Blog de la asignatura Crítica Teatral 2

impartida por Juan Antonio Vizcaíno


lunes, 31 de enero de 2011

Exámenes de febrero


Es difícil imaginar un centro de exámenes con forma de sala de teatro, pero lo cierto es que para los alumnos de 4º de Dirección y Dramaturgia, las salas Valle Inclán y García Lorca de la RESAD, se convertirán a lo largo de este mes de febrero en su sala de examen. De la misma manera que un aspirante a conductor, los estudiantes que aspiran a salir al mercado laboral finalizando sus estudios, se juegan unos créditos más después de tres meses de prácticas, es decir, de ensayos.

La especialidad de Dirección abrió este ciclo de muestras con los trabajos de Romina Medina (Memorias de la cárcel) y Charo Santamaría (Roberto Zucco). Seguirán Aristeo Mora, con La fiesta del indio y Marian Monacu con Maese Manole. Aunque no es la primera vez que los directores muestran su trabajo ante el público, la posibilidad de mantener la función durante cinco días consecutivos ofrece una oportunidad única que apenas se da en el entorno académico. Un acercamiento al desarrollo de la profesión, con la presión, la crítica , la recurrente falta de ensayos y la ilusión, emoción inevitable en el desarrollo de una pasión. Todo ello calificable, eso sí.

A mediados de febrero comenzarán las representaciones de la especialidad de Dramaturgia. Los estudiantes mostrarán la puesta en escena de textos propios. El ciclo comenzará con las representaciones Nosotros los vivos de Saladina Jota y Un juego de adultos de Iñaki Oliver. Al día siguiente podremos ver La distancia más corta entre dos puntos es la muerte de Félix Estaire y El arte de desaparecer de Antonio Lafuente. Seguirán las muestras Susurros de la tierra de Alejandra Venturini, La casa púrpura de Diana Cristóbal, Aufhebung (suprimir para conservar) de Carlos Contreras y No haberte muerto, escrito y dirigido por Ricardo Salamanca. Terminará el examen con Neverending Charo de Sandra Dominique y Doce más uno de Javier Pastor.

El afán del dramaturgo por hallar su propio lenguaje encuentra en la puesta en escena el resultado de su trabajo. Es una lástima que los alumnos de esta promoción sólo cuenten con un día de representación. El resultado en un examen único, en el que apenas podrán invitar a sus abuelos.

Se nos ofrece una ocasión única, y nunca mejor dicho teniendo en cuenta el número de representaciones, de sentarnos en el asiento trasero del coche de los alumnos que muestran sus trabajos fin de carrera, mientras hacen sus exámenes. Es inevitable pensar que se tratará de un cúmulo de buenas intenciones y resultados de investigaciones que a lo mejor aún están por empezar. Esfuerzo, años de estudio y muchas horas de dedicación. No desaprovechemos la ocasión de conocer lo que esperemos sea un futuro teatro, que eso sí que no depende de un examen.
Jerónimo Jimeno

sábado, 29 de enero de 2011

Voces y Cuerpos sin aditivos


Ifigenia en Táuride
, de Christoph Willibald Gluck
Dirección musical: Thomas Hengelbrock. Dirección de escena: Robert Carsen. Reparto: Susan Graham (se alterna con María Riccarda Wesseling), Franck Ferrari, Plácido Domingo (se alterna con Lucas Meachem), Paul Groves (se alterna con Yann Beuron) Susana Cordón, Anna Alàs i Jové, Maite Alberola, César San Martín, Tomeu Bibiloni.
Teatro Real de Madrid. Estreno: 13 de Enero de 2011.


El Teatro Real ha traído una versión moderna de un moderno compositor de ópera. Christoph Willibald Gluck (1714-1787), alemán de origen germano-bohemio, es considerado el reformador de la ópera. Ifigenia en Táuride pone punto final a éste proceso regenerativo.

Durante el Barroco, la ópera se aleja del dramatismo, en pro del preciosismo. Gluck, que desarrolla su carrera artística en Viena, apuesta por la recuperación del espíritu de la tragedia griega. Para ello, desecha las arias da cappo (es decir, aquellas que expresan los sentimientos de los personajes a partir de coloraturas artificiales), da una función psicológica a la orquesta y unifica coro, ballet y voces. Gluck es inspirador de Wagner, Goethe y Schiller, entre otros.

Ifigenia en Táuride trae de nuevo la versión del mito de Eurípides, en la que la hermana de Electra y Orestes ha sido perdonada de muerte por Artemisa, para la cual ahora realiza sacrificios en Táuride. Sin embargo, el destino quiere que Apolo ordene a Orestes acudir allí, huyendo de la persecución de las Erinias. Orestes llega con su amigo íntimo Pílades y es Ifigenia quien debe sacrificarlos a ambos, por real decreto. No obstante, al enterarse de que uno de ellos es su propio hermano, se ofrece a dejarlo libre. Orestes, sin embargo no puede cargar con la culpa del parricidio, así que decide que sea Pílades quien se salve.

Mediante varios monólogos/arias de suprema belleza, el público asiste al sufrimiento de los hermanos. Uno porque desea morir y acabar pronto con sus remordimientos, otra porque no se ve capaz de sacrificar al que pertenece a su sangre.

La nobleza de espíritu, propia de la tragedia griega, la encontramos en el amigo, Pílades, quien intenta convencer a Orestes hasta la extenuación para que sea él mismo el sacrificado. Pero parece que se le acaba el tiempo a Ifigenia. El rey ha descubierto que ésta ha liberado a uno de los presos y la apremia para que mate a Orestes. Ella levanta su espada y es en este preciso instante cuando su hermano la identifica. Se para la acción para dar lugar a un dúo muy emotivo con tema "el reencuentro". Entre tanto, las plegarias de Ifigenia han funcionado y la diosa Atenea acude a salvarlos.

Robert Carsen y Thomas Hengelbrock han unido sus fuerzas para poner en escena esta tragedia con final feliz. La unión ha salido bien airosa, pues pocas veces el público asiste a un espectáculo donde música, danza contemporánea y teatralidad sintonizan con tanto acierto.

Por lo pronto se agradece que al Teatro Real acudan montajes desprovistos de decorados fastuosos y demás elementos barrocos. La imaginación, por una vez, supera al objeto, pues Robert Carsen presenta un espacio a llenar exclusivamente por bailarinas y cantantes. Arranca el espectáculo y estas bailarinas pintan paredes y suelo del escenario con tiza los nombres de nuestros héroes griegos (Ifigenia, Clitemnestra, Orestes), para después anunciar la ensangrentada casta, borrando dichos nombres con agua (este recurso lo explotarán más veces a lo largo de la ópera, quizá demasiadas, dicho sea de paso). Todo ello, al ritmo de la deliciosa orquesta dirigida por Hengelbrock.

Las voces del coro y los solistas envuelven al público en un ambiente cargado de emoción que llena todo el escenario. Lo envuelven hasta el punto de olvidarse de que no hay objetos. Entra en trance a través de la fuerza de lo más básico: cuerpo y voz. Los artistas tampoco llevan colores destacables que diferencien unos personajes de otros, sino que el negro les sume en ese neutro coral. No obstante, Ifigenia (María Riccarda Wesseling), Orestes (Lucas Meachem) y Pílades (Yann Beuron) son claramente diferenciables gracias a sus celestiales voces. Quizá sea por ello que Atenea les salva finalmente.

En definitiva, Carsen y Hengelbrock han sabido conectar con el espíritu reformador de Gluck, al perseguir la austeridad, resaltando la potencia de los artistas, con el objetivo de humanizar la tensión propia de la tragedia clásica, lejos de los artificios que tanto desagradaban al compositor.

Ignatius Reilly

Al pie del cañón

El miércoles por la noche, el actor Paco Maestre le desveló a su padre, por teléfono, el final de su frío y desagradable personaje en la popular serie de sobremesa Amar en tiempos revueltos; iba a rodar algo que estaban deseando todas las televidentes tarde tras tarde: su muerte. Pero, mientras en el plan de rodaje del jueves figuraba una escena de apuñalamiento en el corazón, rodando otra escena anterior se empezó a encontrar mal y se desplomó en el suelo. Había sufrido un infarto de miocardio y murió de camino al hospital. Pocas veces realidad y ficción han estado tan cercanas; un poco más tarde y la muerte de su personaje coincide con la suya propia, en directo, ante las cámaras.


Había nacido en Mérida, cerca del antiguo teatro romano, en 1957, pero 10 años después su familia se trasladó a Madrid. Allí, Maestre estudió interpretación en la RESAD (Real Escuela Superior de Arte Dramático), tras librarse de la mili por obesidad. Desde muy pronto, por ser un actor "característico" (dícese del que destaca por poseer determinados rasgos físicos), además de bueno, versátil y con una potente voz, subió a los escenarios a las órdenes de J. L. Alonso de Santos, Miguel Narros o Francisco Nieva. En cine trabajó con Berlanga, Vicente Aranda y Almodóvar, entre otros. Y en televisión participó en una treintena de series. Por su condición vocal también era requerido en zarzuelas y óperas, llegando incluso a formar parte del montaje de Emilio Sagi de la Carmen de Bizet en el Teatro Real. Raro era que no se le viera en televisión o en algún escenario madrileño. Alguno de los últimos montajes en que intervino fueron El balcón de Jean Genet, dirigido por Ángel Facio en las Naves del Matadero, o la comercial De cerca nadie es normal, en la que fue sustituido al comenzar el rodaje de Amar en tiempos revueltos . Pero siempre será recordado por papeles que le iban como anillo al dedo, y que parecían creados para él, como el de El cerdo, de Raymond Cousse, dirigido por José Antonio Ortega, o el de Falstaff de Las alegres comadres de Windsor, de Shakespeare, dirigido por Gustavo Tambascio.


Se cuentan infinidad de anécdotas sobre él, pues había trabajado con todos, y no era una persona que pasara desapercibida. Algunos compañeros de profesión le recuerdan frente a un enorme plato de comida de la especialidad de "la plaza" en que les tocara hacer la función, devorando con fruición el alimento y proclamando con su profunda voz: "Qué dura es la vida del actor en provincias." Otros guardan en su memoria aquella taberna de Lilas Pastia de Carmen en el Real, en la que el mesonero Lilas se paseaba entre las mesas hablando y contando chistes a sus comensales/figurantes; una de ellas confesaba que tenían prohibido cantar, porque para eso ya estaba el coro titular del teatro, pero que trabajando junto a Paco Maestre, ellas también cantaban, con su mesonero favorito; y que viniera alguien a decirles lo contrario, que Paco las hubiera defendido.


Ha muerto como desearían muchos cómicos, trabajando, rodando, al pie del cañón. Pero esté donde esté, seguirá recibiendo nuestros aplausos.


nico guau


martes, 25 de enero de 2011

Serial Killer Hispano


Palabras encadenadas de Jordi Galcerán
Dirección: Juan Pedro Campoy; Interpretes: Celia Nadal y Javier Manzanera. Iluminación y sonido. Pedro Antonio Bermejo. Audiovisual. David Perea. Vestuario. Inés Pardo. Escenografía. Norri. Música original. Leandro Martínez Romero. Fotografía. Pepe H. Producción. Cía La Ruta.
Madrid, Teatro Nueva Alcalá. Estreno 13 de enero

Palabras encadenadas es un título sugerente, contiene poesía, promete un juego con la palabra que tal vez nos guíe por un complicado laberinto de emociones. Iniciada la obra el título parece convertirse en una pequeña metáfora de los dos personajes, ambos encerrados en un sótano, ambos encadenados, él a sus no resueltas emociones, ella a una mesa, pero minutos más tarde se vuelve evidente, sencillamente hace referencia al clásico juego que lleva ese nombre, juego al que se juega en la obra, eso sí, bajo el apremiante concepto de vida o muerte.

La función se sostiene a base de golpes de guión, como si se tratase de una producción en la que se han aunado unos cuantos capítulos de serial, logrando un nuevo formato que permitirá vender la historia una segunda vez. El espectáculo arranca presentándonos a un supuesto asesino en serie que plantea a su futura victima unas variables reglas de juego. Lamentablemente todo es un tópico, neones parpadeantes, sótano, asesino simpático aunque terrorífico, intención de remover al público utilizando crueles descripciones de tortura y asesinato de mujeres y niños. Por suerte este momento se rompe con un sorprendente hallazgo dramático, pero eso será todo, a partir de aquí se sucederán distintos giros dramáticos que si bien consiguen mantener la atención, lo cierto es que podrían cerrarse los ojos y asistir al espectáculo como si se tratase de un serial radiofónico.
Falta claridad en esta historia, no se define la clave en la que se está trabajando, ¿drama?, ¿comedia?, ¿es un hibrido? El filón dramático que se dibuja en un primer momento, el estupendo juego de la verdad y la mentira que oscila entre los dos personajes alimentando la intriga, se diluye velozmente, para concluir en un final pretendidamente tragicómico que acaba de rematar la ya muy escasa credibilidad.

Palabras Encadenadas bebe del cine en su estructura argumental, en los diálogos, y en esa naturalidad que nos ofrecen sus dos actores, sin embargo no consigue cuajar como teatro, plantea esos rincones oscuros del alma, pero nada sobre la superficie sin atreverse a entrar en ellos.
El público aplaudió sin convicción, tal vez porque notó su ausencia.


Edepe

Desconsolados


Un gran porcentaje de la gente que me rodea llora desconsoladamente desde hace un par de semanas. Entablas una conversación con ellos, y de repente se emocionan. No pueden evitarlo. Cuando llegan al salón después de comer, y encienden el televisor, por ejemplo. O cuando se disponen a descansar tras un duro día de trabajo. Se deshacen en un mar de lágrimas. Al levantarse el domingo por la mañana se sienten desesperados porque notan que algo falta en su vida. Un vacío irrecuperable les invade. Viven el día a día con el aire atormentado del que ha perdido lo más importante, lo más sagrado, y saben que esa pérdida es... No tienen palabras para describirla. Por nada lo podrán sustituir. Pobrecillos, da una congoja verlos tan profundamente tristes. Vagan errantes pidiendo comprensión por parques y jardines. Crean grupos en Internet para ayudarse mutuamente. Acuden a terapias. Se tatúan la frente... Menudo es este mundo, me digo a veces. Y también me pregunto cómo es posible que tanta gente experimente un dolor tan hondo que ni si quiera se manifestó cuando dijimos adiós a nuestra folklorica más famosa, por ejemplo. No, es más que todo aquello, es como si el sol no saliera nunca más, como si el agua del mar se negara a darnos alimento para nuestra subsistencia, como si las vacas decidieran ponerse en huelga y no producir una sola gota de leche más, y así hasta que la humanidad se extinguiese. Cuando uno le ha dedicado tanto tiempo a algo o a alguien, y ese algo o alguien falta... Es lógico. Es una pérdida tan atroz... Ellos no hacían otra cosa. Cada momento de su vida estaban acompañados por ella. Y ella ya no está.

Verdaderamente me arrepiento. Me arrepiento tanto de no haber visto ni una sola vez la mejor cadena televisiva de la historia de las ondas. No sé cómo he podido sobrevivir tanto tiempo sin la CNN+. Ni una sola vez. Con razón iba yo sin rumbo. Así me encontraba tan desganado. Por eso todos eran felices menos yo.

Que no me vuelva a pasar algo así, pido por favor a los hados. Qué tonto fui. ¿Por qué no pude disfrutar de ella mientras existió?

nico guau

lunes, 24 de enero de 2011

Concierto de butaca

Gólgota Picnic escrito, dirigido y con escenografía de Rodrigo García

Reparto: Gonzalo Cunill, Núria Lloansi, Juan Loriente, Juan Navarro, Jean-Benoit Ugeux; Pianista: Marino Formenti; Iluminación: Carlos Marqueríe. Madrid, Teatro María Guerrero. Estreno 7 de enero de 2011.

Lo importante es que me comí una hamburguesa al salir. La provocación alcanza este nivel en mí. Yo, que soy amante fiel de la tapa con caña. Pero me dieron unas ganas tremendas de tener un recuerdo sinestésico del espectáculo ofrecido por Rodrigo García. Por completar.

Gólgota Picnic trata de Jesús en la cruz. Nada más y nada menos. El autor y director del montaje se aprovecha del pobre Jesús para explorar de nuevo sus universos habituales, lo amoral, lo inmoral, la decadente sociedad que nos engulle, las mentiras que nos creemos y todas esas cosas que se supone que nos atañen como ser humano. A través del trabajo inmejorable de cinco actores, un pianista y un iluminador compone un lenguaje propio, un ejercicio de estilo. Retrata a Jesús a su manera, ya no tan irreverente, y aprovecha para intentar removernos la conciencia de la misma manera que un cura, cuando utiliza las palabras del señor.

Después de vomitar la opinión, acto irrefrenable tras el consumo de alimentos en restaurantes de comida rápida, agnóstico redomado (servidor), frente a blasfemia descafeinada (espectáculo), pasa a detallar las razones por las cuales no se arrepiente de haber estado hora y media en el teatro María Guerrero. Y dice hora y media a conciencia, ya que la obra dura dos horas y media. Agnóstico comedor de hamburguesa cree que el mayor fallo de Gólgota Picnic es que dura demasiado. Todo se alarga en extremo, como si a Don Rodrigo no le funcionase el reloj y perdiendo así su fuerza potencial.

Pero queda la otra hora y media, por la que merece la pena estar: por las imágenes memorables que se cuelan de vez en cuando, por las réplicas exactas que conviene apuntar en una libreta, por el impecable trabajo de los actores, por descubrir que la luz en buenas manos compone un lenguaje dramático, por el concierto de piano que asoma como un huérfano al final de la función.

Y sobre todo, por el comportamiento social, que acompaña con un golpe de butaca el 4º movimiento, en lugar de abandonar la sala cuando se presenta una hamburguesa de lombrices que nadie se come, o se viste de puta a Jesús crucificado. ¿Forma parte de la propuesta que este inesperado instrumento de percusión acompañe al piano?, ¿qué sucederá entonces cuando la obra se represente en una sala con butacas fijas?, ¿se entregará un pandero por espectador?, ¿esta reflexión es fruto de un rato de aburrimiento?

Comulgué, sí, pero el sacramento me dejó tan indiferente como la propia beiconchisburguer. Quizás estoy perdiendo la fe en la sorpresa y la edad para la comida rápida.

Jerónimo Jimeno

Obra con actriz semienterrada

Los días felices de Samuel Beckett. Reparto: Isabel Ordaz y Julio Vélez. Dirección de escena: Salva Bolta. Escenografía y vestuario: Ricardo Sánchez Cuerda. Iluminación: Felipe Ramos. Espacio Sonoro: Luis Miguel Cobo. Producción: Come y Calla. Madrid, Teatros del Canal.

Un actor casi inmóvil en un escenario casi vacío siempre será un actor inmóvil en un escenario casi vacío. Sería lo mismo decir que un mecanismo de tales características desafía a las leyes del entretenimiento. Si Samuel Beckett retuerce los límites de la dramaturgia convencional es para incomodar al espectador complaciente, no para hacerlo bostezar. Es para angustiarlo, no para abrumarlo. Aburrirse no es un grado, por mucho que insistan algunos directores de culto.

Lo que diferencia a Happy Days de Cinco Horas con Mario, es unos cuantos gramos más de terror y un poco más de negritud en el sentido del humor, pero en el fondo no equidistan tanto. Ambos son monólogos para actrices, con personajes que se quejan de lo mismo; el gran timo que es la vida finalmente, y ambos, han de abordarse de la misma manera: trabajando cada matiz interpretativo con precisión de relojero. Esa es la única receta para no aburrir a un todo un auditorio. Pero la movilidad de que dispone la protagonista de Cinco Horas con Mario hace posible una interpretación más general soportada por algo más de acción, mientras que la actriz que interprete a Winnie de Happy Days no puede engañar a nadie. Está desnuda. Literalmente atada de pies y manos.

Isabel Ordaz es una actriz con demostrada solvencia interpretativa. Posee una cualidad excéntrica que la hace interesante, una técnica y un manejo de la voz impecables, además de gran plasticidad. Pero Winnie, su personaje, pide más. Pide compromiso con el presente. Lo que los más stanislavskianos llamarían verdad. (Como si verdad solo hubiera una y les perteneciera a ellos, pero este es otro tema.)

En otras palabras, lo que Happy Days necesita es un clown. Dícese de esos actores que saben improvisar o que hacen parecer que improvisan, que se muestran vulnerables ante un presente que les llena de terror y que ante ese vacío hacen lo único que les queda: actuar, hacer. En el fondo lo que intenta cualquiera en la vida real.

El resto, los personajes construidos desde la estética, la técnica o incluso la ideología no caben en esta obra. Se acaba viendo el andamiaje.

La escenografía recrea acertadamente la atmósfera de más allá apocalíptico que traslucen los universos beckettianos. Un plano inclinado sitúa a la actriz en un terreno inestable que favorece la angustia que pretende transmitir el texto. Las luces rosa, verde y naranja flúor dan un toque irreal al conjunto y finalmente una placa rectangular de luces apuntando a la cabeza de la actriz, la hacen parecer una planta en un extravagante invernadero.

Todo impecable, la técnica de la actriz, la escenografía, las luces, el público mudo en sus butacas. Hubiera hecho falta algo más para que esta obra pasara de ser una obra con actriz semienterrada a una metáfora de la existencia. Ese algo es el entretenimiento. Hay quien lo trata de fácil.

El público respondió afectuoso a una actriz querida y agradeció su esfuerzo titánico con un cálido aplauso.

Ana María García

sábado, 22 de enero de 2011

El pan de nuestra era

Gólgota Picnic, escrito, dirigido y con escenografía de Rodrigo García
Reparto: Gonzalo Cunill, Nuria Lloansi, Juan Loriente, Juan Navarro, Jean-Benoît Ugeux
Pianista: Marino Formenti; Música: Joseph Haydn Las siete últimas palabras de Cristo en la cruz
Videocreación: Ramón Diago; Panes: Tradipan;

Madrid, Centro Dramático Nacional. Teatro María Guerrero
Estreno 7 de enero de 2011


Después de tantos años de pan y vino, el pan se convirtió en su cuerpo y el vino en su sangre. Un hombre nacido en Oriente Medio sería años más tarde el emblema propagandístico más grande de la historia en Occidente.
Gólgota picnic es una constante reflexión acerca del comportamiento social a lo largo de las épocas que han tenido lugar en la Era cristiana.
Una civilización edificada sobre sangre, cadáveres, muerte y efímeras cenizas; las cuales todavía respiramos sin darnos cuenta.

El trabajo de Rodrigo García se encuentra camino entre las influencias del performance, la ritualidad del teatro pánico, así como la subyacente tesis de Noam Chomsky.
Mediante proyecciones en una gran pantalla se acude con frecuencia a representaciones iconográficas sobre la muerte y resurrección de Cristo, que no son sino muestra de las diferentes modas de cada época.
En este picnic se da lugar a la reflexión desde una mirada actual; tan profunda como frívola; tan agónica como desinteresada.
Cinco actores improvisan un picnic dionisiaco sobre un Gólgota simbólico, cubierto por un extenso manto de panes de hamburguesa.
Mediante febriles discursos emitidos desde un lenguaje insolentemente coloquial, estos filosofan acerca de las realidades en la Era cristiana hasta la actualidad. Unas veces discurren adoptando el papel de Cristo; en otras ocasiones desde roles anónimos. Cabe destacar la intervención de la Niña del Exorcista, a lo Joaquín Reyes de Muchachada Nuí, que pone a caldo la manipulación social ejercida a través de la figura de Dios y de Cristo, valiéndose de un hilarante aunque lúcido discurso.
En escena, los actores crean su propia intimidad sin necesidad de cuarta pared, ya que permanecen ajenos al público, dando la espalda en ocasiones. La sensación de frontalidad es dada en su mayoría mediante las proyecciones de los mismos sobre la pantalla.

El dramaturgo y director Rodrigo García no crea acción dramática sino combinaciones estéticas al servicio de la denuncia. En esta pieza no existen personajes con entidad propia, ya que son meros interlocutores. Con su voz transmiten un sólo pensamiento: el del autor. Textualidad y plasticidad se fusionan ofreciendo sugerentes mensajes que hacen del espectador un receptor siempre activo. Hasta que, después de una hora y media, posiblemente, deja de serlo.

Algunos de los elementos plásticos utilizados son el pan nuestro de cada día y la carne. Una carne que viene a simbolizar la de Cristo, así como la de los que murieron y continúan muriendo. Con una máquina de picar industrial en escena, se hace desaparecer todo lo que pueda ser recordatorio de lo que al sistema le conviene ignorar, borrándose identidades y hechos reconocibles. En este montaje, Rodrigo García utiliza la hamburguesa como metáfora de la sociedad contemporánea del primer mundo. Una sociedad que acomoda su lecho sobre los cadáveres del crimen global.

Varios soliloquios elocuentes más tarde, cuando la atención de la audiencia lleva un rato dispersada, es cuando la oratoria del terror y la crueldad termina. Para aliviar nuestros desconsolados espíritus, entra en escena el pianista Marino Fortimenti, que al piano, sin calzón ni partitura, interpreta “Las siete últimas palabras de Cristo en la cruz” de Joseph Haydn. Es en el montaje lo único que, pretendidamente, se acerca a la divinidad. También a lo más intimo. Detrás del piano, en la pantalla, se proyecta la sombra, casi kafkiana del pianista, ensimismado en su soledad.

Con todo ello se consigue crear la sensación de intensidad deseada por el director del montaje. Claro está que también contribuye el hecho de mantener al público encerrado en el María Guerrero durante dos horas y media sin descanso. Lo que a decir verdad, desmerece el bello concierto al piano. Tan intenso como el perfume de algunos espectadores, que se mezcla con el olor a pan blando de la escenografía.

Con todo, tanto el texto como la puesta en escena, están dotadas de imágenes sugerentes y evocadoras, las cuales cada espectador acomoda dependiendo de los límites de su propia convicción. Claro está que unos somos mas Cristo y otros Pilatos. Aunque al fin y al cabo, todos manipulables.

Si después de ver la representación hay quien todavía tiene hambre de comida rápida; no se preocupen. En el Burguer King aun quedan existencias. Aunque según el discurso de Rodrigo García, piensen por un momento en a quien pudieran estarse comiendo.
MÁXIMO CRECIENTE

martes, 18 de enero de 2011

NEIL SIMON SIEMPRE A FLOTE

PLAZA SUITE

Autor: Neil Simon. Versión y dirección: Carlos E. Laso. Intérpretes: María José Gallego, Merche Lagarejo, Monica Souto, Vicente Casado, Jesús Martínez, Ángel Jiménez, Juan Carlos Galdo

Siempre es un verdadero placer reencontrarse con Neil Simon. Para todos aquellos que hemos crecido admirando comedias como “La extraña pareja”, “Descalzos por el parque”, “La chica del adiós”, por citar tan sólo unos pocos ejemplos, es un gusto redescubrir que el humor que destila este viejo neoyorquino funciona tan eficazmente hoy en día como lo hacía en el momento en que fue escrito.

“Plaza Suite” es un ejemplo perfecto. Escrita en 1968, esta disección de la clase alta norteamericana posee todos los elementos que hicieron popular la obra de Simon: una perfecta construcción de situaciones y personajes, una fina ironía, diálogos veloces e ingeniosos y una pizca de amargura/ternura que toca la fibra sensible.

“Plaza suite” nos presenta tres historias que tienen como nexo común el que transcurren en la habitación 719 del hotel Plaza. Eso y que las tres ironizan sobre el matrimonio. La demoledora visión sobre la pareja sigue siendo tan fresca y actual como hace cuarenta años. Simon utiliza su afilada pluma para mostrarnos, en clave de alta comedia, los trapos sucios, las bajezas, las miserias de tan sacrosanta institución.

Y este montaje funciona, no gracias a la compañía Drama Contra Mundum que lo ha llevado a escena, sino a pesar de ella, que desde el primer minuto se dedica a torpedearlo.

El problema de la alta comedia es que para que funcione necesita de “cosas”. Hay que vestirla. Uno puede montar a Shakespeare con cuatro elementos y un escenario neutro y podemos asistir desde nuestras butacas a batallas, increíbles viajes, etc… Tal es el poder de la narrativa del genial bardo. Pero con Simon es distinto. La comedia de Simon necesita adornarse para que su brillante mecanismo de relojería funcione a la perfección. Necesitamos ver para creer. Necesitamos admirar el lujo del Plaza para contraponerlo con las miserias de esos personajes que lo habitan. Necesitamos ver los chaqués que se rasgan para poder entender esa clase alta que se desmorona.

La compañía ha hecho un esfuerzo encomiable a la hora de llevar esta obra a los escenarios. Pero quizá son demasiadas las “cosas” que son necesarias para poner en pie esta comedia. El montaje falla en cuanto que la puesta en escena no está en muchas ocasiones a la altura del texto. La mayor parte de la obra se mueve en los terrenos de la comedia sofisticada, pero hay elementos que no siguen ese código: algunos elementos del vestuario, como ese risible chaqué del último acto; todas las pelucas, imposibles e increíbles; personajes como el del botones, nos remiten a lenguajes que tienen que ver más con el clown que con la alta comedia. Esta mezcolanza hace que no terminemos de entrar en la obra, sacándonos una y otra vez de lo que ocurre en la escena. Tampoco ayuda la escenografía, fea, y a la que apenas se le da ningún uso. Ni siquiera las actuaciones; faltos de subtexto, los actores se dedican a moverse de un lado para otro limitándose a recitar sus papeles, cuando consiguen no tropezar con las endiabladamente ágiles frases del dramaturgo.

Y pese a todas estas cargas de profundidad, el público, incluido éste crítico, ríe. Tal es el poder de la obra de Simon. Si uno consigue abstraerse de todo lo anterior, si uno consigue profundizar en el texto, puede “disfrutar” del espectáculo.

Aunque quizá, por el precio de la entrada, prefieran comprar el libro y leerlo cómodamente en casa.

Marisa Plasencia

lunes, 17 de enero de 2011

Adiós a la música de nuestra vida



Augusto Algueró llevaba la música diluida en las venas. Se dedicó a ella desde casi todos sus frentes. Fue compositor, director de orquesta y arreglista. Recuerdo cuando era pequeño y en casa bailábamos como locos al ritmo de La chica ye-yé. O cuando mi padre cantaba Penélope con voz melancólica mientras mi madre le acompañaba desde la cocina. Incluso llegué a presenciar una escena que me hizo sonreír durante mucho tiempo. Mi padre, arrodillado y sujetando las manos de mi madre, mientras le cantaba a voz en grito: "estando contigo, contigo, contigo me siento feliiiiiiiiiiiiz, y cuando te miro, te miro, te miro me olvido del mundo y de tiii". Entonces pensé que el amor era eso.


Han pasado muchos años y Augusto -de alguna manera le siento tan cercano que me permito el lujo de llamarle por su nombre- nos ha dicho adiós. No ha habido música, ni trompetas de ángeles ni meneos de caderas. Sólo un irse despacio, casi sin hablar, en brazos de su esposa, Nacha, con la que llevaba casado más de veinte años.


La trayectoria de Augusto fue reconocida en vida, y así se lo hicieron saber en el año 2005, otorgándole un premio que reconocía su aportación a la música popular. La música fue su vida, y el gran legado que ha dejado resonará en nuestras cabezas hasta el final. No pocos habrán tarareado hoy sus canciones, como sencillo homenaje a este hombre que vivió por y para ella.


Como él mismo dijo: "La música es el lenguaje más universal que existe y a ella le he entregado mi vida entera". Ojalá le acompañe allá donde vaya.
Descansa en paz, Augusto.

Müll Dávila

domingo, 16 de enero de 2011

Y os alimentaré con mi palabra

Gólgota Picnic. Dirección, dramaturgia y escenografía: Rodrigo García; Reparto: Gonzalo Cunill, Núria Lloansi, Juan Loriente, Juan Navarro, Jean-Benoît Ugeux. Pianista: Marino Formenti; Música: Las siete últimas palabras de Cristo en la cruz, de Joseph Haydn. Teatro María Guerrero, CDN, hasta 6 Febrero de 2011.

Que Rodrigo García es una personalidad controvertida lo sabemos todos. Que en sus espectáculos siempre hay quien se siente ofendido y abandona la butaca, también. Y por primera vez es el Centro Dramático Nacional quien pone sobre las tablas una de sus obras, arriesgándose (ya era hora) a la furia de un público más convencional.

Gólgota Picnic, de claras referencias religiosas, es una reflexión sobre la figura de Jesucristo y la influencia que la religión ha tenido en la sociedad actual. A partir de la enumeración habitual en García, el texto nos ofrece, de manera fluida y absolutamente poética, la visión de un Cristo corrupto. Lo compara con los políticos actuales, culpa de gran parte de los problemas de hoy a sus seguidores, a los que trata de fanáticos. En una obra llena de analogías entre nuestro mundo y el de "El Salvador", García profundiza de manera absolutamente precisa en el engaño de una religión que considera obsoleta. Y lo hace sin piedad, a su modo. Sin morderse la lengua. García escupe palabras preciosas y las acompaña de insultos, acusa, no perdona, no se rinde.

La escenografía es un acierto. Una acumulación de panes de hamburguesa sobre el suelo. Panes que llenan la sala de un olor reconocible. Que incitan al hambre. Hasta que todo comienza. Es escenario se deshace ante nuestro ojos al paso de los actores. Cinco personajes en escena que deslizan las palabras de García por nuestro oídos de manera cercana al discurso. El problema viene cuando la profusión de imágenes es tal, que es imposible seguirle el ritmo a todo. García abusa en ocasiones de la mezcla de elementos. Las grabaciones en tiempo real que se suceden en una gigantesca pantalla instalada al fondo; los monólogos de los actores; las imágenes de sus cuerpos; esos otros que no hacen nada, pero que están ahí, esperando el momento preciso. En definitiva, demasiados elementos que hacen imposible no perderse algo, a veces demasiado, del texto.

La fábula bíblica se nos muestra en estos cinco personajes, que recrean la Crucifixión, el vuelo del Ángel Caído, los demonios (personificados en la figura de la niña del exorcista)... personajes de carne y hueso que pisan, comen, escupen, se cubren de pintura, se restriegan, se frotan, se dibujan, sobre ese oloroso tapiz. Sobre los panes multiplicados, imagen clara, según García, de la prepotencia de Jesucristo. Cuerpos que además nos muestran lo escatológico, lo desagradable... la sangre, el sudor y las lágrimas.

Y después de tanto ruido, llega la música. Un pianista prodigioso, que se desnuda en cuerpo y alma. Que acaricia el piano hasta el final, delicadamente. Incluso cuando se convierte en una bestia que respira como si acabara de cazar. Que nos muestra Las siete últimas palabras de Cristo en la cruz hasta el agotamiento final. Hasta el último suspiro, que derrama como si rugiera. Su desnudo no resulta gratuito, es el desnudo último, la reivindicación de lo eterno, la gloria. La liberación final.

Dos horas y media de función, una de ellas simplemente llena de música maravillosa. Sí, se vaciaron algunas butacas, hubo murmullos, y exclamaciones escandalizadas y algún que otro suspiro de desagrado. Pero lo que está claro es que García no dejó indiferente a nadie. Menos aún a aquellos que se alimentaron con verdaderas ganas en un picnic, cuanto menos, religioso. Amén.

Calderón enamorado



Dirección: José Maya. Dramaturgia: José María Ruano de la Haza. Reparto: José Bustos, Álex Tormo, Alicia González y Cristina Palomo. Música en directo: Tony Madigan. Ambientación y Producción: Teresa Valentín-Gamazo. Figurines Siglo XVII: Guadalupe Estévez. Realización Vestuario: Ana Díaz. Iluminación: Pablo Jaenicke. Fotografía: Manuel Benito, Alicia González.

La inexperiencia en el amor, los celos, la infidelidad y los enredos –todo ello inspirado en las obras de Calderón de la Barca- conforman la obra “Calderón enamorado”. Un texto del dramaturgo José María Ruano de la Haza, Catedrático de Literatura Española en la Universidad de Ottawa (Canadá) y considerado como uno de los mayores expertos en la obra de Calderón. Dirigido por José Maya, se estrenó el sábado 15 de enero en La Guindalera.

El autor parte de la idea de que apenas se sabe nada de la vida íntima del dramaturgo del Siglo de Oro, e inventa una trama basada en la inexperiencia de Calderón en el amor, basándose en fragmentos y situaciones reflejadas en sus obras.
Refleja también el Madrid y las costumbres de la época, todo ello siguiendo el modelo de las comedias de enredo.

El director, José Maya, crea una coreografía que acentúa la sensación de enredo. Son cuatro actores/narradores que dan vida a cuatro personajes. La escenografía se construye con cuatro sillas, y el cambio de narrador a personaje, o de personaje a narrador se apoya en el vestuario.

Alex Tormo destaca sobre los demás actores, por su gestualidad, su dicción y su seguridad, aunque Alicia González tampoco deja indiferente.

El trabajo de Tony Madigan es maravilloso, tocando dos instrumentos y participando en algunos de los gags más graciosos de la obra.

Tienen mucha fuerza las escenas de enredo. Son escenas ágiles, en las que los actores están en tensión y manejan el espacio con elegancia. El juego entre Calderón que se debate entre Doña Ana y Flérida, da pie a escenas fuertes. La escena del principio y la del final, en las que los actores son narradores, pierden mucha fuerza y se nota hasta en la dicción.

La propuesta es buena, pero da la impresión de que se ha quedado a medio camino, podría haberse jugado más con la idea de mostrar a un Calderón desenfadado. A pesar de esto, es una reconstrucción que resulta verosímil y que nos acerca a las posibles historias de amor, de celos y de pasión que dieron pie a su poesía.



Aphrax K.

Plano secuencia. Morir…

¡Dormir! Tal vez soñar

Luis García Berlanga

Don Luis murió el pasado 13 de noviembre del 2010, hasta el momento del deceso durmió y soñó, soñó en la vigilia, soñó mientras dormía, y creó. Antes de morir, la vida le sumergió en el profundo sueño del Alzheimer, y ya no le dio opción a despertar.

En su juventud se apuntó en la división azul, con la intención de que este acto facilitase la estancia de su padre en la cárcel, había sido encarcelado por su pertenencia al frente popular, su delito: haber sido gobernador civil durante la Segunda Republica. Desde el principio, vida y obra de Berlanga estarán completamente ligadas a la evolución política y vital de nuestro país.

Este valenciano nació para la vida 12 de Junio de 1921 y para el cine en 1947 tras ingresar en el “Instituto de Investigaciones y Experiencias Cinematográficas de Madrid”. Recibió el bautismo con la película Esa pareja feliz con un guión en el que colabora otro grande, Juan Antonio Barden. Su puesta de largo vino de la mano de Bienvenido Mister Marshall, y rozó la cumbre cuando fue nominado al Oscar a la mejor película extranjera por Placido.

Berlanga destaca por su habilidad e imaginación para crear durante la censura. Almodovar ha dicho de él que de haber trabajado en inglés tendría una proyección internacional, no importa, para nosotros es un clásico de oro, afortunadamente lo fue también en vida.

Al igual que a Fellini, a Berlanga le gustaba el erotismo, dirigió durante años la colección de literatura erótica La sonrisa vertical, un sencillo título que contiene un buen ejemplo de esa ironía y acidez que pueblan toda su obra, y que le eran tan útiles a la hora de desvelar la verdad.

Don Luis fue sin duda el rey del plano secuencia, sus películas están llenas de largos planos secuencia, le gustaba, porque a pesar de ensayarlo una y otra vez, antes de proceder a la toma definitiva, la improvisación entraba en él por la puerta grande y con ella entraba la vida, una vida, que desde hace ya unos días, se manifiesta en cada encuentro con su obra.
Edepe

TRES (Pensar la risa)




Mutis Producciones. Autor y director Juan Carlos Rubio.
Actores: Kiti Mánver. Nuria González. Aurora Sánchez. Octavi Pujades.
Teatro Lara, Madrid

Sorprende que nada más abrirse el telón se escuchen risas en la sala, realmente no ha pasado nada, pero el público parece dispuesto a la risa, supongo que esto es bueno, pero un poco raro, tal vez los verosímiles porros que se fuman los personajes durante los primeros minutos, vayan un poco más allá de lo verosímil y la bocanada de humo que se desplaza por la sala, sea la causante de tanta risa. Sin embargo algo no funciona, la señora que está sentada a mi lado se gira hacia mí cada vez que la risa asoma por su garganta, busca una complicidad que progresivamente dejará de buscar, para marcarse un escasamente disimulado bostezo cercanos ya al final.
De entrada “Tres” es una comedia que funciona, así lo demuestran los 30.000 euros que viene recaudando cada semana. El tema es actual, tres antiguas compañeras de colegio, hoy mujeres talluditas y sin pareja, deciden abordar la maternidad (se deja traslucir que por soledad). El decorado también apunta hacia el moderno minimalismo de un único espacio completamente diáfano. Sin embargo la función tiene un tufillo a otra época: el movimiento de los actores en escena, los personajes esteriotipados (El personaje de Ángela trae a la memoria a una inigualable Gracita Morales), y una rancia utilización del atrezzo, no concuerdan con esa supuesta actualidad.
Tema aparte es el texto, todo apunta a que Juan Carlos Rubio va a adentrarse en ese moderno tema de las nuevas formas de familia, y desde la comedia, ¡wao!, pero transcurrido el primer cuarto de hora todo se ha convertido en una excusa para la interacción de los distintos personajes y sus chistes.
Dividida en tres actos, los dos cortes están arropados por unos cortos monólogos moralizantes que a lo único que contribuyen es a deshacer el ritmo y a divulgar un poco más a ese viejo amigo de la adolescencia que es Gibran Kalil Gibran.
“Tres” podría ser una buena comedia, no lo es, le falta instinto, modernidad, agilidad, dos actos serían suficientes, descubrirnos a esos personajes sin que todo sea un chiste sería interesante. El público se ríe, se ríe mucho, pero cuando acaba la función sale con la misma idea del mundo con la que entró.
Si necesita reírse vaya a verla, la risa es buena en cualquier momento. Si lo que quiere es risa y algo más espere a la siguiente oportunidad, aunque por lo poco que se prodiga el género “comedia” tal vez haya que conformarse. Usted decide.


Edepe

jueves, 13 de enero de 2011

El show de Juanito Navarro

Era madrileño y había debutado en 1945 con 21 años, en la zarzuela La blanca doble, haciéndonos reír, lo que mejor sabía. Y lo consiguió en diversas compañías de revistas, de pueblo en pueblo, junto a las famosas vedetes de la época. Poco después, en 1958, decidió lanzarse a la aventura empresarial, que le duró poco tiempo, pues al año siguiente trabajaba ya para otros productores en teatros de la capital, junto a una jovencísima Lina Morgan, por ejemplo. En 1962 fue contratado por Tony Leblanc, junto a Antonio Casal, o la vedette Addy Ventura, e interviene en dos revistas escritas por el mismo Leblanc. Al caer éste último enfermo, la compañía fue comprada por el empresario Colsada, que dirigía el teatro La Latina, en Madrid. Allí, junto a los dichos y a Lina Morgan, participó en los reestrenos de varias obras que habían tenido bastante éxito en Barcelona en manos de Queta Claver o de Quique Camoiras. Tras una separación eventual de Lina Morgan, volvió con ella al teatro La Latina (gracias a un programa de televisión), para trabajar a razón de 6 meses en la capital, y 6 meses en provincias. La experiencia fue todo un éxito, pero a los 10 años Colsada decidió no contratar más a Lina. Las sustitutas fueron muchas y variadas, desde Rafaela Aparicio a Paloma Hurtado, incluso a principios de los 80 la emergente Bibi Andersen, pero para entonces Juanito ya había formado una compañía propia (con sede en el Teatro Calderón de Madrid), con la que recorrería España junto a otro cómico, Simón Cabido (Doña Cocleta y Don Ciruelo), y posteriormente junto a Antonio Ozores. La relación artística con estos dos cómicos continuó en televisión, sobre todo junto al segundo, en el programa Un, dos, tres. En los años 90 continuó en la revista, y en los 2000 en obras de más o menos éxito, como La novia del príncipe. También probó la aventura de estar solo en escena, con El show de Juanito Navarro. Pero tras esta tentativa algo infructuosa, volvió a formar un dúo cómico, en esta ocasión con Quique Camoiras, pero debido a la edad de ambos, la gira no llegó a tantas plazas como en sus buenas épocas.

El domingo pasado fue al campo de fútbol a vitorear a su equipo favorito, el real Madrid, del que era socio desde pequeño, siendo poseedor de un carnet con uno de los números más bajos. Por la noche se acostó y ya no se pudo levantar más para hacernos reír. Pero nos dejó su humor en algunos Estudios 1 (grabaciones de teatro en televisión), en los diálogos con Ozores del Un, dos tres, o incluso en algún vinilo junto a Lina Morgan; pero sobre todo queda su recuerdo sobre los escenarios, en el directo, cara a cara, frente al auditorio, en aquellos teatros madrileños o de provincias donde estaban sentados nuestros padres, nuestros abuelos, riendo sin parar.

nico guau

Prometía


PROMETEO
, de Esquilo/Heiner Müller.

Dramaturgia: Pablo Ley y Carme Portaceli. Reparto: Carmen Elías, Pepa López y David Bagés, entre otros. Producción: Centro Dramático Nacional, Grec 2010 Festival de Barcelona, y Factoría Escénica Internacional

Teatro Valle Inclán, diciembre de 2010.



Prometía por la foto publicitaria de la cara de una sudorosa actriz mirando a cámara, por la música en directo, por el mito en sí, pues gracias a Prometeo, nosotros, humanos, tenemos conocimientos. Pero no llegó a cumplir.

El alemán Heiner Müller, una de las más conocidos dramaturgos europeos del siglo XX, realizó una serie de revisiones de mitos griegos, entre las que se encuentra este Prometeo. Y una de las primeras obras que se conserva del teatro griego es precisamente el Prometeo encadenado de Esquilo, el primero de los tres trágicos griegos. A partir de estos dos textos, Pablo Ley y la directora Carme Portaceli realizan una versión propia confusa a ratos y, bastante lúcida en otros momentos, como el principio.

Comienza la función y cuatro jóvenes vestidos de militares entran por un lateral para colocarse ante unos instrumentos, que empiezan a tocar. Escuchamos su música mientras un cañón de luz apunta a una joven actriz, Gabriela Flores, que consigue que entendamos la creación del universo en el largo relato que de su boca sale disparado a un alto e innecesario volumen hacia un micrófono. Se trata del coro de la tragedia griega, condensado en un solo personaje. Cuando ha terminado, para alivio de nuestros oídos, otro personaje cruza el charco, (porque resulta que aquello que parecía agua a juzgar por los reflejos de la luz de sala en el escenario oscuro, era finalmente agua), y sube por una escalera de caracol que hay dentro de una alta torre de hierro para encender una luz giratoria en lo más alto. La cumbre de este inmenso armazón de hierro no podrá ser vista por el espectador sentado más allá de la tercera fila, a causa de su excesiva altura, pues fue construida para el escenario del Grec, que es donde se estrenó el montaje. De hecho, para que el decorado quepa y todos puedan verlo lo mejor posible, se ha prescindido de bambalinas y telones.

A continuación, un carcelero conduce a un personaje encapuchado por una pasarela elevada un metro sobre el nivel del agua, hasta el pie de la torre, y le ata las muñecas a los barrotes. Obviamente se trata de Prometeo. Al quitarle la capucha vemos a una actriz interpretando ese papel, una intensa Carme Elías, que salva un montaje básicamente aburrido. "Los mitos no tienen sexo, (...) y en nuestro caso, Prometeo es una mujer", afirma en una entrevista la directora, Carme Portaceli, justificando la elección de la protagonista en vez de manifestar lo que todo el mundo está pensando y el motivo por el cual una alta proporción del público acude y acudirá al teatro: el tener una actriz como Carmen Elías, que creo haber ya dicho que es quien sostiene el espectáculo. El resto de actores cumplen en su función de comparsa al visitar a Prometeo cual si de una consulta de médico se tratara, es decir, uno tras otro; mientras tanto la orquesta de vez en cuando acompaña con una sugerente y adecuada música de jazz, compuesta y dirigida por Dani Nel·lo.

A lo largo de la función, cuando uno menos se lo espera, algún personaje chapotea o se reboza en el agua mientras habla, pues al fin y al cabo, para algo se ha llenado con ella una piscina de 300 metros cuadrados que cubre toda la superficie del escenario. Esta escenografía acuática y este faro que se adentra en el mar al final de una pasarela elevada sobre pilotes, se manifiesta hostil a Prometeo, como castigo por haber desafiado el poder establecido y haber entregado el fuego a los humanos. Paco Azorín, el escenógrafo que ha diseñado esta mole (de hierro y aluminio casi en su totalidad), refuerza por tanto la idea de la condena eterna que debe sufrir el protagonista por su atrevimiento. Pero precisamente por la materia prima utilizada, también se hace pesada.

Llegando al final, se nos cuenta, por medio de otro monólogo y con una simultánea y grotesca traducción gestual, lo que pasó después de la historia que acabamos de presenciar, es decir, lo que hicieron los humanos con aquello que se les dio. Esta última escena crea un paralelismo con la primera de la obra, pero a aquellas alturas de la noche, la atención del auditorio estaba bastante dispersa. Este Prometeo es, en resumen, un excesivo montaje (pagado por dos potentes teatros públicos españoles), que hace todavía más complicado entender un texto de difícil comprensión.

Poco después de estrenarse el montaje en esta sala de un teatro nacional de 510 butacas de aforo, sólo estaban ocupadas 30, en su mayor parte por invitados, que reprimían casualmente algún bostezo. Al fin, una vez liberado Prometeo de sus ataduras en la torre, este público, por ser tan educado, o quizá por haber entrado gratis, aplaudió cortésmente. Pero como un servidor, supongo que ellos también regresarían a casa decepcionados, porque no encontraron lo que se les había prometido.

nico guau

miércoles, 12 de enero de 2011

DESÁTAME

Prometeo de Esquilo y Heiner Müller
Dramaturgia: Carme Portaceli, Pablo Ley; Dirección: Carme Portaceli; Reparto: Carme Elias, David Bagés, Luisa Castell, Lorenç González, Gabriela Flores, Pepa López, Albert Pérez
Música: Dani Nel-lo,; Escenografía: Paco Azorín; Centro Dramático Nacional. Teatro Valle-Inclán; Estreno 10 de diciembre 2010.

Tanto Esquilo como Heiner Müller 2.500 años después, fueron testigos de importantes cambios políticos en la época que les tocó vivir. Los paralelismos entre ambos han sido decisivos a la hora de concebir este clásico y su revisión milenios más tarde.
En esta versión de Carme Portacel, después de entregar el fuego y la sabiduría a los humanos y haberse enfrentado al poder de los dioses, parece que a esta Prometeo, Zeus le ha atado con las cadenas muy sueltas. Y tan a gustito que está la señora.

Cual Mónica Naranjo con resaca de varios after más tarde, a Prometeo, convertido en una mujer y princesa del pueblo, interpretada por Carme Elias, se la encadena al decorado sin que rechiste. Paco Azorín, encargado de la escenografía, ha diseñado para el largo padecimiento de Prometeo, algo parecido al mirador de Coney Insland en N.Y.C. Es aquí llega toda la troupe de uno en uno para recordarle a la Elias: “chincha, que ahí te quedas hasta que las ranas críen pelos”. ¿Y lo a tranquila que esta ella? Que parece le gusta que le coman el hígado más que a un tonto un palulú.
En el reparto, dejando de lado su vestuario, hay grandes trabajos. Cabe destacar a Gabriela Flores que asume la función del coro dándole un aire a lo stand up comedy, así como de David Bages en el papel de Hermes y Albert Pérez como Hefesto.

Sobre los elementos del montaje, a decir verdad, poco de la puesta en escena ayuda a comprender esta tragedia. Dentro del variopinto aunque funcional vestuario resalta el conjunto de la Elias, con brillante traje pantalón, que ni robado a Diana Ross en el ropero del Studio 54, así como el de la ninfa, con vestido de putón de Halloween; cortesía de Caramelos Paco. La orquesta en directo, dirigida por Dani Ne-lo, ameniza las transiciones con una partitura jazzistica de color a cabaret de entreguerras; y porqué no, también con un aire a la sintonía de la “Familia Adams” con Morticia encadenada en Coney Insland.

Por lo que se ve, para continuar un proceso de renovación del teatro, parece deducirse que a los clásicos hay que darles un enfoque nuevo. Hay que poner un poquito de comedia en la tragedia, añadir una pizca del estilo Tarantino (que le va mucho al mito), un pellizco de music hall para no aburrir, y por supuesto un toque de cabaret, que siempre da un aire siniestro muy de vanguardia, y no puede faltar en los tablaos contemporáneos. Ante la curiosidad que tales ocurrencias suscitan, uno llega a preguntarse, si el mito de Prometeo llamó al cabaret. ¿O fue el cabaret lo que llamó al mito de Prometeo? ¡Qué difícil! De cualquier forma. ¡Qué divertido es esto de buscar paralelismos entre ideas dispares! Y es que para algunos el culo casa con las témporas. ¡Y a veces, incluso te subvencionan!


MÁXIMO CRECIENTE

martes, 11 de enero de 2011

La Noche de la Mezcla

La incógnita que preside los espectáculos tipo cabaret o vaudeville reside en la falta de unidad que predomina en dichos eventos: quedarse o irse, esa es la cuestión. Al no haber un hilo conductor claro, los chicos que ofrecieron al público del Café la Palma el espectáculo La noche de la mezcla, se enfrentaron a este problema. Música en vivo, chistes, títeres y un monólogo eran los ingredientes de un coctail falto de dirección y coordinación.
Es cierto que, por un lado, una estructura caótica puede causar en el espectador una sensación de estrés por la ausencia de armonía y equilibrio. No obstante, el público de nuestro tiempo mantiene difícilmente la atención durante un largo rato. Y fueron precisamente los cambios de números, las entradas y salidas a escena de los distintos artistas los que dotaron al espectáculo del dinamismo necesario para captar la atención de la grada.
A decir verdad no se trataba de una grada, sino más bien una sala de suelo liso, sin asientos. Sin embargo, al tratarse de un local destinado al consumo de bebidas – era un café - el espacio favorecía para transmitir la idea de variedades que sustentaba todo el espectáculo. La buena acústica de la sala nos permitío deleitarnos con las actuaciones musicales de J.E.S.U. + Invitados y de Mr Blaky. Los primeros abrieron la lata con media docena de versiones en acústico (dos guitarras y un cajón) de canciones de culto del rock alternativo, imitando a los míticos grupos como Nirvana y the Pixies, entre otros. Mr Blaky cerraba la actuación con un sonido potente, resultado de una mezcla de rock duro y hip-hop. Entremedias de los dos conciertos pudimos presenciar un monólogo - Ejecutor 14 – cargado de emoción y reflexión a propósito de la guerra, leído por el actor mejicano Raúl Rodríguez. El hecho de ser leído resultó chocante, puesto que anclaba la mirada del intérprete a los folios que sostenía en mano, lo cual detuvo el ritmo general. Un ritmo que se volvía a recuperar con las apariciones de unos títeres manipulados por Oscar Merino, gracias al humor e imaginación que acompañaban dichas apariciones.
Cabe destacar también el pésimo juego lumínico que, lejos de apoyar lo que sucedía en escena, distraía al espectador, ya de por sí distraído y alborotado por tanto cambio. También es verdad que nadie pudo sentirse engañado – el propio título de la función anunciaba de antemano lo que nos íbamos a encontrar: los amantes de la variedad escénica pudieron satisfacer su hambre de espectador, independientemente de la heterogeneidad del espectáculo.

En qué piensan los críticos cuando ven actrices guapas

Título: The Homecoming
Autor: Harold Pinter
Dirección e interpretación: companía Great Mascarad
Lugar: La Grada, Guadalajara
Fecha: 27 diciembre de 2010


La semana pasada tuve el privilegio de asistir a un bonito espectáculo, uno en el que corroboré mi propia opinión acerca de la fuerza femenina en el teatro. Y no lo afirmo por lo que observé encima de las tablas del teatro “La Grada”, en Guadalajara – “The Homecoming”, de Harold Pinter, representada por la compañía británica “Great Mascarad” – sino por la presencia a mi derecha de un crítico profesional, que se hallaba allí por motivos profesionales. Dicho ser disfrutaba tanto de lo que veía que se quedaba dormido por momentos desde el comienzo. El pobre no conseguía llegar a la fase R.E.M. puesto que el resto, exceptuándome a mí – que le miraba a él –, estaban pendientes de la obra: algunos reían, otros aplaudían de cuando en cuando. Sin embargo, la mayoría de los espectadores no se mostraban atrapados por la obra, no había verdadero entusiasmo. Pero bien, llegado el cuarto de hora de la representación salió a escena la única actriz de la compañía, una chiquilla inglesa llamada Jane Watson. Es preciso recordar que el argumento de la pieza de Pinter tiene cobra vida precisamente con la aparición de una mujer. Aquí viene lo mejor. De repente, como por arte de magia, el espectáculo adquirió un inexplicable esplendor: los diálogos fluían con más ritmo, el público comenzó a entender el humor negro del dramaturgo inglés, y el crítico del asiento contiguo, pasmado, posó su mirada y con ella todo su interés en la interpretación de esa tal Jane. No se movía. No pestañeaba. Se le caía la baba. La miraba a ella al tiempo que su respiración se hacía más salvaje y su pulso cardíaco se disparaba. Recordé el pasaje de Oscar Wilde en el que su héroe Dorian Grey ve por primera vez a Silbila Vane, de la que se enamora locamente. Unos instantes pensé que la extremidad más masculina del caballero que tenía a mi lado iba a romperle el pantalón y abalanzarse desde la fila seis hasta el mismo escenario. Entonces yo también quise fijarme bien en esa criatura y averiguar en qué consistía su encanto. Era muy fácil: una belleza que rozaba la veintena, con enormes ojos azules y unos cabellos bañados en oro hacían brillar su precioso rostro. El vestuario apretado le venía como anillo al dedo a su delicado, pero a la vez bien formado, cuerpo. La iluminación, atenuando los focos secundarios y centrándose en ella, también ayudaba. La representación me atrapó, y cuando quise darme cuenta, la butaca del señor crítico quedó vacía y permaneció así hasta la bajada del telón final. No sé lo que habrá escrito aquel hombre en su crítica, pero una vez acabada la obra, cuando todo el mundo ovacionaba a la señorita Watson, apareció él, al pie del escenario, con un ramo de flores. Un ramo, desde luego, merecido, y un gesto consecuente con la actitud del crítico, como gran profesional que mostró ser.

lunes, 10 de enero de 2011

En sus zapatos


















Sola en el bosque escrita y dirigida por Silvina Rodríguez
Dirección: María Robín
Madrid, La Usina. Estreno ¿?



¿A que mujer en sus cabales se le ocurre vivir sola en el bosque? Esta premisa es el motor de arranque de la otra historia de Caperucita. En esta ocasión el cuento se convierte en testimonio, pues no existe narrador, si no testigos directos de ciertos momentos en la vida de Caperucita. La archiconocida chiquilla del cuento, ya adulta, ha muerto en terribles circunstancias, sin haberse resuelto todavía quién o quienes fueron sus verdaderos asesinos.

Sola en el bosque es un espectáculo unipersonal conducido por la actriz y dramaturga Silvina Rodríguez, que interpreta a cuatro personajes, caracterizados por el uso de sus zapatos. Los mismos que encarnan a los personajes también son utilizados como la convención de un teatro de objetos. Es mediante unos zapatos rojos el único momento en que Caperucita se haya presente, a partir de un flashback en primera persona. Desde Cloe Clifford, intima amiga de Caperucita, a una Conferenciante que reflexiona sobre el sentido de la tragedia, Silvina Rodríguez se mueve en el terreno de una ficción concreta, así como de la tesis que extrae sobre ésta. Es así como la obra avanza entre la inmersión y el distanciamiento. Tiene lugar incluso la disertación como actriz acerca de las diferentes teorías y técnicas actorales de Strasberg o Meyerhold, por ejemplo.

Como actriz, en escena, Sivina Rodríguez es a su vez otras y es ella misma, pues los roles que ha creado parten de sus propias obsesiones. La actriz encarna a los diferentes personajes desde su más íntima angustia vital, sin por ello dejar de emanar su peculiar vis cómica. Silvina muestra el sentido de la comedia que nace desde el drama; desde su propio dolor. Sola en el bosque es ambas cosas a la vez: pura comedia y oscuro drama. Una fusión que nace desde una ironía fecundada en el padecimiento. Es, en otras palabras, un clown del cual, sus serias circunstancias se convierten en risas para el espectador.

Es a partir de cierto momento de la obra que los personajes pierden su protagonismo para ser uno sólo. Esta es la actriz misma que se sale de la obra dando cuenta al público sobre sus propias inseguridades, valiéndose del metateatro y la purga psicoanalítica. Aparte de una comedia policiaca, Sola en el bosque es un espectáculo sincero en el que Silvina Rodríguez se desnuda regalándonos una preciosa confesión, además de alguna otra sorpresa.

Aunque se trate de un espectáculo unipersonal de corta duración, no conviene calificarlo de escaso, sino más bien al contrario. Es quizás la sala que acoge esta obra la que, por diferentes cuestiones de iluminación y aclimatamiento sonoro, no contribuye al lucimiento de los montajes que programa.

Sola en el bosque, con la única compañía de sus zapatos, permanecerá en cartel hasta el 28 de enero.


MÁXIMO CRECIENTE

domingo, 9 de enero de 2011

“Una breve y digestiva cena de navidad”


La larga cena de Navidad, de Thornton Wilder.
Reparto: Juan Pastor, Noemí Irisarri, María Pastor, Raúl Fernández, Cristina Palomo, Carmen Gutiérrez, etc. Espacio escénico y dirección: Juan Pastor. Producción: Teresa Valentín.

La larga cena de Navidad de Thornton Wilder es traída a la sala “La Guindalera”, ya como costumbre, en Pascua. Cada año, por costumbre también, se agotan las entradas y el público asiste a una suerte de catarsis de sus propias vivencias navideñas. Todo ello en un tiempo récord, una hora.

A Thornton Wilder se le conoce fundamentalmente por haber escrito novelas (ganó el premio Pulitzer de Narrativa en 1928) y haber hecho algún cameo en cine (colaboró con Hitchcock, se llevó a la pantalla una comedia musical suya, etc.)

En teatro se inclinó por la crítica social. La larga cena de navidad, sin embargo, carece de estas pretensiones. Se trata más bien de una oda a ese ritual agridulce navideño en que todo el mundo ha de estar contento pero es inevitable pensar en los que ya no están: las mismas frases se repiten, los ecos de los parientes fallecidos en boca de los que aún viven, las nuevas voces… Se trata de una cena en la que tienen cabida los misterios esenciales (y existenciales) de la vida.

Siguiendo con la idea de una estructura ritual, en La larga cena de navidad no pasa nada. No pasa nada en el sentido de que no hay tramas y los personajes apenas se desarrollan. Básicamente nacen, crecen, se reproducen y mueren ad infinitum. Asistimos a los nacimientos a partir de un carrito de bebé que llevará la nodriza/criada (para quien, por cierto, el tiempo no parece que pase). La evolución de los personajes va de la mano, fundamentalmente, de la interpretación, pues con un cambio en el gesto y una colocación de gafas medio caídas, los personajes van cumpliendo años. La muerte les llega por el foso, fuera de escena (fuera de la cena), acompañada de música cada salida.

La estructura circular, una vez asimilado el mecanismo, resulta algo monótona –le salva que el tiempo de la representación es bastante breve -. Sin embargo, a pesar de esto, merece la pena por lo original y minuciosa que es la puesta en escena: Ante todo, Juan Pastor nos traslada a un mundo artificioso, casi onírico, donde, de hecho, los personajes visten en camisón de dormir del siglo diecinueve. Llevan la cara pintada de blanco, con ojeras muy marcadas, lo cual resalta su irrealidad y permite que no empaticemos con ellos (y se agradece, porque de lo contrario, ¡vaya llorera!), al tiempo que depositamos en los mismos nuestras propias experiencias con personajes similares de nuestra familia.

La interpretación, acorde con el efecto distanciador del vestuario y el maquillaje, también es exagerada. Juan Pastor “muñequiza” a los personajes de Thornton. En la medida en que el texto no es en absoluto psicologista, sino que tiene pretensiones de alegórico, el director ha optado por resaltar su artificiosidad, lo cual, es un acierto.

A la hora de llevar a cabo esta estética, los actores, de manera unánime, saben utilizar su cuerpo e, incluso, su voz para desnaturalizar la escena (por cierto, miman, incluso, que comen y beben). Sin embargo, dentro de estos, cabe destacar ciertos matices. Mientras que Cristina Palomo sabe llevar la naturalidad en la artificialidad (esto parece un galimatías), María Pastor se abandona en la teatralidad más barroca. También es destacable lo camaleónica que puede llegar a ser Carmen Gutiérrez.

Cuando termina esta larga cena, los personajes se colocan al fondo del escenario, ataviados ahora con unas alas de ángel (pues ya todos han ido al cielo, se entiende) ordenados de arriba abajo, para cantar varios villancicos en inglés. Este momento resulta uno de los más bellos, ya no sólo por las voces sino por la composición plástica. Al acabar la canción, llegan los aplausos y, entre ellos, ojos acuosos. El público se ha emocionado, pero de manera discreta, tal y como la dirección ha querido que se manifieste la identificación con los personajes. En definitiva, el año que viene, también habrá que colgar el cartel de “No quedan entradas”.

Ignatius Reilly