Era un poeta que viajaba hacia otra época, escapando de un tiempo que le resultaba ajeno. Su poesía era un regreso a Castilla y al color de sus campos. Él, un hombre exiliado al pasado, y por ello olvidado en su presente.
Un poeta difícil de catalogar
Enrique de Mesa Rosales, poeta y crítico teatral español perteneciente a la Generación del 98, nació en Madrid el 9 de abril de 1878 y, salvo una corta estancia obligada en Soria, durante la dictadura de Miguel Primo de Rivera, allí vivió hasta su muerte en 1929. En la capital de España se licenció en leyes, pero no ejerció y durante un periodo trabajó como oficial de instrucción pública. En 1903 ganó un premio literario ofrecido por el periódico El Liberal de Madrid y desde entonces se dedicó a las letras. Su producción literaria más temprana aparece en 1905, El retrato de Don Quijote, ensayo de crítica teatral, actividad a la que dedicó su última época.
Se dedicó igualmente a estudios de investigación histórico-poética, en un amplio y documentado ensayo sobre la poesía y los poetas en la corte de don Juan II. Como poeta se estrenó en 1906 con su poema Tierra y alma, una serie corta de impresiones de la sierra del Guadarrama. En 1911 publica el Cancionero castellano. En 1916 logró el Premio Fastenrath, de la Academia Española con El silencio de la Cartuja, fruto de sus retiros esporádicos en la celda del archivero de la excartuja de El Paular. El silencio de la Cartuja es un verdadero dechado de pureza estilística, en el que el valle, los diálogos serranos y las meditaciones del claustro forman una antología personal. Su poesía es sencilla, clara y pura. Permanece enraizada en la sierra de Guadarrama, con sus puertos, aldehuelas y pueblecitos serranos. Como escritor Enrique de Mesa era “el poeta de la Sierra”. A partir de ese mismo año, en 1916, se dedicó a la divulgación literaria, dando conferencias desde la cátedra del Ateneo de Madrid.
Su último libro poético: La posada y el camino, apareció en los primeros meses de 1929, poco antes de su prematura muerte y con él alcanza su plena madurez poética. Federico de Onís lo clasifica entre los noventayochistas por su visión de Castilla y por algunas coincidencias formales con Antonio Machado y Miguel de Unamuno, pero algún crítico prefiere considerarlo dentro del Modernismo o más bien del Postmodernismo, movimientos a los que responden sus obras en prosa Flor pagana y Tragicomedia. Otros críticos opinan que vuelve a la tradición clásica, o dicho de otra manera, es un poeta antimodernista. Aunque en lo que coincide la mayoría es al considerarle como un poeta de de gusto tradicional, influido por los Cancioneros populares. Sin embargo, en la poesía del autor hay contenidos sociales cercanos al Socialismo. Formó parte de la Liga de Educación Política auspiciada por José Ortega y Gasset. Tradujo también algunas obras del francés, como el Viaje por España del escritor parnasiano Théophile Gautier, y del inglés, como Cosas de España, del hispanista Richard Ford.
Viajando al pasado
El tema sobre el que trata su poesía es principalmente Castilla, la cual era “su patria chica”. Acerca de su estilo, adquiere un sentido particular, contribuyendo a su inclusión en la generación del 98, su descripción de Castilla, así como los detalles que escoge y las sensaciones de dolor, pero también de descanso y serenidad, que el paisaje despierta en él. El poeta describe las llanuras sin confines, calcinadas por un sol implacable, tierras áridas, sin árboles que den una sombra al caminante; tierra de campesinos sin alegría, agobiados y embrutecidos por la fatiga. La visión personal de la historia y de la vida de España, se interpone entre el ojo y la superficie del paisaje.
El dolor también se refleja en la visión de las condiciones actuales de la patria y el deseo de resurgimiento de otros tiempos, de la añoranza de la gloria antigua, la del pueblo español de antaño, valiente y fuerte. Al referirse a su tiempo describe una amarga descripción de la decadencia actual, en el sentido económico y político, pero también de decadencia espiritual. En sus poemas, siempre al lado de la nostalgia por la gloria antigua, destaca un matiz social, y hasta a veces socialista. Sin embargo este matiz ideológico resulta más entusiasta que eficaz y no tiene el aspecto internacionalista típico del socialismo europeo de medio, sino que al contrario, tiene sus raíces en la historia de España y en la Edad Media, en la que pueblo y nobles peleaban juntos, guiados por el mismo ideal; en el movimiento de los Comuneros, los que en época del más rígido absolutismo monárquico, supieron luchar por los derechos del pueblo.
Vivió de modo esporádico en la ex Cartuja de El Paular, en la celda del archivero de la misma Cartuja. Don Ramón Pérez de Ayala consideraba a Mesa como uno de nuestros poetas de verdad: “sincero en el fondo y acabado en la forma”. Mesa entronca con los versificadores castellanos de los siglos XVI y XVII, que en la contemplación de la naturaleza y en el costumbrismo encontraron los motivos de su inspiración. En su obra se encuentran muchos ecos de don Iñigo López de Mendoza, marqués de Santillana, de Juan Ruiz y de la lírica cancioneril del Prerrenacimiento, de la que fue un devoto lector, llegando a escribir un erudito ensayo sobre la poesía y los poetas en la corte de Juan II. La añoranza por otros tiempos también queda plasmada en su estudio sobre la figura de Don Quijote, que adquiere un valor simbólico. A través de este símbolo el poeta expresa su melancólica resignación ante la mediocridad en la que se encuentra el presente de España.
Su labor como crítico teatral
Como crítico teatral señaló el nuevo brío que trajeron a la escena los hermanos Serafín y Joaquín Álvarez Quintero en muchas de las críticas que escribió sobre ellos, pero denunció también sus no pocos excesos. Respecto al teatro de Manuel Linares Rivas, denunció que sus obras despertaban más interés por los temas que trataba que por sus virtudes dramáticas, refiriéndose a alguna de éstas como pieza "sin pasión ni inteligencia". También atacó la costumbre habitual entre los dramaturgos de su época de "fusilar" obras extranjeras sin la menor vergüenza haciéndolas pasar por originales.
Juan de Olmedilla aludía a Enrique de Mesa por su Ácido rigorismo. Carlos Arniches al contrario, pensaba que estaba equivocado al hacer un análisis de la obra dramática, pues pedía pureza artística sin tener en cuenta las condiciones impuras del teatro, olvidándose por lo tanto, del concepto del teatro como espectáculo. También la realidad económica del teatro en España no podía separarse de ser un negocio ya que era un despropósito el hecho de pedir que el empresario se arruine en aras de la pureza artística. La crítica de la época en la modernización del discurso escénico tuvo una especial relevancia y se escribieron reseñas que destacaban las innovaciones escenográficas, características en las que la crítica de Enrique de Mesa quedaba al margen. De Mesa Colaboró con Alejandro Miquis en el malogrado proyecto del Teatro del Arte (1908-1911), luego continuado con mayor éxito por Gregorio Martínez Sierra. En el libro Apostillas a la escena (1929) publicó sus críticas teatrales, de las cuales muchas fueron escritas para el diario El Imparcial, en el que ejerció como crítico durante varios años.
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