Blog de la asignatura Crítica Teatral 2

impartida por Juan Antonio Vizcaíno


domingo, 12 de junio de 2011

La loca carrera de Marga

Marga se levanta a las siete y media de la mañana. Cada día. Ducha, desayuno, estirar las sábanas y a la calle. No tiene coche. Camina veinte minutos hasta llegar a casa de sus padres. Abre la puerta. Sube las escaleras. Da los buenos días a su madre. Y un beso en la mejilla. Pero deja que se quede en la cama un ratito más. Se dirige al cuarto de su padre. Buenos días, papá. Le besa. Se preguntan qué tal noche han pasado. Se ríen un rato juntos. Y a trabajar.
Marga aparta la ropa de cama, se calienta las manos frotando con fuerza y desnuda a su padre cuidadosamente. Comienza a lavarle por partes con una esponja suave y amarilla. Su padre suspira, a veces resopla. Después del baño, la crema. Marga reparte loción hidratante como besos. En cada surco de piel. Hasta que no queda una sola arruga por hidratar. Llega el turno del pañal. Su padre arruga la nariz, odia tener que llevar pañales. Pero se resigna. Ahora parece un bebé de un metro setenta, flaco y arrugado. Ella termina de vestirle, y lo sienta en la silla de ruedas. A pasar la mañana recorriendo el pasillo de arriba a abajo o mirando pasar los coches y la gente por la ventana. Marga vuelve a la habitación de su madre. Y sigue punto por punto el mismo ritual que con su padre, sin olvidarse ni una coma. Ni una gota de loción hidratante. Ni una pizca de amor. Y su madre también acaba en la silla de ruedas.
Ahora el piso de sus padres se ha convertido en un rally de carreras con el pasillo estrecho y demasiados muebles con esquinas en las que chocarse. Pero no hay lugar para la pena. Ellos ríen, están juntos, en ese momento, ahora. Marga les pone el desayuno en la mesa. ¿Has visto qué guapa está mi novia?- pregunta su padre. Marga asiente mientras se limpia disimuladamente una lágrima. Su madre lanza un beso a su padre, que lo recoge con una mano y se lo guarda en el bolsillo de la camisa, junto al corazón.
Son las once y media. Marga tiene que volver a su casa. Aunque primero tiene que pasar por el supermercado y la farmacia. Después, a preparar la comida para su marido y sus tres hijos. Y a la una y media ha de estar de nuevo de vuelta para poner la comida a sus padres. Y después tiene que acostarles. Y después...
Marga se reparte la vida en enormes pedazos, y está cansada, y a veces llora, y otras no puede más, y casi nunca duerme del tirón, y su cuerpo comienza a resentirse, y los días no perdonan, y parece vivir cuesta arriba... pero de momento, y a pesar de todo, Marga sigue ganando locas carreras agarradita a sus lociones hidratantes de amor.

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