Blog de la asignatura Crítica Teatral 2

impartida por Juan Antonio Vizcaíno


martes, 14 de junio de 2011

Y al principio fue el verbo

Kaspar, de Peter Handke. Director: Roberto Ciulli; Dramaturgia: Helmut Schäfer; Reparto: María Neumann, Simone Thorna, Petra von der Beek, Rosmarie Brücher… entre otros. Theatre an der Ruhr. Teatro de la Abadía del 1 al 4 de junio.

El mundo se creó con la palabra como única herramienta. Se cuenta que el viejo chamán crea el mundo cada mañana nombrando los elementos que lo componen: cielo, tierra, nubes… La compañía de teatro alemana Theatre an der Ruhr nos trae una historia que nos habla de la importancia de la palabra… a través de las imágenes.

El espectáculo se basa en la historia real de Kaspar Hauser, un niño salvaje que fue encontrado en Colonia a principios del siglo XIX. Pero esto es tan sólo una excusa para hablar del significado del lenguaje en la sociedad actual, y del deterioro que sufre.

El italiano Roberto Ciulli, fundador de Theatre an der Ruhr es uno de los directores escénicos menos convencionales de la escena internacional. Nos propone en este Kaspar una puesta en escena fascinante y sorprendente.

El espectáculo está dividido en dos partes bien diferenciadas. En la primera se nos cuentan los esfuerzos de Kaspar por aprehender el nuevo mundo al que ha sido llevado. La única forma de comprenderlo, de asimilarlo, de formar parte de él, es a través de la palabra. Pero pronto ha de descubrir las trampas del lenguaje. Los circunloquios, los dobles sentidos, las palabras vacías que han perdido su significado. Se trata de una puesta en escena sobria, exquisita. Los movimientos están perfectamente coreografiados, dando la sensación de baile.

La segunda parte nos muestra un espectáculo prácticamente mudo. Nos muestra la posible evolución de esta sociedad que ha pervertido de tal forma la lengua que ha llegado a perderla, llegando a caer en la desesperación y la barbarie. La estética es totalmente distinta a la parte anterior. Este crítico la definiría como una mezcla entre La clase muerta de Tadeusz Kantor y una película de Tim Burton. El espectáculo es a ratos brutal, lleno de imágenes poderosas, apocalípticas, y consigue que el público, alucinado, no aparte la vista de lo que ocurre en escena.

Al principio fue el verbo. Y el final será la ausencia del mismo, parecen decirnos. Confiemos en que el chamán siga nombrando/creando el mundo durante muchos miles de años. Cielo, tierra, nubes… y sobre todo, buen teatro como este.

Tragedia Express

Rey Lear, de William Shakespeare. Compañía Kaputt, Dirección: Ana Contreras; Versión: Marc Gutiérrez Rubio y Marcos García Barrero. Reparto: Diego Santos Simona Ferrar, Huichi Chiu, Marina Bruno, Andrés Bernal, Marcos García Barrero, Clemente García, André Börner y Andrej Yaroshenko. Centro Cultural Moncloa. Del 6 al 12 de Junio.
Llevar a escena a Shakespeare es un proyecto titánico más propio de centro dramático nacional que de una pequeña compañía como Kaputt. Al menos llevarla a escena tal y como fue escrita hace cuatrocientos años. El dramatis del Rey Lear se compone de una veintena de personajes (sin contar criados, caballeros, etc), hay gran variedad de escenarios, tormentas, guerras, combates… Lo más lógico es realizar una adaptación dramatúrgica para contar lo mismo con menos medios. LePage por ejemplo, realizó en su montaje Elsinore una adaptación de Hamlet para un solo actor (aunque había decenas de técnicos tras el escenario)
Hay una propuesta dramatúrgica detrás de este Rey Lear, pero es a todas luces insuficiente. Se han eliminado personajes, tramas y se ha mutilado la florida prosa del bardo inglés, dejando un texto que por momentos es de lo más ramplón. (Quizá es de agradecer, pues los soliloquios que han quedado están dichos por los actores sin apenas convicción, resultando las más de las veces algo tediosos)
Se ha conseguido reducir a hora y media esta tragedia que nos cuenta el descenso a los infiernos de Lear, rey repudiado por sus hijas tras cederles su reino.
Pese a todo, a esta versión aún le sobran personajes que no aportan nada a la trama, obligando a los actores, que doblan papeles, a, en algunas ocasiones hacer rápidos y absurdos cambios de vestuario como si fueran el mítico Fregoli . También sobran escenas, que no aportan nada y no hacen más que deslucir más aún el conjunto, y no consigue resolver las partes más complicadas de llevar a un escenario como es el del Centro Cultural de Moncloa, (los distintos escenarios, apuñalamientos, crímenes, peleas con espada no terminan de funcionar en este montaje.
Estamos de acuerdo que el de este centro es un escenario difícil. Es pequeño y no se pueden conseguir los efectos deseados. Pero debemos intentar ir a favor de nuestros medios materiales, nunca en contra.
Todo es confuso y apresurado. No se da tiempo a que las escenas o los actores evolucionen convenientemente. Todo parece descuidado y da la impresión de cajón de sastre: la obra comienza con una fiesta, por lo que las paredes están decoradas con brillantes tiras de papel. Pero según evoluciona la obra, los escenarios cambian, aunque las lustrosas tiras permanecen distrayendo la atención del público (sobre todo cuando se enganchan a los actores) Quizá un escenario completamente neutro hubiera ayudado más. Tampoco entendemos el uso de música medieval cuando parece que la acción se sitúa en un contexto contemporáneo.
En definitiva, la compañía Kaput no ha medido sus fuerzas, dando como resultado un espectáculo irregular.

lunes, 13 de junio de 2011

ENRIQUE DE MESA. EL POETA DE LA AÑORANZA

Era un poeta que viajaba hacia otra época, escapando de un tiempo que le resultaba ajeno. Su poesía era un regreso a Castilla y al color de sus campos. Él, un hombre exiliado al pasado, y por ello olvidado en su presente.


Un poeta difícil de catalogar

Enrique de Mesa Rosales, poeta y crítico teatral español perteneciente a la Generación del 98, nació en Madrid el 9 de abril de 1878 y, salvo una corta estancia obligada en Soria, durante la dictadura de Miguel Primo de Rivera, allí vivió hasta su muerte en 1929. En la capital de España se licenció en leyes, pero no ejerció y durante un periodo trabajó como oficial de instrucción pública. En 1903 ganó un premio literario ofrecido por el periódico El Liberal de Madrid y desde entonces se dedicó a las letras. Su producción literaria más temprana aparece en 1905, El retrato de Don Quijote, ensayo de crítica teatral, actividad a la que dedicó su última época.

Se dedicó igualmente a estudios de investigación histórico-poética, en un amplio y documentado ensayo sobre la poesía y los poetas en la corte de don Juan II. Como poeta se estrenó en 1906 con su poema Tierra y alma, una serie corta de impresiones de la sierra del Guadarrama. En 1911 publica el Cancionero castellano. En 1916 logró el Premio Fastenrath, de la Academia Española con El silencio de la Cartuja, fruto de sus retiros esporádicos en la celda del archivero de la excartuja de El Paular. El silencio de la Cartuja es un verdadero dechado de pureza estilística, en el que el valle, los diálogos serranos y las meditaciones del claustro forman una antología personal. Su poesía es sencilla, clara y pura. Permanece enraizada en la sierra de Guadarrama, con sus puertos, aldehuelas y pueblecitos serranos. Como escritor Enrique de Mesa era “el poeta de la Sierra”. A partir de ese mismo año, en 1916, se dedicó a la divulgación literaria, dando conferencias desde la cátedra del Ateneo de Madrid.

Su último libro poético: La posada y el camino, apareció en los primeros meses de 1929, poco antes de su prematura muerte y con él alcanza su plena madurez poética. Federico de Onís lo clasifica entre los noventayochistas por su visión de Castilla y por algunas coincidencias formales con Antonio Machado y Miguel de Unamuno, pero algún crítico prefiere considerarlo dentro del Modernismo o más bien del Postmodernismo, movimientos a los que responden sus obras en prosa Flor pagana y Tragicomedia. Otros críticos opinan que vuelve a la tradición clásica, o dicho de otra manera, es un poeta antimodernista. Aunque en lo que coincide la mayoría es al considerarle como un poeta de de gusto tradicional, influido por los Cancioneros populares. Sin embargo, en la poesía del autor hay contenidos sociales cercanos al Socialismo. Formó parte de la Liga de Educación Política auspiciada por José Ortega y Gasset. Tradujo también algunas obras del francés, como el Viaje por España del escritor parnasiano Théophile Gautier, y del inglés, como Cosas de España, del hispanista Richard Ford.


Viajando al pasado

El tema sobre el que trata su poesía es principalmente Castilla, la cual era “su patria chica”. Acerca de su estilo, adquiere un sentido particular, contribuyendo a su inclusión en la generación del 98, su descripción de Castilla, así como los detalles que escoge y las sensaciones de dolor, pero también de descanso y serenidad, que el paisaje despierta en él. El poeta describe las llanuras sin confines, calcinadas por un sol implacable, tierras áridas, sin árboles que den una sombra al caminante; tierra de campesinos sin alegría, agobiados y embrutecidos por la fatiga. La visión personal de la historia y de la vida de España, se interpone entre el ojo y la superficie del paisaje.
El dolor también se refleja en la visión de las condiciones actuales de la patria y el deseo de resurgimiento de otros tiempos, de la añoranza de la gloria antigua, la del pueblo español de antaño, valiente y fuerte. Al referirse a su tiempo describe una amarga descripción de la decadencia actual, en el sentido económico y político, pero también de decadencia espiritual. En sus poemas, siempre al lado de la nostalgia por la gloria antigua, destaca un matiz social, y hasta a veces socialista. Sin embargo este matiz ideológico resulta más entusiasta que eficaz y no tiene el aspecto internacionalista típico del socialismo europeo de medio, sino que al contrario, tiene sus raíces en la historia de España y en la Edad Media, en la que pueblo y nobles peleaban juntos, guiados por el mismo ideal; en el movimiento de los Comuneros, los que en época del más rígido absolutismo monárquico, supieron luchar por los derechos del pueblo.

Vivió de modo esporádico en la ex Cartuja de El Paular, en la celda del archivero de la misma Cartuja. Don Ramón Pérez de Ayala consideraba a Mesa como uno de nuestros poetas de verdad: “sincero en el fondo y acabado en la forma”. Mesa entronca con los versificadores castellanos de los siglos XVI y XVII, que en la contemplación de la naturaleza y en el costumbrismo encontraron los motivos de su inspiración. En su obra se encuentran muchos ecos de don Iñigo López de Mendoza, marqués de Santillana, de Juan Ruiz y de la lírica cancioneril del Prerrenacimiento, de la que fue un devoto lector, llegando a escribir un erudito ensayo sobre la poesía y los poetas en la corte de Juan II. La añoranza por otros tiempos también queda plasmada en su estudio sobre la figura de Don Quijote, que adquiere un valor simbólico. A través de este símbolo el poeta expresa su melancólica resignación ante la mediocridad en la que se encuentra el presente de España.


Su labor como crítico teatral

Como crítico teatral señaló el nuevo brío que trajeron a la escena los hermanos Serafín y Joaquín Álvarez Quintero en muchas de las críticas que escribió sobre ellos, pero denunció también sus no pocos excesos. Respecto al teatro de Manuel Linares Rivas, denunció que sus obras despertaban más interés por los temas que trataba que por sus virtudes dramáticas, refiriéndose a alguna de éstas como pieza "sin pasión ni inteligencia". También atacó la costumbre habitual entre los dramaturgos de su época de "fusilar" obras extranjeras sin la menor vergüenza haciéndolas pasar por originales.

Juan de Olmedilla aludía a Enrique de Mesa por su Ácido rigorismo. Carlos Arniches al contrario, pensaba que estaba equivocado al hacer un análisis de la obra dramática, pues pedía pureza artística sin tener en cuenta las condiciones impuras del teatro, olvidándose por lo tanto, del concepto del teatro como espectáculo. También la realidad económica del teatro en España no podía separarse de ser un negocio ya que era un despropósito el hecho de pedir que el empresario se arruine en aras de la pureza artística. La crítica de la época en la modernización del discurso escénico tuvo una especial relevancia y se escribieron reseñas que destacaban las innovaciones escenográficas, características en las que la crítica de Enrique de Mesa quedaba al margen. De Mesa Colaboró con Alejandro Miquis en el malogrado proyecto del Teatro del Arte (1908-1911), luego continuado con mayor éxito por Gregorio Martínez Sierra. En el libro Apostillas a la escena (1929) publicó sus críticas teatrales, de las cuales muchas fueron escritas para el diario El Imparcial, en el que ejerció como crítico durante varios años.

Chirigota esperpéntica

Nadie lo quiere creer. Autor: Eusebio Calonge. Dirección: Paco de La Zaranda. Intérpretes: Gaspar Campuzano; Francisco Sánchez; Enrique Bustos. Teatro Español Del 9 al 26 de junio.

Siento comenzar esta crítica con una mala noticia, pero, créanlo o no, nuestro destino ineludible es morirnos. No hagan drama de ello, tampoco tiene mucho sentido. Mejor tomárselo a broma, como hace la compañía La Zaranda en este espectáculo.

La Zaranda es una compañía de teatro andaluza que nació hace ya más de treinta años. Su peculiar lenguaje escénico les ha llevado a ser conocidos internacionalmente, así como merecedores del premio Nacional del teatro el pasado 2010.

Eusebio Calonge, habitual dramaturgo de la compañía nos presenta un sainete espectral alrededor de tres personajes y su convivencia: una anciana de rancio abolengo, que en otros tiempos fue adinerada y que está a las puertas de la muerte, y su criada y su sobrino, que tan sólo buscan heredar.

A partir de esta sencilla trama las situaciones cómicas se suceden a ritmo de pasodoble. El sentido del humor de esta compañía está cercano a la chirigota: un humor localista, muy andaluz, con gusto por el retruécano y la cuchufleta, y con personajes femeninos encarnados por hombres. Pero llevado al plano teatral, el resultado está lejos de ser carnavalesco.

En primer lugar por la cuidada estética. La vejez es marrón. Los tonos ocres inundan la escena indicándonos que los protagonistas viven en un perpetuo otoño. Incluso las caras de los personajes son macilentas. Todo en la escena está viejo y descuidado. Se crea una atmósfera enfermiza y malsana y una sensación de final, de tiempo detenido. No puede seguir pasando más tiempo por esos objetos o esos personajes, pues el paso siguiente sería que se desmenuzaran, que se convirtieran en polvo.

Los personajes, al final de sus vidas no son más que sombras de lo que fueron. Espectros, muertos vivientes que continúan existiendo por pura inercia. Esta inercia se representa en escena por el movimiento continuo de los personajes. Las más de las veces, modificando la escenografía. Compuesta por tres sillas, tres ventiladores, un reloj de pared y algunas sábanas, se le saca todo el partido posible y más. Con estos elementos se recrea desde un balcón hasta una habitación de hospital.

El detenerse significa la muerte, parecen decirnos. Los personajes, llenos de tics, y no pueden parar de andar de un lado para otro de la escena, ni de realizar acciones mecánicas, que de tantas veces repetidas han perdido su sentido. Como tampoco tiene sentido ya su existencia.

Añádasele a todo esto tres actores en estado de gracia que interpretan unos personajes estereotipados, perfectamente reconocibles y llevados al límite. Todo esto tiene como resultado un divertido y absurdo esperpento.

Como divertida, absurda y esperpéntica puede ser la vida.


Marisa Plasencia

De repente el último verano.

Si me pongo a pensar, me vienen a la fácilmente a la memoria media docena de títulos que tienen como protagonista un verano o que ocurren a lo largo de uno. Desde “La Muerte en Venecia” de Thomas Mann a la obra de Williams que aparece en el título, sin olvidar las comedias en las que a un grupo de adolescentes les cambian las vidas en una temporada estival. A nadie se le escapa la metáfora de vida que encierra, ese viaje, esa historia con principio, medio y, sobre todo, fin que esconde todo verano.

Nuevas vidas se viven cada verano. Vidas dentro de las vidas. Microcosmos del macrocosmos que son nuestras existencias. Dice mucho de uno lo que hace en verano. Están aquellos que planifican hasta el último día, hasta la última hora de sus vacaciones. Los que siguen trabajando. Los que, año tras año, lo pasan en el mismo pueblo. Los que se dejan llevar y lo aprovechan al máximo. Y luego estamos la mayoría. Los que cada año nos enfrentamos a ese lienzo en blanco que es el verano con un millón de ilusionantes proyectos. Ante nosotros tres largos meses, un tiempo que en junio nos parece infinito. Pero siempre llega un día en que barruntamos la llegada del otoño y vemos con desesperación que apenas hemos pintado una pequeña esquina del cuadro planeado, que todo el tiempo se nos ha ido en ponernos trabas y excusas. Y lloramos y pataleamos ante la llegada de septiembre por la oportunidad perdida. Y pensamos: quizá el próximo verano, tal vez en la siguiente vida.


Marisa Plasencia.

UN GOLPE DIRECTO A LA CONCIENCIA

Grietas

Autora: Angie Martín; Dirección: Diego Domínguez; Escenografía: Nuria Enríquez; Vestuario: Gala Domínguez e Irene Serrano; Iluminación: Miguel Ángel Ruz; Reparto: Cristina González, Angie Martín; Irene Montes; Irene Serrano.

“¡El horror! ¡El horror!” eran las últimas y enigmáticas palabras que pronunciaba Kurtz, rodeado de las hermosas selvas africanas, en la novela de Conrad El corazón de las tinieblas. Con ellas no se refería a ningún peligro concreto, sino a todo lo abominable, lo incomprensible, todo lo oscuro que habita en el alma humana.

Grietas nos muestra una realidad que no por lejana nos es desconocida. Grietas se asoma al interior de uno de esos agujeros que se abren en las tierras de Ciudad Juárez, brechas por las que se cuelan y desaparecen cientos de mujeres cada año. Grietas ilumina una de esas oscuras rendijas, haciendo que nos enfrentemos cara a cara con ese horror al que se refería Conrad. La violencia descarnada que sufren mostrada en algunos momentos de forma cercana al snuff, nos golpea constantemente a lo largo de la obra. Un horror al que ni siquiera podemos ponerle rostro.

No se nos propone un texto dramático al uso. Poca acción existe en el tema de la víctima indefensa que se repite a lo largo de la obra. Pero en ningún momento resulta un espectáculo monótono. Como la jungla de Conrad, el contexto es bello. La poesía de la joven dramaturga Ángeles Martín, un estupendo elenco de actrices y el director Diego Domínguez, que pone al servicio de la obra toda su pirotecnia audiovisual, consiguen algunos momentos de una hermosura sobrecogedora, haciendo que nos preguntemos ¿cómo pueden cohabitar esos dos mundos? ¿Cómo el ser humano puede ser capaz de albergar tanto horror y tanta belleza?

En definitiva, una obra denuncia cuyo mensaje nos llega como un golpe certero, directo a la boca del estómago.


Marisa Plasencia

Necrológica Eva Harrington


(5 de Octubre de 2180)

Eva Harrington nació avanzados los años 40. Nunca desveló su verdadera edad y sabiendo que seguramente hubiera mentido, a nadie se le ocurrió preguntársela. Nació de la cabeza de la escritora Mary Orr. Teniendo en cuenta los rasgos de carácter que poseía Mrs Harringnton, ambiciosa, implacable, obsesiva y depredadora, se tiende a pensar que fue fruto de una mala experiencia de su progenitora, pero lo cierto es que como bien reconoce su artífice: “Todos llevamos a una Eva dentro”.

Todo hacía pensar que la Señorita Harrington sería eterna, pero lo cierto es que en nuestra recién estrenada verdadera democracia, los trepas son tan anacrónicos como la doble vainica en faldas y vestidos.

Ante la perspectiva de no poder afilarse los colmillos, buscar un buen cuello dónde imprimirlos, y competir, competir, competir, la Señorita Eva se fue marchitando. “Somos todos tan educados” le confesó días antes de morir a un viejo enemigo.

En sus últimos días se la vio frecuentando salas de teatro y viendo una y otra vez las mismas obras. El final de su vida coincidía con aquellos años dorados en los que Eva merodeaba actrices cuarentonas en sus últimos momentos artísticos. Contaba con apenas veinte años y era puro talento.

Una verdadera trepa ha de estar respaldada por grandes dosis de talento, sino su técnica no sirve de nada, contaba en su último libro: “Sube”. El que daba consejos de belleza y maneras a aspirantes, con secciones deliciosas: Luce siempre sonriente, Veinte pasos para estar más perfecta, Como ser su amiga. La cifra de ventas viene a confirmar que todos llevamos una Eva dentro.

¿Cómo será el mundo ahora que no se necesitan uñas? ¿Necesitaremos las manos?

Un mundo con moral es un mundo mejor, pero también mucho más aburrido.

Te echaremos de menos Eva Harrigton.

Ana María García.

El papelito

Me encontraba yo en esa frágil frontera en la que estás vivo o estás muerto, burocráticamente hablando. Y no diré el trámite. Para que no se me tenga de este o de aquel lado. Lo que me separaba de ese otro mundo en el que se vive tranquilo o en el que al menos eres alguien, consistía en, como se podrá adivinar, un papelito. Menos de dos miligramos y con vocación de convertirse en cualquier cosa: envoltorio de bocadillo, servilleta improvisada, pajarita de papel.

- Necesita usted un papelito como éste. Tiene usted tres días a partir de ya. dijo el hombre sin piernas.

- Pues deme ése. dije yo

- Siguiente. Dijo él.

Me volví sobre mis talones y todas aquellas ventanillas me parecieron casilleros de juego de mesa, todos esos hombres como dibujados con mal pulso y aquella gente. Qué decir de aquella gente. Entonces sonó dentro de mí una vieja música de concurso de televisión. Hay melodías que te acompañan toda la vida. Qué sería la vida sin los trámites.

Me dirigí rauda y veloz, con una extraña alegría, al otro lado de la ciudad. A unas dependencias lúgubres, color blanco neón. Paraíso de los formularios. Esas ventanillas estaban habitadas por bocas, que se fruncían en una especie de mueca.

- Ese papel no lo tenemos aquí. Lo tienen en las dependencias del otro lado.

- De ahí vengo.

- Dice que de ahí viene.

Y todas las bocas rieron por la ocurrencia.

Yo comencé a sentir un riachuelo de sangre al principio, recorriendo mis pantorrillas, para terminar convirtiéndose en un torrente de sangre subiéndose a mi cabeza. Abrí mi boca para que toda esa ira saliera de mi garganta y cual fue mi sorpresa, cuando descubrí que no podía emitir sonido alguno. Las bocas decían siguiente una y otra vez. Siguiente, siguiente, siguiente.

Entonces me acordé de pronto que tenía que ir a trabajar. ¿Cuánto tiempo había pasado? Busqué un reloj por toda la dependencia y encontré uno triangular ocupando una esquina y derritiéndose lentamente.

Un momento. Los relojes no se derriten. Las bocas no existen sin sus caras.

- Oiga, despierte. Es su turno. Oiga le toca.

- No se rían.

- Nadie se ríe. Es su turno. Se ha quedado usted dormido.

Es lo mejor que puede hacer uno en una cola larguísima. Inclinarse un poquito y dormir. El único riesgo son las pesadillas. Me acerco rápidamente a la ventanilla. Le doy los impresos cumplimentados. Me dice:

- Necesita usted un papelito como este, cuenta con tres días a partir de ya.

Ana María García.

EDUARDO HARO TECGLEN


Testigo de la izquierda

Hay escritores que cuando se mueren, se llevan consigo un trozo de pasado en el bolsillo interior de la chaqueta. Y aun cuando sus lectores nunca hayan tenido el placer de tomarse un cortado con ellos, o conocer sus más íntimas manías (ni falta que hace), sienten el dolor del hueco de su columna vacía cada lunes en los periódicos.

Eduardo Haro Tecglen se hizo imprescindible para muchísimos lectores, en calidad de testigo privilegiado de esa primavera de colores brillantes, que fue la Segunda República Española. Desde sus columnas y ensayos se encargó de constatar que no había sido un sueño, que aquello ocurrió de verdad. Y llevó a cabo esta tarea todos los días porque ni un solo día dejó de escribir, de decir lo que pensaba, de denunciar la injusticia, según palabras de Concha Barral, su esposa, desde su página personal.

Niño entre bambalinas

La labor de cronista, como su amor al teatro, le venía de casta. Su padre Eduardo Haro Delage fue periodista y comediógrafo. El niño Haro creció entre prestigiosos intelectuales de la época como Eduardo y Ángel Guzmán, reporteros de La tierra y ABC respectivamente, y dramaturgos como Lauro Olmo, célebre autor de La camisa, retrato social de la España de posguerra, o Antonio Montoro, o Pepe Ojeda. Todos ellos retratados en la colección de ensayos El niño republicano que cumplen la función para su autor de unas memorias un poco a la remanguillé. Como bien podrían haber dicho los habitantes de ese Madrid afrancesado heredero de una tardía ilustración.

Haró Tecglen amaba el teatro, él dijo que siempre le fascinó aunque nunca tuviera vocación de escribirlo y que si bien el culpable de esta pasión era sin duda su padre también le debía mucho a Celia Gamez.

Las razones del éxito de Celia Gámez no son fáciles de comprender a quienes no la vieron, puesto que no era una belleza arrebatadora, no tenía una gran voz, ni siquiera era una bailarina consumada; no obstante su personalidad llenaba la escena, tenía evidente magnetismo y sabía organizar a su alrededor espléndidos espectáculos a medio camino entre la revista y la opereta, de los que salieron muchísimas melodías populares y en los que dieron sus primeros pasos muchos artistas como Concha Velasco, Lina Morgan y Esperanza Roy. Durante bastantes años elevó considerablemente el tono generalmente bajo de las populares revistas. Una de las necrológicas más bellas que escribió Eduardo fue a esta tanguista, cupletista y bailarina de chotis, leyenda viva de la España republicana. Aparte de esta pasión más o menos confesable no fue muy amante del género chico. La zarzuela, por ejemplo, nunca le gustó, dijo de ella que los libretos eran miméticos unos de otros, y todos de los clásicos. La música chabacana. Los actores que cantaban no sabían bailar y continuaban con la voz impostada diciendo sus papeles tontos. Los decorados tenían dobleces de tanto viajar.

El crítico

Ejerció la crítica teatral desde 1977 en Hoja de los lunes y desde 1978 en el País. Su doble naturaleza de literato y de cronista le hacía enfocar la tarea de la crítica teatral desde la escritura y desde el retrato social del público asistente a la obra en cuestión. Es bella la apertura de esta crítica de una reposición de una obra de Benavente, seguramente no del todo Santo de su devoción:

Desde el fondo del patio de butacas se ve un mar de cabezas grises, blancas, con reflejos azulados. Abrigos de pieles, bastones, algunas toses profundas y a veces un poco dramáticas: la burguesía ha vuelto al teatro. Van Español, otra vez, a ver a Benavente. Otra vez.

Es un regreso al orden. La burguesía había sido dispersada, expulsada, durante muchos años. El teatro fue suyo, lo construyeron ellos, lo hicieron a su imagen y semejanza en su lenta labor de poder. Por dentro y por fuera: elevaron a sus autores, crearon la adoración por las primeras actrices --las grandes damas--, por los primeros actores: los monstruos sagrados. Construyeron sus salas con dorados y terciopelos --como sus salones--, y arañas colgadas brillantes, irisadas.

El poeta

Haro era dueño de una prosa elegante e intensa, y como todos los grandes escritores no poseía ese ridículo pudor por mostrarse sensible. Algunas metáforas suyas martillean la cabeza de los que tienen la suerte de leerle.

Seguramente la intensidad de su estilo sea reflejo de los trágicos sucesos con los que le obsequió la vida. Haro Tecglen perdió a un hijo en los ochenta. Este suceso lo expurga en varios de sus escritos puesto que la línea entre su vida y su obra era delgada. Quizás el escrúpulo y el rigor de relojero con las que según su mujer Concha Barral, componía sus artículos, le salvaron de una tristeza inevitable o quién sabe si esa tristeza dio el aroma preciso a sus escritos.

Su parte de activista político de izquierdas la ejerció desde las revistas, fundadas por él en su mayoría, El Triunfo, que fue cerrada poco después por su evidente tendencia antifranquista, en la que también era redactor un joven Vazquez Montalbán, Jose Monleón y Fernando Savater.

La calle de la memoria

En los días que sucedieron a la muerte de Haro, se mantuvo un debate absurdo y un tanto irrisorio por parte de algunos portavoces de los partidos políticos. EL tema central giraba entorno si Eduardo Haro Tecglen merecía tener una calle o no. Este suceso hubiera sido tratado por él desde una columna con el tono irónico que le caracterizaba. Él que tanto recorrió y escribió las calles de Chamberí, la glorieta de Quevedo, la Calle Eloy Gonzalo, seguramente hubiera pensado que ninguna posesión colma más que las que atesora la retina y la memoria.

Durante los últimos años escribió la columna visto/oído para el diario El País y un blog, y además mantenía la sección diaria barra libre en el programa La Ventana de la Cadena SER. El 17 de octubre de 2005 sufrió un paro cardiaco mientras comía en un restaurante, por lo que fue trasladado a un hospital, donde falleció de madrugada.
Leer Haro Tecglen es leer sobre el Madrid de la Guerra Civil, es asomarse a un balcón de tiempo, en el que se forja nuestro presente y nuestro pasado. Un balcón al que aún no queremos asomarnos.

Ana María García.

Hiperrealidad


Todos los veranos de mi vida me ocurre el mismo fenómeno. Concluí llamarlo así desde que supe que me ocurría algo. Antes de aquel momento sentía la famosa piedra de Cortázar en mi zapato derecho y cuanto más adentro se hincaba la piedrita en mi talón, mi cerebro, la parte izquierda concretamente, más se empeñaba en mandar órdenes a mi conciencia eres feliz, eres feliz, eres feliz. Creo que ese debe de ser el recorrido: cuerpo, cerebro, consciencia. Cuerpo que recibe, cerebro que rebota, conciencia que se duerme. Pero nunca consigo noquearla del todo y todo el proceso deviene en un constante y cotidiano ligero malestar.

Este fenómeno se ha extendido a otros ámbitos de mi vida y ya solo soy un triste holograma de mi misma. Y todo comenzó un verano. El verano de mi desgracia. Empezaré mi triste relato por cualquier parte que es por dónde mejor se empieza cualquier cosa.

Un año cualquiera de mis últimos diez, estaba yo viendo la tele. No estaba sola. Me encontraba yo con un sujeto mujer, de veintidós años, soltera y trabajadora, publicitariamente hablando. O sea un sujeto de mi mismo perfil. Era el mes de Agosto a la hora de la siesta. El primer anuncio no hizo mella alguna en nosotras. Un coche. No lo necesitamos. Somos chicas que viajan a pie o en bici y el confort todavía no nos atrapa. El segundo: Seguros de hogar. No gracias. Somos chicas nómadas. El tercero. Música de cuerda. Suspense. Largo pasillo y gasas tornasoladas. La cámara avanza hacia un salón de imperiales columnas. En el centro Eva Longoria, a punto, a puntito de caer en la tentación y comerse un bombón de chocolate helado de cuya marca no quiero acordarme. Cuando al fin, decide que sí, que total un día es un día, toma el mango del bombón entre sus uñas rojas, le propina un mordisco con sus dientes blanco azulados y empuja la porción hacia dentro de su garganta profunda con su lengua rosa terciopelo. Los ojos se le ponen del blanco de sus dientes y sus gasas.

- Quiero uno de esos- dice mi prima con la boca abierta.

- Ya bajo yo – le digo cartera en mano.

Cuando regresé mi prima estaba sentada como si el sofá fuera una chaise longue. Abrí el helado con ansia. En ese instante recordé no sé por qué, mi infancia de polo de papel pegado. Y entonces me ocurrió por primera vez. El fenómeno. Encontré a aquel helado notablemente más pequeño que el que se comía la Longoria, ridículamente achatado por los extremos y pálido como si lo hubieran pintado mal. Miré a mi alrededor. Los muebles dieciochescos en combinación con la mesa de Ikea hacían del cuarto de estar un decorado desolador.

- Igual que el de la tele eh.

- Sí. Qué bien que es verano.

En ese momento supe que mis veranos nunca serían como los de la publicidad para poco a poco ir descubriendo que la tortilla de patata redonda y perfecta es congelada, que bebo y bebo bayleis y no hay manera de que aquel hombre vuelva, que no quiero esa falda, que quiero esas piernas y que me sobra el vestido de noche: Quiero la noche y el chico.

Pocos años más tarde me rapé la cabeza y frecuenté una secta. Ahí me enteré de que ese fenómeno ya está nombrado. Que suerte. Que alivio el de las cosas nombradas. El fenómeno se llama Hiperrealidad ha dicho un profeta.

Qué puedo decir de mi verano

Hiperreal, como todos los veranos.


Ana María García

domingo, 12 de junio de 2011

La loca carrera de Marga

Marga se levanta a las siete y media de la mañana. Cada día. Ducha, desayuno, estirar las sábanas y a la calle. No tiene coche. Camina veinte minutos hasta llegar a casa de sus padres. Abre la puerta. Sube las escaleras. Da los buenos días a su madre. Y un beso en la mejilla. Pero deja que se quede en la cama un ratito más. Se dirige al cuarto de su padre. Buenos días, papá. Le besa. Se preguntan qué tal noche han pasado. Se ríen un rato juntos. Y a trabajar.
Marga aparta la ropa de cama, se calienta las manos frotando con fuerza y desnuda a su padre cuidadosamente. Comienza a lavarle por partes con una esponja suave y amarilla. Su padre suspira, a veces resopla. Después del baño, la crema. Marga reparte loción hidratante como besos. En cada surco de piel. Hasta que no queda una sola arruga por hidratar. Llega el turno del pañal. Su padre arruga la nariz, odia tener que llevar pañales. Pero se resigna. Ahora parece un bebé de un metro setenta, flaco y arrugado. Ella termina de vestirle, y lo sienta en la silla de ruedas. A pasar la mañana recorriendo el pasillo de arriba a abajo o mirando pasar los coches y la gente por la ventana. Marga vuelve a la habitación de su madre. Y sigue punto por punto el mismo ritual que con su padre, sin olvidarse ni una coma. Ni una gota de loción hidratante. Ni una pizca de amor. Y su madre también acaba en la silla de ruedas.
Ahora el piso de sus padres se ha convertido en un rally de carreras con el pasillo estrecho y demasiados muebles con esquinas en las que chocarse. Pero no hay lugar para la pena. Ellos ríen, están juntos, en ese momento, ahora. Marga les pone el desayuno en la mesa. ¿Has visto qué guapa está mi novia?- pregunta su padre. Marga asiente mientras se limpia disimuladamente una lágrima. Su madre lanza un beso a su padre, que lo recoge con una mano y se lo guarda en el bolsillo de la camisa, junto al corazón.
Son las once y media. Marga tiene que volver a su casa. Aunque primero tiene que pasar por el supermercado y la farmacia. Después, a preparar la comida para su marido y sus tres hijos. Y a la una y media ha de estar de nuevo de vuelta para poner la comida a sus padres. Y después tiene que acostarles. Y después...
Marga se reparte la vida en enormes pedazos, y está cansada, y a veces llora, y otras no puede más, y casi nunca duerme del tirón, y su cuerpo comienza a resentirse, y los días no perdonan, y parece vivir cuesta arriba... pero de momento, y a pesar de todo, Marga sigue ganando locas carreras agarradita a sus lociones hidratantes de amor.

El universo de Luis Araquistáin

LUIS ARAQUISTÁIN

"Durante veinte años la pluma de Araquistáin, manejada como estaca, estilete y trabuco, ha sembrado el terror en el periodismo español."

Aparecido en la publicación Política, en 1936.

"Para que la obra de arte eche raíces y florezca en una sociedad, ha de acabar siendo un entretejido psicológico entre autor, intérpretes y público. En este entrelazamiento espiritual, el papel de la crítica es importantísimo cuando tiene algo de profunda. La diversidad crítica en tomo de la obra de un hombre es ahondamiento. Cuando más se critica una creación, más se penetra ensu sentido, más se la recrea. Si una obra tiene alguna consistencia vital, una crítica adversa(...) es como un fondo oscuro sobre el cual resaltan mejor las luces de la obra misma. Una crítica vivaz, aunque niegue y censure, colabora con el autor de la obra a vitalizarla si en rigor lo merece, a mantenerla viva a través de la polémica".

Luis Araquistáin


¿Quién fue Luis Araquistáin?

Si algo se puede decir de Luis Araquistáin es que fue un hombre de mundo. Nació el 18 de junio de 1886 en Bárcena de Pie de Concha, en una familia acomodada de ascendencia guipuzcoana y barcenesa. Su padre, Asensio Araquistáin Aguirre, era natural de Elgoibar y su madre, María Quevedo Calderón, era oriunda de Pie de Concha. Después de pasar un corto periodo de tiempo en un seminario, Luis lo abandonó para ingresar en la Escuela de Naútica de Bilbao, que le concedió el título de Piloto en 1904. Poco después emigró a Argentina, donde ejerció diversos oficios. Regresó a España en 1908 para establecerse como escritor y periodista, aunque pasó gran parte de su vida viajando entre distintos países de ambas orillas del Atlántico.
A Araquistáin se le conoce sobre todo como un hombre político, causa a la que dedicó gran parte de su vida. Hacia 1911 ingresa en el Partido Socialista Obrero Español (PSOE), junto con intelectuales de la talla de Julián Besteiro, Andrés Ovejero, Fernando de los Ríos o Jaime Vera. Colaboró activamente en la Escuela Nueva, para la formación de los trabajadores, y en los medios socialistas, como Vida Socialista. Proclamada la II República, Araquistáin fue nombrado por Largo Caballero Subsecretario del Ministerio de Trabajo en Abril de 1931, año en que también fue nombrado diputado socialista a Cortes por Bilbao. Posteriormente fue designado Embajador de España en Berlín, en 1932, cargo que ocupó hasta el año siguiente. Este nombramiento fue clave en la evolución del pensamiento de Araquistáin, tanto sobre la República y su futuro como sobre el socialismo. En 1933 fue elegido diputado por Madrid. Poco después de iniciada la Guerra Civil, en Septiembre de 1936, fue nombrado Embajador de España en París, pero debido a la crisis política de Mayo de 1937 que acabó con Largo Caballero y con su proyecto de "revolución social", dimite del cargo.
Al finalizar la Guerra Civil, se trasladó a Londres, donde llegó a trabajar como comentarista de la BBC. Por último, pasó los años finales de su vida en Ginebra, donde finalmente murió.
Para dejar constancia de lo amplio de su trayectoria, ofrecemos una selección bibliográfica cronológica de Luis Araquistain
1915 Polémica de la guerra. 1914-1915, Renacimiento, Madrid 1915, 317 páginas.
1916 Dos ideales políticos y otros trabajos. En torno de la guerra, Tip. de El Liberal, Madrid 1916, 302 páginas.
1917 Entre la guerra y la revolución. España en 1917, Madrid 1917, 194 páginas.
1920 España en el crisol. Un Estado que se disuelve y un pueblo que renace, Editorial Minerva (Biblioteca de Cultura Moderna y Contemporánea), Barcelona [1920], 291 páginas.
1921 , Publicaciones España, Madrid 1921, 204 páginas.
1923 El archipiélago maravilloso. Aventuras fantasmagóricas, Mundo Latino, Madrid 1923, 267 páginas.
1926 El arca de Noé. Ensayos, Sempere, Valencia 1926, IX+323 páginas.
1928 La agonía antillana. El imperialismo yanqui en el Mar Caribe (impresiones de un viaje a Puerto Rico, Santo Domingo, Haití y Cuba), Compañía Ibero-Americana de Publicaciones / Espasa-Calpe, Madrid 1928, 296 páginas.
1929 La revolución mejicana. Sus orígenes, sus hombres, su obra, Compañía Ibero-Americana de Publicaciones, Madrid 1929, 356 páginas.
1930 El ocaso de un régimen, Editorial España (colección Ideas y Hechos Políticos), Madrid 1930, 273 páginas.
1932 Marcelino Menéndez Pelayo y la cultura alemana, Jene, Weinar 1932, 27 páginas.
1933 El derrumbamiento del socialismo alemán. Conferencia pronunciada el 29 de octubre de 1933 en la Casa del Pueblo de Madrid, Gráfica Socialista, Madrid 1933, 30 páginas.
1935 Polémica entablada entre Luis Araquistáin y Julián Besteiro, Divulgación de Posiciones Socialistas, Oviedo 1935, 75 páginas.
Prólogo a J. Izquierdo Ortega, Filosofía española. Tres ensayos, Argos, Madrid 1935, 211 páginas.
1953 España ante la idea sociológica del Estado, UGT-PSOE, París 1953, 115 páginas.
1959 Franco y el comunismo, Congreso por la Libertad de la Cultura, Montevideo 1959, 30 páginas.
1962 El pensamiento español contemporáneo, prólogo de Luis Jiménez de Asúa, Losada (colección Cristal del Tiempo), Buenos Aires 1962, 192 páginas.

La crítica teatral según Araquistáin


Araquistáin analiza el papel de la crítica, y lo hace partiendo de la idea de que es necesario que ésta sea vivaz, profunda y sincera, que tenga serenidad y libertad de criterio. Considera que la vanidad y el orgullo del crítico son una grave limitación. Pide que el crítico juzgue con conciencia y claridad, que tenga un estricto criterio de verdad y de independencia.
La crítica, además, puede -y debe- tener calidad literaria. Si algo ha aprendido el que escribe es que de una mala obra, se puede hacer una crítica impecable, bien escrita, que supere con mucho aquello que critica.
En La batalla teatral, de 1930, Araquistáin realiza un exhaustivo estudio sobre el teatro español, sus máximos representantes,los actores, los recursos escénicos, el público y también sobre la labor de la crítica., tema que nos ocupa.
Lo primero a tener en cuenta sobre la crítica es que la unanimidad es algo totalmente alejado de la base de la misma. Existen tantas experiencias diferentes como público y críticos pueda haber en una sala. Cuenta Araquistáin que, al ver a algún autor contrariado por esta razón, siente deseos de decir: “Amigo mío, francamente, es usted demasiado ambicioso. Esa unanimidad que usted anhela no la logran siquiera los dioses. ¿Cómo pueden desearla los hombres?” (La batalla teatral, pp. 209).
Para él, lo más importante de la crítica es el hecho inherente de contrastar la obra de arte a la que se asiste, con ciertos criterios que respondan a la verdad del que observa. Recordemos que críticos somos todos, que nuestro cerebro actúa de manera inconsciente, y que el hecho de criticar es algo que está en la propia naturaleza del ser humano. ¿Acaso, al salir de un teatro, no comentamos lo que acabamos de ver con aquellos que nos acompañan? Eso también es crítica.
Aunque, en palabras de Araquistáin, “Sólo al crítico le exigimos que juzgue con conciencia y claridad, es decir, que tenga un claro criterio de verdad y que se acerque a la obra enjuiciada con libertad de ánimo" (La batalla teatral, pp. 213).
Pero esta disposición se ve ensombrecida, a menudo, por factores que no deberían tener cabida en una crítica, tales como las relaciones sociales, el carácter, los “amiguismos”, las rivalidades, y un largo etc.
Sobre eso reflexiona el autor, diciendo: “La neurosis hace estragos en estas profesiones, la sensibilidad está hiperestesiada, hay como una voluptuosidad en atormentarse recíproca y universalmente por la palabra, por el silencio, por la rivalidad, por el desdén, por la injusticia, por la malevolencia, por las formas de la mortificación y la malignidad. Combaten individuos contra individuos y grupos contra grupos, muchas veces sin leerse, sin conocerse, casi siempre sorda y arteramente. El medio es pequeño y todos tropiezan, se hieren, se arañan. No hay distancia ni sentimiento de comunidad social, cultural o histórica. Se habla de lo que se ignora, claro que despectivamente, o se finge ignorar lo que se conoce con el mismo propósito. Se prejuzga todo a impulsos de la amistad o la enemistad, y, en ocasiones, se hace deliberada ostentación del menosprecio. En ese ambiente se mueve el crítico, lo respira y lo alimenta". (La batalla teatral, pp. 214-215).
En definitiva, que la labor del crítico no es precisamente tarea fácil, puesto que ha de tener en cuenta valores que añaden dificultad a la labor, si no se sabe hacer buen uso de ellos.

Pero, ¿qué era para él el teatro, o en qué se había convertido? En una época en la que imperaban las normas morales de la burguesía, Araquistáin supone ser un defensor de lo cómico, reduce al absurdo los criterios de conducta, defiende también la moral picaresca, esa que glorifica lo más primario del instinto. Y critica ese predominio burgués con toda la intensidad que es capaz, al considerar que por su causa el teatro ha perdido parte de su realidad, puesto que, “la burguesía paga, la burguesía manda”. Además de privarse de las mentes de hombres inteligentes destinados a tal labor.
Es entonces que se decantará por un teatro experimental y de minorías del que surgirán las nuevas figuras del futuro, sus autores, directores y actores. Que serán capaces, de nuevo, de llevar al pueblo a las salas. Al pueblo lo que es del pueblo.

Müll Dávila

Y es que "Algo de ruido hace"...

“Algo de ruido hace” de Romina Paula. Dirigida por Lautaro Perotti. Intérpretes: Fernanda Orazi, Santi Marín y Eloy Azorín. Teatro Pradillo. Madrid.

Dos primos que viven como detenidos por el tiempo, en un pueblecito de costa hasta que llega inesperadamente su prima, que es la única modificación que sufre esa casa desde hace años. Así empieza esta propuesta de teatro argentino que forma parte de la oferta dentro del Festival de Otoño.

La música y la escritura son los elementos de salvación para cada uno de los hermanos, que tienen una relación cíclica basada en la continua necesidad el uno del otro que se alterna con momentos de hastío.

Cuando llega la prima (Fernanda Orazi), da la impresión de que ha llegado tarde a algo, pero no se sabe muy bien a qué, si a la muerte de la madre de los primos, o a un acontecimiento más profundo.

El silencio se impone en una casa donde una mujer busca su lugar en el mundo. Donde el olvido a veces aparece como lo normal y en ocasiones como lo imposible. Los personajes construidos a base de gestos precisos y medidos dotan de fuerza cada acción, por mínima que sea. Fernanda Orazi, como siempre magnífica, llena la escena de energía y de ganas de buscar permanentemente un lugar en el mundo.

El texto roza lo sobrenatural, lo que se apoya con la escenografía, la iluminación y el sonido, todos con elementos que enrarecen un ambiente aparentemente normal. Posiblemente no se entienda bien si realmente en la casa conviven con el fantasma de la madre, o esto es fruto de la imaginación enfermiza de los hermanos. También se centran demasiado en el síntoma: el estado de ostracismo de los hermanos, sin terminar de ahondar en las razones. La obra promete demasiadas cosas que no llega a cumplir.

Habría que revisarla, porque sin duda tanto los actores como el punto de partida, prometen.

Aphrax K.