OLEANNA de David Mamet. Versión: Juan V. Martínez Luciano. Reparto: José Coronado e Irene Escolar. Escenografía: Miguel Ángel Coso y Juan Sanz. Iluminación: Mario Gas y Paco Ariza. Dirección: Manuel de Benito. Sala pequeña del Teatro Español. Del 28 de abril al 12 de junio.
Vivimos tiempos de corrección política, no cabe duda. En los tiempos que corren, el progre y buenrrollista profesor Keating habría sido despedido en menos tiempo del que tarda en decirse ¡Oh, Capitán, mi Capitán! Y el profesor Higgins habría pasado sus años de vejez en la cárcel acusado de malos tratos por la joven florista Doolitle.
Algo parecido nos cuenta Mamet en Oleanna, una perversión de las viejas historias de profesor.alumno: A través de tres actos perfectamente simétricos nos narra cómo varían las relaciones de poder entre un profesor progresista y una de sus alumnas, de carácter más bien cuadriculado. Una lucha dialéctica que tiene como arma más poderosa lo políticamente correcto.
Mamet es uno de los más importantes dramaturgos de la década de los ochenta. Con obras tan importantes como American Buffalo, Glengarry Glenn Ross, o el guión de Los Intocables de Elliot Ness, Oleanna representa el canto del cisne de este autor. Escrita en 1992, Mamet ha sido incapaz de producir desde entonces una obra que esté a la altura. Pero es difícil, ya que nos encontramos ante un texto potente, endiabladamente inteligente, y con una estructura a prueba de bomba.
Una obra así es difícil que no funcione en escena. Y este montaje que nos presenta el Teatro español con la dirección de Manuel de Benito, funciona, y lo hace a pesar de los numerosos fallos de dirección que hacen que la obra pierda en riqueza.
En primer lugar la elección del protagonista. Nadie duda a estas alturas que Coronado es un estupendo y carismático actor. Y es por su carisma que no resulta una elección idónea, pues se gana la simpatía del público desde el principio de la obra, aplanando así un personaje lleno de aristas.
Mamet se caracteriza por unos diálogos entrecortados, que generan un ritmo, una partitura. Nunca ha pretendido ser naturalista, opción que se ha tomado en este montaje, perdiendo el texto toda la musicalidad propia del autor.
La puesta en escena se resuelve con un escenario central que presenta el despacho del profesor y público en dos de los lados. Quizá es la mejor elección de espacio para una sala como ésta, pero a este crítico le resultó francamente molesto pasar más de media obra observando la espalda de Coronado (con los problemas acústicos que ello conlleva) Quizá se debería dar a la entrada la oportunidad al público de elegir que parte de la anatomía del actor prefiere presenciar durante más tiempo. “¿Muslo o pechuga?” podrían preguntar los acomodadores a la hora de situarnos en nuestras butacas. Sobra comentar el recurso de la ventana que nos muestra un cielo que se va volviendo de tormenta a medida que crecen los problemas del profesor. De tan obvio, puede resultar irritante.
Y finalmente, el final. De sus representaciones en los escenarios de Broadway se recuerda que con la llegada del climax, el público, según su ideología, o aplaudía rabiosamente o abucheaba sonoramente. Esto no ocurre en este montaje, cuyo final no ha sido lo suficientemente construído. No se consigue una atmósfera lo suficientemente densa y atosigante, de modo que el final no es más que una conclusión, de ningún modo una liberación.
En definitiva, un montaje demasiado políticamente correcto, para una obra políticamente incorrecta.
Marisa Plasencia.
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