Escribo con Manolita III pegada en el techo sobre mi cabeza, porque no hay quien la haga entender que necesito un poco de soledad. Se lo he explicado muchas veces, con palabras, con gestos, le he señalado la puerta, he intentado que entrara en razón, la he tratado de poner los dientes largos hablándole de todos los insectos que hay entre las plantas de la terraza... Le he pedido de mil maneras que me dejara trabajar tranquilo, pero nada, aquí sigue, encima de mí. La salamanquesa Manolita III (a la que he bautizado así porque ya hubo otras dos Manolitas anteriores pertenecientes a otras especies animales) me sigue por toda la casa; lee conmigo, prepara el desayuno a mi lado, me acompaña al váter... Es difícil no perder la calma cuando en el momento en que más concentrado estoy, atisbo por el rabillo del ojo un reptil que escala a toda velocidad la pared por perseguir algún mosquito. Pero no creo que queden muchos insectos dentro de la casa, porque en la semana que lleva conmigo ha tenido tiempo para merendárselos todos y hacer una larga digestión. Ayer, cuando regresé, la pillé dentro de la bolsa de la basura, entre restos de arroz y cáscaras de fruta. Pobre, debía tener hambre, pensé. Hoy le he preguntado si quería un poco de paella, pero se ha dado media vuelta y ha atrapado no sé qué bicho con alas que ha venido conmigo de la calle. Las conversaciones que mantenemos son unilaterales: el que habla soy yo, y ella se limita a pegar sus ventosas en cada milímetro de superficie de mi casa. Soy capaz de compartir esa creencia de la que todos me hablan de que traen buena suerte, pero pienso que igual suerte me daría si estuviera en la terraza. También deposito toda mi confianza en ella en cuanto a la defensa contra las cucarachas, que el año pasado por esta época se daban verdaderos festines nocturnos por mis suelos. Hoy he entrado llamándola y dándole aliento en su/mi lucha contra ellas: "¡Manolita! ¡Que no quede ni una! ¡Ni una sola!" Ella en cuanto me ha oído ha salido a recibirme, y me ha acompañado en todo mi periplo nocturno por las habitaciones. Cada noche, antes de irme a la cama, me aseguro de darle esquinazo, porque no me hago a la idea de que mire cuando duermo. Necesito un poco de intimidad.
¡Qué difícil es la convivencia! Si ya se me hace cuesta arriba con un reptil, no quiero ni pensar lo que me sucedería si viviera con otra persona. Ayer perseguí a Manolita III con el recogedor, advirtiéndola: "Me estas cansando. ¿Te quieres instalar en la terraza de una vez?" No pretendía matarla, sino simplemente amenazarla para que me obedeciera, pero no dio resultado, como de lo que llevo una semana intentando. Me tengo que poner serio. "La casa no es lo suficientemente grande para los dos", le he gritado hace un rato. Ha sonreído y se ha tirado un pedo, o algo parecido; he intentado no revelar las sus intimidades, pero no he tenido más remedio, al fin y al cabo vive conmigo pero no es amiga mía: lo que más le gusta hacer es ponerse a mi lado, en la pared, y expulsar sus ventosidades.
nico guau
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