Nadie lo quiere creer. Autor: Eusebio Calonge. Dirección: Paco de La Zaranda. Intérpretes: Gaspar Campuzano; Francisco Sánchez; Enrique Bustos. Teatro Español Del 9 al 26 de junio.
Siento comenzar esta crítica con una mala noticia, pero, créanlo o no, nuestro destino ineludible es morirnos. No hagan drama de ello, tampoco tiene mucho sentido. Mejor tomárselo a broma, como hace la compañía La Zaranda en este espectáculo.
La Zaranda es una compañía de teatro andaluza que nació hace ya más de treinta años. Su peculiar lenguaje escénico les ha llevado a ser conocidos internacionalmente, así como merecedores del premio Nacional del teatro el pasado 2010.
Eusebio Calonge, habitual dramaturgo de la compañía nos presenta un sainete espectral alrededor de tres personajes y su convivencia: una anciana de rancio abolengo, que en otros tiempos fue adinerada y que está a las puertas de la muerte, y su criada y su sobrino, que tan sólo buscan heredar.
A partir de esta sencilla trama las situaciones cómicas se suceden a ritmo de pasodoble. El sentido del humor de esta compañía está cercano a la chirigota: un humor localista, muy andaluz, con gusto por el retruécano y la cuchufleta, y con personajes femeninos encarnados por hombres. Pero llevado al plano teatral, el resultado está lejos de ser carnavalesco.
En primer lugar por la cuidada estética. La vejez es marrón. Los tonos ocres inundan la escena indicándonos que los protagonistas viven en un perpetuo otoño. Incluso las caras de los personajes son macilentas. Todo en la escena está viejo y descuidado. Se crea una atmósfera enfermiza y malsana y una sensación de final, de tiempo detenido. No puede seguir pasando más tiempo por esos objetos o esos personajes, pues el paso siguiente sería que se desmenuzaran, que se convirtieran en polvo.
Los personajes, al final de sus vidas no son más que sombras de lo que fueron. Espectros, muertos vivientes que continúan existiendo por pura inercia. Esta inercia se representa en escena por el movimiento continuo de los personajes. Las más de las veces, modificando la escenografía. Compuesta por tres sillas, tres ventiladores, un reloj de pared y algunas sábanas, se le saca todo el partido posible y más. Con estos elementos se recrea desde un balcón hasta una habitación de hospital.
El detenerse significa la muerte, parecen decirnos. Los personajes, llenos de tics, y no pueden parar de andar de un lado para otro de la escena, ni de realizar acciones mecánicas, que de tantas veces repetidas han perdido su sentido. Como tampoco tiene sentido ya su existencia.
Añádasele a todo esto tres actores en estado de gracia que interpretan unos personajes estereotipados, perfectamente reconocibles y llevados al límite. Todo esto tiene como resultado un divertido y absurdo esperpento.
Como divertida, absurda y esperpéntica puede ser la vida.
Marisa Plasencia
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