Blog de la asignatura Crítica Teatral 2

impartida por Juan Antonio Vizcaíno


miércoles, 25 de mayo de 2011

La batalla del hombre solo

Woyzeck, de G. Büchner. Dirección: Montse Ortiz; Dramaturgia: Rocio Bello; Escenografía: Natalia Alonso y Nuria Henríquez; Intérpretes: Olmo Hidalgo, Luna Paredes, Ramiro Melgar, Samuel Blanco, Boj Calvo y Mario Díez. Sala García Lorca. RESAD. Madrid. 20 y 23 de Mayo de 2011.

Quizá estar solo sea la peor enfermedad del hombre. La soledad como trampa, como castigo, como negación del ser colectivo.

En el montaje de Woyzeck de la directora Monste Ortiz, alumna de 3º de Dirección en RESAD, es precisamente esa idea de soledad la que prima por encima de todo. La soledad y la destrucción del hombre por parte del otro, del ser humano convertido en bestia, preocupado tan sólo por sus propios intereses.

La dramaturgia de la obra, que corre a cargo de Rocio Bello, alumna de tercero de dicha especialidad, se centra en pasajes de la obra que nos muestran a un Woyzeck útil sólo como experimento, como rata de laboratorio, un ser atormentado al que le es negado incluso lo único que cree tener en la vida, el amor de Marie. Un ser con el cuerpo doblado, con el alma rota, pero que aún así se niega a ver lo peor de los otros, todos esos que lo utilizan. Woyzeck se pasea, o mejor dicho, corre de manera grotesca por el escenario, atento a los deseos de los demás. Pero en absoluta soledad. La belleza de las palabras del texto se entrecruza de tal modo con la crueldad de las mismas que es imposible resistirse al dolor de este hombre que cada vez es menos hombre. Que se transforma ante los ojos del espectador es una sombra de lo que fue, consumido por una dieta basada en guisantes ordenada por un doctor sin escrúpulos, por los celos, por las voces de su cabeza. Consumido, en fin, por esa soledad que le atenaza su cada vez más mísera existencia. Tanto es así, que el amor se transforma en sangre entre sus manos, en la sangre de Marie, esa que tampoco supo darle lo que necesitaba y cambió sus caricias por las de otro más fuerte, más alto, más rico, más hombre. Y Woyzeck pierde la batalla y es condenado al infierno, al que, como dice la autora, también se va con zapatos. Como esos que tantas veces tuvo que limpiar.

Montse Ortiz aborda el montaje del texto de manera sencilla, sin artificios. Sobre la escena, los actores se mueven de manera precisa, mimando todos los objetos, algo que es un gran acierto, si bien en algunos momentos se echa en falta algo más de precisión. La ausencia total de elementos favorece que, en algunos momentos, los actores parezcan interpretar una danza tenue, sencilla y acompasada, que ayuda al conjunto de la obra. Como esa Marie acunando a un bebé que tampoco está en escena o a un Woyzeck meciendo una cuna ausente.

La escenografía se reduce a una luna hecha con latas de conservas, treinta y seis cuchillos colgados amenazando con caer al vacío y una plataforma que nos transporta al río. Pocos y sencillos elementos que, sin embargo, ofrecen desde el primer momento una idea de tragedia por venir, una sensación de sangre y muerte anunciadas. La iluminación juega a favor de todos los elementos, incluidos los actores, y ayuda a crear los diferentes espacios de manera limpia y clara. Espectacular el reflejo de la luz en esa luna metálica y en el filo de los cuchillos, sobre todo cuando el rojo inunda la escena.

En cuanto a los actores, es preciso resaltar la actuación de Olmo Hidalgo en el papel de Woyzeck, que aborda sin artificios, sin regodearse en el tópico, y haciendo que, a medida que avanza la obra, el espectador se sienta cada vez más dolorosamente identificado con el sufrimiento de ese hombre en destrucción, con el crecimiento de su locura, con la debacle de su ser interior.

En definitiva, un sencillo pero efectivo montaje en el que nada sobra y nada falta, que transporta al espectador al interior de la obra, y que deja en su paladar el gusto de un trabajo concienzudo y bien llevado a cabo. El gusto de un trabajo bien hecho. Porque, a veces, el hombre no pierde batallas si sabe rodearse de otros como él.

Müll Dávila

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