa, se pueden encontrar en una recopilación titulada: “Las máscaras”, donde están recogidos también sus principales textos teóricos.


Merece la pena leer sus opiniones, y reflexionar de paso, sobre el teatro como arte que une ficción con responsabilidad social.


Aphrax K.


Crítica al teatro de Benavente.

"He analizado la dramática del señor Benavente, cuando era

inexcusable analizarla, con el mayor miramiento y la consideración

debida a la elevada jerarquía que ocupa y supremo renombre

de que goza.


La he analizado siempre por cotejo con lo

que yo aprecio como arquetipos puros de la dramática: el drama

de conciencia y el arte dramático popular.


Del cotejo deduzco

sinceramente que el concepto dramático del señor Benavente

es falso. Su dramática, en mi dictamen sincero aunque quizás

equivocado, no procede inmediatamente de la vida ni se enlaza

directamente con la vida; es intelectual, literaria, teatro de

teatro.


Pero en esta categoría de la dramática meramente literaib

ria, creo que el señor Benavente, por su talento, agudeza y cultura,

se halla a muchos codos de altitud sobre los autores congéneres

(por ejemplo, el señor Linares Rivas), y que sus obras no

admiten parangón con las demás de especie idéntica."


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