Blog de la asignatura Crítica Teatral 2

impartida por Juan Antonio Vizcaíno


viernes, 30 de abril de 2010

El sillón para leer

En Semana Santa, uno de esos días que no era festivo y no tenía obligaciones tales como trabajar, fui invitado a comer a la casa enorme de un amigo. Él dijo que yo ya había ido a esa casa. Yo pensaba que no, pero no se lo aseguré, hasta un rato después de comer, en que me enseñó el resto de la vivienda, y vi la habitación para la leer, con el sillón para leer. Cuando vi aquel sillón rodeado de libros en cada pared, miles de libros, estuve completamente seguro de que no había estado nunca allí, porque me habría fijado en eso. Cuando lo vi, me di cuenta de que ya no leo, y pensé que quizá es porque no tengo un lugar para leer, un sillón como aquél. Me dio mucha envidia. Pensé en todas aquellas veces en que he tenido ganas de tirar todos los libros porque no los puedo leer. Puede ser que no me haga falta un sillón, tal vez con una silla me conformaría. Al día siguiente, paseando por Alcalá de Henares, lo comenté con otro amigo, porque la existencia de ese sillón me había impactado, y mi amigo me dijo que él tampoco lee, que lleva un par de años sin leer. "Qué coincidencia", pensé. "¿Serán un par de casos aislados o una epidemia?", le dije. Pero él no respondió.


Esta Semana Santa me acordé de mi infancia y de mi juventud en que yo lo leía todo. Cuando iba al colegio me cogía 1 libro juvenil de la biblioteca del colegio antes de ir a casa a comer, a las 12 del mediodía, y al regresar para la clase de por la tarde, a las 3, ya me lo había leído. Para los fines de semana me prestaba la profesora, incumpliendo las normas de la biblioteca, 5 o 6 libros, porque si no, me aburría en casa. Cuando terminé con todo el catálogo de la biblioteca (las aventuras de Los Cinco, de Los Siete Secretos, de Los Hollister, de Guillermo), empecé a leer lo que había en casa, que era poco variado y realmente no para mi edad (las obras completas de Galdós, los libros sobre vida familiar y sexualidad de los años 70, y las novelas de Martín Vigil). Esta segunda etapa de mi vida de lector no sé hasta qué punto la aproveché, o hasta qué punto entendía lo que leía en ella. En mi casa no importaba lo que el niño, yo, leía, porque mi padre no me miraba cuando pasaba por el salón y me esquivaba para no tropezar conmigo, y mi abuela no sabía distinguir los libros, pero alguien de fuera de casa, un primo mío debió de darse cuenta de que la cosa no podía seguir así, que para un niño de 10 años no era esa la mejor lectura, y empezó a llenarme la habitación con libros de aventuras, y novelas de Julio Verne, y todo aquello que en su juventud había leído (me llevaba y me lleva 15 años). Y así leí otro tipo de libros más interesantes para mí que lo que poblaba mi casa. Y empecé a acumular en mi habitación miles y miles de libros, que la familia me compraba, porque cuando íbamos a algún supermercado o tienda, yo me paraba en la sección de ofertas de libros, y hasta que no me regalaban algo no me movía de allí. Como era un niño nervioso, aquella era la mejor forma de entretenerme, comprarme novelas de misterio de Agatha Christie y de Simenon, y de muchos autores cuyo nombre he olvidado, pero que están cerca de mí cuando escribo esto, en las paredes de mi habitación. Después, cuando pasé de los 15, cayeron en mi mano los best-sellers americanos. Y más tarde empecé a estudiar muchos idiomas y a tener libros en todas esas lenguas.


Ahora que me planteo irme de esta habitación que he ido llenando de libros diversos desde la infancia, me surge el dilema de qué hacer con ellos. Porque desde hace varios años no leo, y entre los que ahora tengo hay muchos libros que no he leído. Y pienso si el motivo de no leer es que no tenga un sillón para ello. Debe de haber un momento en que dejé de hacerlo. No fue al entrar internet en mis tardes, no, ni fue al cambiar de trabajo ni al producirse algún cambio importante en mi vida. ¿La culpa es de los libros? ¿Los libros ya no me dicen nada? ¿Fue de repente y no recuerdo cuándo ni por qué o fue progresivamente? Ahora que me voy a ir a vivir a otro sitio, una de las cosas que más ilusión me hace es tener un lugar para leer, quizá me consiga yo un sillón como ese de mi amigo, para leer, para ver si vuelvo a leer. Y me planteo la cosa más importante: ¿si tuviera un sillón para leer, leería? Acabo de caer en la cuenta de que no le pregunté a mi amigo si él le daba el uso correcto a ese sillón.

nico guau

jueves, 29 de abril de 2010

Larra no iba a presentaciones.

Nunca un aspirante a escritor recibe el nuevo día sin preguntarse dónde está el público. Larra se lo preguntaba. seguro que el joven Cela, si alguna vez lo fue, también. Y nadie lo duda del ex corresponsal de guerra Pérez Reverte. Yo también me lo pregunto, y siguiendo los pasos del padre del periodismo español (Larra, no Pérez Reverte), me lancé a la calle.
Me asomé a los cafés. A los cafés de gafas de pasta y a los de montura al aire. Allí las conversaciones no aspiraban a temas ajenos a la pareja formada por Cristiano Ronaldo y Rajoy, por lo que salí corriendo hacia el teatro. Descubrí entonces que en el teatro no hay público, hay críticos. Aplaudí al final y me largué en cuanto pude. Es lo que hace esa gente.
Sobre los toros se cierne la polémica, los visitantes de los museos son extranjeros, en Madrid no existen los conciertos, el público del fútbol está en los cafés y en la sección de lectura de la Fnac, sólo caben veinte personas apretadas, y las conozco.
Desalentado, recorrí las calles de la ciudad en busca del imprescindible público. hasta que vi una luz. La luz del cartel cabaretero de un espacio modernito del Ayuntamiento. Me asomo, como a los cafés. Ruido y olor a vino. Cuál es mi regocijo al descubrir que se trata de una presentación. ¡Una presentación!, ¿qué será eso? Pues eso, una presentación, que se presenta lo que sea. En esta ocasión se trataba de una revista digital. Y allí estaba. Por fin. Allí estaba el público. Críticos, videoartistas, actores, músicos, dibujantes, editores, periodistas, escritores, camareros, jubilados. Abarrotado. Público buscando el público. Eso son las presentaciones.
Satisfecho, regresé a casa con tres copas y un link. Y en homenaje a Larra, me puse una levita azul.


Jerónimo Jimeno.

martes, 27 de abril de 2010

El vino de los saraos

En los estrenos, en las inauguraciones, en los grandes eventos, se suele servir vino. Yo no bebo, pero el de hoy lo he probado. Unos decían que era bueno, otros decían que era muy malo. A mí me ha parecido como todos, porque no entiendo de vinos. Podía elegir entre blanco y tinto, y he elegido blanco, o más bien han elegido por mí, porque mi intención no era beber vino. Pero soy consciente de que en un sitio así, en el que se habla con la gente con la que vas, o con la que te encuentras, hay que ir con una copa en la mano, aunque no se beba de ella. Aunque sólo sea por tener una mano ocupada. Hay algunos que se hacen rellenar la copa seis o siete veces, hay otros que con una es suficiente. Para acompañar el vino había almendras, patatas, cacahuetes, todo muy frito y aceitoso. Y claro, en cuanto me he querido dar cuenta, tenía las dos manos ocupadas, la primera con la copa, y la segunda con un plato en el que he recopilado una homogénea mezcla de fritos; de ese plato he ofrecido a la gente que estaba a mi alrededor, cual "camarera cualquiera y silvestre", según le he dicho a un individuo al que juro no conocer de nada, pero al que la confianza que da tener una copa en la mano en un sarao me ha hecho soltarle por mi boca semejante expresión. Además ya había bebido un poco de la copa, y estaba empezando a tomarme libertades con gente a la que no había visto en la vida, pero que se encontraban en la misma situación que yo: la de un ser humano con un vino en un sarao. En el fondo se trata de eso, de que el tener una copa te haga hablar con el resto de participantes, de que no te puedes ir porque no te has acabado aún el vino, de llevarte la copa a los labios cuando haces que escuchas, (o cuando escuchas de verdad, que hay algunos), de hacerte el interesante sujetando tu copa y, además, de no sentir que se tiene un brazo tonto, inútil, un apéndice desinflado que cuelga de uno. En realidad el vino en un sarao es para eso, para no sentir que el brazo es la continuación malograda del hombro, que no sabes si guardar bajo la chaqueta, meter en un bolsillo o maldecirte por no habértelo dejado en casa. Para no sentirte tonto al no saber qué hacer con el brazo. El vino en el sarao se ha inventado para que no nos sintamos inútiles y podamos hacer negocios a gusto, con el resto de las personas del sarao. Porque en definitiva, lo que se hace en los saraos son negocios. En mi caso, he tomado al asalto el revuelto de fritos para que el otro brazo se sintiera útil también. Así mis dos brazos tenían algo que hacer. Mis dos brazos sienten mucha envidia, el uno del otro. Así son ellos.

nico guau

sábado, 24 de abril de 2010

La noche del miedo

Hojeando el folleto de La noche de los libros, evento que ha movilizado la ciudad de Madrid hoy, me pregunto cuántos de los gerifaltes que han leído un par de párrafos de El Quijote en el Círculo de Bellas Artes sabrían contestar a una pregunta sencilla: "¿qué es El Quijote?". Y me pregunto también por qué tantos directores de cine a punto de estrenar película han firmado hoy libros que han sido publicados hace ya varias décadas. Y por qué tantos grupos musicales han ambientado las compras de libros en otras tantas librerías. Y en qué libro se han inspirado los bailarines que han mostrado su arte en enclaves diversos de la culta capital. Y por qué han invadido las bibliotecas (esos lugares repletos de volúmenes que podrían haberse sentido orgullosos hoy por la impuesta efemérides) un sinfín de conciertos, talleres de papiroflexia, cuentacuentos representaciones teatrales y alguna performance "erótica" (como leo en el programa), en vez de permitir que los usuarios hicieran eso que es más común con los libros. Y sigo preguntándome por qué una institución pública celebra el día y la consiguiente noche con un recorrido por las "fondas, mesones, botillerías y cafés" del Madrid Ilustrado. Y sobre todo, me pregunto por qué la imagen de todas esas noches en producción industrial que se nos brindan últimamente (la de los libros, la de los teatros, la que va "en blanco") es la luna llena, con sus tonos grises y sus cráteres y sus mares, una imagen de la que se han apropiado, que antes significaba otra cosa mucho más poética y evocadora, y que al mirarla ahora, me transmite una única idea: dinero, el dinero que cuestan todas estas noches, esa suma que yo, como pobre mortal, nunca llegaré a saber. Como tampoco sabré si la fotografía de la luna que utilizan como imagen es propia o es escaneada de un libro. Porque para algo sirven los libros, supongo, ya lo he visto el día de hoy. Festejando El día del libro y La noche de los libros se ha privado de significado y de utilidad a lugares dedicados a la lectura, se ha dotado de música en directo, algo hasta hace un par de años impensable, a espacios de venta de libros, algunos tan pequeños que para hacer hueco a un cantautor con su guitarra habrán tenido que sacar a la calle bajo la lluvia un par de mesas con libros. Y se ha utilizado la efemérides a modo de contenedor de escombros, depositando a lo largo del día de hoy cualquier propuesta para festejar esta señalada fecha, por descabellada que fuese la idea, y por opuesta a los libros que se encuentre. Y ahora es cuando me pregunto si no se ha olvidado eso que se hace principalmente con los libros: leer. Y pensar esto me da miedo; esta noche me acuesto con miedo. Para mí esta noche es La noche del miedo.


nico guau

jueves, 22 de abril de 2010

Al peso

Cuando yo era niño mi abuela me llevaba a una tienda de literatura al peso que había en una placita cerca de mi casa, en las plazas en las que había de todo, porque en mi calle sólo había tiendas de pijos. Nosotros vivíamos en lo alto, en la zona de pijos, sin serlo, pero abajo había otras tiendas que me gustaban más, y a la de literatura al peso íbamos a menudo. Me gustaba revolver el género en aquella tienda. Lo tenían sobre unas mesas grandes o metido en cajas por el suelo. Había montones de novelas, y teatro, y ensayos, y columnas de opinión. Uno elegía y luego iba a la caja, le pesaban el material en una gran báscula, y multiplicaban. Toda la novela junta, todos los ensayos juntos, todo el teatro junto, y todas las columnas juntas, y luego multiplicaban por el precio al que estaba cada una de las categorías ese día; ese precio podía oscilar según fuera el mercado. Las columnas eran lo más barato, y mi abuela, como había tenido que sobrevivir en la posguerra gastando poco dinero, y tenía que gastar también poco durante muchos años después de la posguerra, sólo compraba columnas. Muchas columnas. Las juntaba todas sobre la báscula, el dependiente anotaba el peso, y calculaba mentalmente y valiéndose de un papel usado (alguna página de una novela vieja) y un lápiz, finalmente le cobraba a mi abuela el resultado. Ella se fiaba de la mente calculadora del dependiente y pagaba lo que éste le pedía, porque, al fin y al cabo, mi abuela para los números nunca había sido muy dotada, y no era cuestión de ponerse a discutir con los tenderos. Mi abuela compraba muchas columnas al peso porque eran lo más barato y porque ella se entretenía haciendo fundas para las almohadas de nuestras camas. Pasaba tardes y tardes con la televisión puesta, cosiendo fundas de almohada con columnas de opinión. Para que tuviéramos variedad de fundas de almohada. Una por semana por lo menos. Ahora, muchos años después, sigo teniendo un cajón lleno de fundas de almohada, hechas con columnas al peso.

nico guau

lunes, 19 de abril de 2010

Pieza paisaje en un prólogo y un acto


por nico guau
Fotografías: Julio Provencio


El próximo día 20 de abril va a tener lugar el estreno del último texto teatral premiado con el Buero Vallejo de la ciudad de Guadalajara, la obra Pieza Paisaje en un prólogo y un acto, de la recién licenciada por la RESAD (Real Escuela Superior de Arte Dramático) Lola Blasco. "Antes de recibir el premio, a poca gente le gustaba el texto, mientras que después, me hicieron un homenaje", comenta la galardonada, que además de autora hace las veces de directora de su propia obra en la escuela en que ha asistido como alumna los últimos 4 años lectivos.

"Hiroshima para mí es sólo una imagen, nos enteramos del mundo a través de la televisión", afirma Lola Blasco, que ha tomado como punto de partida una historia verídica, la del piloto que dio la orden para que otro avión lanzara la bomba sobre la ciudad japonesa en la 2ª Guerra Mundial, y que al regresar a Estados Unidos, no quiso recibir condecoraciones como héroe, y acabó internado en un psiquiátrico. A partir de este hecho la autora ha escrito lo que considera una tragedia, en la que el personaje del piloto no está encarnado por un solo actor sino por varios, a modo de coro; de esa forma una "anécdota histórica se despliega hacia lo colectivo", según ella afirma. "Nos sentimos a veces responsables de las catástrofes , hablamos de ciertos temas como si fuéramos culpables, y yo no he tenido la culpa de eso", puntualiza Lola Blasco acerca del lanzamiento de la bomba que propició el fin de la guerra. Para la autora, la identidad colectiva se basa para autoinculparse en las imágenes que de los grandes desastres de la humanidad muestra la televisión, sin que cada ser individual tenga realmente ninguna responsabilidad sobre ellos; por tanto las dos posiciones que se pueden adoptar son asumir la culpa o pensar 'qué me importa'. "En la obra trabajo con los diferentes puntos de vista temporales y de posicionamiento ante la catástrofe, y con la forma que tenemos de mirar", continua Lola Blasco, que ultima ya los preparativos finales para el estreno.

"Me da mucho miedo volar, y por eso hace mucho tiempo que quería escribir una obra con un piloto", aclara la autora acerca del personaje principal. Los intérpretes serán: Marcos Fernández, Enrique Gimeno, Andrea Micu y Vicente Serrano. "Pieza paisaje en un prólogo y un acto es, como su propio nombre indica un paisaje que se mira desde lejos, desde arriba, y que se halla en ruinas tras la devastación del siglo XX", concluye la dramaturga y directora, haciendo inevitable la comparación con las declaraciones de los pilotos que vieron Hiroshima desde el aire, poco después del lanzamiento de la bomba: "parecía como si la lava cubriera toda la ciudad”, o "sólo quedaba una enorme cicatriz en la tierra, cubierta de fuego y humo". El estreno tendrá lugar el martes 20 de abril a las 19h. en la sala García Lorca de la RESAD.