Blog de la asignatura Crítica Teatral 2

impartida por Juan Antonio Vizcaíno


lunes, 25 de octubre de 2010

La enfermedad degenerativa del movimiento

Destino, espectáculo de teatro-danza: Primera pieza de la tetralogía inconclusa (“Primeros días del futuro”) con la que la sala Cuarta Pared ha estrenado la temporada, celebrando su veinticinco aniversario. A su vez, forma parte del festival “Territorio en Danza”.

Compañías: Cuarta Pared y Daniel Abreu (Comunidad de Madrid). Dirección artística: Javier G. Yagüe. Dramaturgia: María Velasco y Javier Yagüe. Coreografía e intérpretes: Daniel Abreu y Raquel Sánchez

Javier Yagüe, director de la sala Cuarta Pared, quiere celebrar su veinticinco aniversario al frente del proyecto de teatro social que oferta. Para ello, ha elegido la temática de la ciencia, como discurso del cambio: Vivimos en un mundo donde la ciencia avanza a pasos agigantados y apenas podemos digerir los cambios que esto supone. Es por ello que el hombre de hoy se siente mucho más desvalido que en otras épocas. No sabe a qué atenerse, por lo que se banaliza.

Al frente de este análisis social, Yagüe propone un teatro que vaya más allá del entretenimiento, que sea un lugar en el que quepa la comunicación, así como una experiencia extraordinaria.

Siendo fiel a la premisa de cambio y renovación para sus propios proyectos, Yagüe indaga en la dramaturgia más fresca, a partir del descubrimiento y lanzamiento al mundo laboral de los más jóvenes dramaturgos. En esta ocasión lo lleva a cabo escribiendo con María Velasco, quien participa actualmente del ETC (Espacio de Teatro Contemporáneo) o ámbito de investigación y desarrollo de nuevos lenguajes escénicos. La Cuarta Pared la eligió (entre setentaicinco candidatos) para su proyecto Laboratorio Teatral del 2008, en el que puso a varios directores y equipos teatrales al servicio de cinco jóvenes dramaturgos con el fin de que escribieran a pie de escena. De aquel proyecto salió “Günter, un destripador en Viena”, publicada en “Primer Acto”.

Desde entonces, Velasco no ha dejado de trabajar en la Cuarta Pared. Un dato: En el 2010, esta joven dramaturga, ha ganado un accésit al premio Marqués de Bradomín (lo que significa que no llega a los treinta años).

Por otro lado, Yagüe ha elegido a un destacado coreógrafo y bailarín de la escena nacional para coreografiar e interpretar esta pieza científica: Daniel Abreu, quien, tras formarse en ballet clásico y danza contemporánea, finalmente optó por esta última trayectoria, desarrollando así una de las actividades creativas actualmente más significativas del sector.

Bajo este marco de expectación, uno se sienta en la butaca dispuesto a disfrutar de cincuenta minutos de experiencia estética con mayúsculas y, claro, ocurre lo que desgraciadamente suele ocurrir en estos casos: que no se cumple la expectativa. La danza habla por sí misma. El texto hace otro tanto. Si pudiera disfrutar de ellos por separado, creo que me llevaría la misma información a casa.

So pretexto de una enfermedad degenerativa del movimiento (y de transmisión genética) en el seno de una familia de bailarines, el matrimonio protagonista se centra en la búsqueda de un remedio. Para informarnos de este hecho, una narradora/bailarina (la hija) nos va ilustrando sobre ciencia, lo que, a veces, resulta apabullante. A continuación, en escena se ilustra, valga la redundancia, lo dicho por esta “pequeña” narradora (interpretada por Raquel Sánchez, quien, dicho sea de paso, soporta el peso de los dos campos, el discursivo y el relativo al movimiento, se entiende, con gran arte).

Por esta razón, no puedo dejar de preguntarme sobre lo que tiene de caprichoso unir lo estrictamente narrativo con la danza (al menos en lo que a la historia que aquí nos quieren contar se refiere). No dejando de admirar el talento y la técnica que hay detrás de todo esto (por lo que merece la pena ver el espectáculo), me queda pendiente que sean capaces de solapar ambos campos (texto/danza), trabajando por construir una obra de arte conjunta.

Ignatius Reilly

El precio del deporte

Bajo el pretexto de jugar una pachanga futbolera entre amigos, nos reunimos todos en el bareto de siempre. El buen ambiente de aquel establecimiento en los encantadores instantes previos al partido no permitía imaginarnos ni de lejos el triste desenlace de nuestro posterior encuentro: ser vapuleados del campo sin que el esférico empiece tan siquiera a correr por el césped. Dicho de otro modo: durante el precalentamiento un grupo de jóvenes se acercó para decirnos que tenían la cancha alquilada, y que debíamos marcharnos para que ellos pudieran entrenar. Presos de la ira, nos dirigimos hacia el hall de entrada del polideportivo en busca de explicaciones.

-¿Me está diciendo que estas pistas, construidas con nuestro dinero, con el sudor de nuestra frente, no son de uso público?

-No. Lo que le digo es que pueden ser alquiladas por horas.

-Es decir que, a pesar de haber tenido que pagar impuestos para comprar cada kilo de cemento utilizado, ¿tenemos que seguir apoquinando?

-La pista es de dominio público, y es gratuita. Lo que ocurre es que si viene una persona y la alquila – tenéis que marcharos.

-¡Pero si la pista es pública!

-Ya, pero son las normas.

-Lo que me intenta decir es que al ser pobre tengo menos privilegios, y encima debo ceder los pocos que tengo, porque si quiero disfrutar de unas instalaciones deportivas en mi ciudad tengo que tener en cuenta que un rico puede privarme de ello.

-Explíquese, no le entiendo.

-Sí, sí que me entiende; cuanta más pasta tenga – más derecho tengo de hacer deporte, ¿no es eso?

Tras una brevísima pausa, el señor sentado al otro lado de la ventanilla comunicó: “eso es”; acto seguido los pitidos y los gritos por parte de los resignados deportistas comenzaron a agitar el pacífico aura del lugar, a lo que el señor sentado al otro lado de la ventanilla respondió llamando a la policía. Y es curioso, pero lo paradójico del asunto es que si hubiéramos seguido ahí plantados, reclamando nuestros derechos, la policía - a la que también le pagamos nosotros – habría venido, nos habría echado y nos habría puesto una multa. Y todo por querer pegarle patadas a un balón…

martes, 19 de octubre de 2010

APOSTATAR, ¡QUÉ BUEN TURRÓN!

Por fin lo tenía claro. Tras años y años de bendito estudio en un colegio de teresianas; tras las múltiples hostias recibidas en cuerpo y alma; tras tantas batallas perdidas contra el uniforme marrón de pata de gallo, al fin llegaba mi oportunidad. Habían pasado más de diez años desde que abandonara el colegio, y mi espíritu santo, pervertido por otros espíritus menos santos que yo, se rebelaba contra Dios y contra el mundo. Iba a verme libre de tan pesada carga y así recuperar, de paso, mi estatura original, que por otra parte, no iba mucho más allá del metro sesenta, cago en… El caso es que, con los adelantos de las nuevas tecnologías, aquellos papeles por los que suspiraban muchos como yo, estaban en mis manos. La apostasía era mía. Yo tenía el poder. Sólo faltaba imprimir y listo. Unas cuantas hojas que rellenar y adiós a Dios y a su Santa Madre. Pobre iluso. Ser estúpido. Cándida de mí. Esto de apostatar es más difícil que solucionar el hambre en África o la pobreza mundial con la ayuda de la Iglesia. Papeles y más papeles, colas, visitas al juzgado, firmas, esperas, y como único apoyo, la firme convicción de abandonar la Iglesia y a toda su santa plebe. Total, que le vi las orejas al lobo. Así que, visto que el tiempo corre, que las hostias sólo las veo en la tele y que la pata de gallo vuelve a estar de moda, he decidido posponer tan ilustre misión y emplazarla a futuras obsesiones. Igual me lo apunto como primer propósito de año nuevo. Porque otra cosa no, pero la Navidad está a la vuelta de la esquina.

lunes, 18 de octubre de 2010

El buen hacer también se exporta

Todos eran mis hijos. Autor: Arthur Miller. Adaptación y dirección: Claudio Tolcachir. Escenografía: Elisa Sanz. Reparto: Carlos Hipólito, Gloria Muñoz, Fran Perea, Manuela Velasco y Jorge Bosch, entre otros. Teatro Español, 10-IX-2010.

El argentino Claudio Tolcachir ha salido victorioso de su primer encargo como director en estas tierras, con una coproducción entre el Teatro Español y la productora PTC (Producciones Teatrales Contemporáneas), que distribuye también los dos montajes de Timbre 4 (compañía del propio Tolcachir). Esos dos espectáculos que el público de aquí ha podido disfrutar son La omisión de la familia Coleman, y Tercer cuerpo. De ellos queda en este Todos eran mis hijos una velocidad inusual en el habla y una forma de pisar réplicas más cercana al modo de hablar cotidiano que a lo que se estila en los escenarios españoles. Por cierto, otro argentino, Daniel Veronese, también hace uso de esta peculiaridad en sus montajes. Todos eran mis hijos no tiene, eso sí, la frescura de aquellas dos de Timbre 4, estrenadas y gestadas en Argentina, con actores de allá, quizá por la inmediatez y contemporaneidad del texto de aquéllas.

La obra del gran dramaturgo estadounidense Arthur Miller fue estrenada en Nueva York en 1947 causando un gran revuelo en la sociedad de la época. Joe Keller (Carlos Hipólito), en los últimos años en activo que le quedan antes de retirarse, intenta lavar su conciencia por haber vendido su empresa durante la 2ª Guerra Mundial unas piezas de avión defectuosas, provocando con ello la muerte de unos cuantos soldados estadounidenses. Su hijo Chris (Fran Perea) se debate entre seguir o no al frente de la empresa familiar. Siempre acompañados por la tozudez de la madre de Chris y esposa de Joe, Kate Keller (Gloria Muñoz), que confía en el regreso de su otro hijo desaparecido en guerra. La madre, por cierto, parece un poco más desequilibrada en escena que cuando uno lee el texto. La obra comienza con la visita de Ann Deever (Manuela Velasco), prometida del hijo desaparecido, y pretendida también por Chris. La madre, que se imagina el motivo de la llegada de Anne a la casa, invitada por Chris, se muestra reacia a esa visita, pues se resiste a aceptar que su hijo no vaya a volver nunca, ya que eso supondría aceptar también otras muchas cosas. En España se estrenó en 1951 en un teatro cercano al de esta ocasión, en el de La Comedia.

El reparto está compuesto de grandes figuras de la escena como Muñoz e Hipólito, que interpretan al matrimonio Keller, y podemos comprobar la magnífica dirección de actores llevada a cabo por Tolcachir, que hace que incluso aquellos de menos peso -como actores, que no como personajes-, brillen en algún momento. Me refiero a los dos jóvenes que llevan el protagonismo junto con los Keller. Ni Perea ni Velasco están a la altura de sus compañeros de reparto, o incluso de algún secundario, como María Isasi, o Ainhoa Santamaría que interpretan a dos vecinas, y que son bastante más comedidas en gestos y expresiones que Perea. Éste último sufre altibajos durante toda la representación. Explosiones de energía innecesarias seguidas por momentos de calma inmotivados. En cuanto a ella, en su estreno en las tablas, por momentos se la dejaba de oír. A medida que las funciones avanzan se relajará y dejará de estar tan nerviosa como se la notaba en su debut.

Como consecuencia de la velocidad a la que se dice el texto, de las conversaciones paralelas que en algún caso se dan, del huir de las pausas y del pisar de réplicas, da la sensación de que no hay un solo momento de respiro en el fluir continuo del texto. Se pudiera pensar que si no hay pausas o inflexiones, todo es igual, es decir, nada es importante. Pero el director consigue que se entienda bastante bien la historia. Y además la condensa a una duración justa y correcta: hora y media; en eso otros muchos deberían tomar nota. Y consiguió algo también importante: que el público del patio de butacas aplaudiera puesto en pie.

 

nico guau

 

A destiempo

Ahora mismo el viento azota las plantas y la ropa colgada en mi terraza. Se forman auténticos vendavales al cabo de los cuales aparecen las macetas volcadas, las camisetas por el suelo, las sillas caídas. "Bienvenido al microclima de mi terraza", le dije hace un par de semanas a un visitante que tuve. Con unas temperaturas que varían muchos grados en verano, y unos soplos huracanados ante los que uno debe agarrarse a la barandilla para no caer, cada vez que salgo a regar las plantas me siento como Humphrey Bogart manejando el barco en Cayo Largo, o en ese otro río de África. Las tomateras y las guindillas que planté, bajo este clima, no han levantado más de palmo y medio del tiesto, eso si no se han muerto. Y no han dado ni un solo fruto. Pero alguna ha durado. En concreto siguen vivas las que he alzado hoy del suelo, un poco magulladas, Con contusiones en varias partes de su anatomía. La tomatera más grande, la que en los últimos 15 días decidió comenzar a crecer y echar flores -algo que no había hecho en todo el verano-, había perdido un par de hojas, pero las flores estaban intactas. Y cuál ha sido mi sorpresa al verme ante algo que no esperaba. Sí. Justo eso. Pequeño, diminuto, nacido hoy, esta mañana, todo lo más. Lo he adoptado como a un hijo. "Bienvenido al microclima de mi terraza", le he dicho. Y he corrido a buscar la cámara de fotos para inmortalizar el momento. Mi primer hijo. Qué feliz he sido de repente. Cuando lo que deberían hacer mis tomateras es morirse, una decide dar fruto a estas alturas del verano, es decir, un mes después de entrar el otoño. Pero de pronto me he empezado a preocupar, por todo lo que ello conlleva; si ahora mismo no tengo mucho tiempo para mí, ¿cómo cuidar de un hijo que me sale de repente, a destiempo? ¿Por qué no vino hace un par de meses, cuando no tenía grandes ocupaciones? Me he agobiado. He mirado la tomatera, pensando en los planes de verano: libros que he comenzado y no he terminado, actividades que me he propuesto y no he llevado a cabo, gente a la que no he visto y debería haberlo hecho... ¿Y cuándo voy a cumplir con todo eso? ¿Ahora? ¿No se ha ido el verano muy de repente? Que no me ha dado tiempo a nada. Como a mi tomatera. Vamos a destiempo, mi tomatera y yo. Al ir a despedirme de ella he visto otro tomate, al lado del anterior, donde hace un rato creí que había una flor. Dos tomates. Le he dado la bienvenida al recién llegado y he entrado de nuevo en casa. Me he sentado al ordenador. A pensar. A escribir. Parece que así la angustia es menos.

nico guau

domingo, 17 de octubre de 2010

Revolution

El canal autodenominado joven e irreverente, Cuatro, nos ofrece cada tarde la posibilidad de ingresar en una escuela de baile. No importa que carezcamos de la forma física adecuada, que no hayamos pasado nunca del merengue discotequero o que ya no nos sirvan los chándales fosforitos del instituto. De verdad, no importa. Sólo tenemos que pulsar la tecla adecuada del mando a distancia y aprender desde el sofá cualquiera de las coreografías que nos ofrece este reality conducido por Paula Vázquez.

Pero no se confunda, Fama Revolution no es un reality al uso.

Quizá porque no lo emite Tele 5.

Se trata de un formato descafeinado de lo que podría ser. No emiten agresiones físicas, nadie se prostituye por comida y no se escuchan insultos inventados en el mismísimo infierno. El horario infantil no permite más que pequeños hurtos, acercamientos sexuales de medio rombo y sí, la convivencia de estos jóvenes provoca alguna palabra malsonante, pero para nuestra tranquilidad, vienen en el diccionario.

Baile, superación personal e ilusión son los valores que los profesores de esta escuela televisiva inculcan a los alumnos. Todos ellos, los profesores quiero decir, son bailarines profesionales con demostrada experiencia (recordemos a Marbelys Zamora como corista de Crónicas Marcianas). Estimulan, presionan y juzgan constantemente a los aprendices. Trabaja con ilusión, que al final decide el público con sus llamadas y mensajes al 2204. Una dosis de realidad que los muchachos reciben en una sola toma cada viernes. Lloran mucho cuando abandonan la escuela sin apreciar que pasarán el fin de semana en casa. Y teniendo en cuenta que llevan varias semanas encerrados, necesitan urgentemente salir con sus amigos el sábado, descansar el domingo y correr a las agencias el lunes para el martes, a más tardar, mostrar sus habilidades encima de uno de los escenarios de la Gran Vía, mientras sueñan con aparecer cubiertos de vinilo en un videoclip de Lady Gaga.

Cuatro, canal ahorrador donde los haya, explota un formato en su 5ª temporada y apuesta por él hasta junio. Un curso escolar completito. Nueve meses de formación para la minoría de sus alumnos y como no, para cualquiera de los espectadores que desde su salón se anime.

Claro que es una lástima que a esa hora el público potencial del programa se encuentre recibiendo clases de inglés o comiendo pipas en el parque.

Propósitos de estación nueva

El verano, esa estación en la que cada movimiento cuesta el doble en la que los tiempos (y los cuerpos) se dilatan, se anarquizan. A menudo se bebe más de la cuenta pero no importa porque no hay que madrugar. A menudo se queda uno embobado contemplando las musarañas (me pregunto dónde habitarán esos seres tan interesantes) pero no importa porque estamos de vacaciones. Es un momento en el que todo puede quedar para después sin ningún problema (hasta tal punto que no sería necesario ponerse a escribir esta columna pues podría hacerlo más tarde). Perder el tiempo está permitido y, lo que es más, es aconsejable. Se adquiere en verano, incluso, el privilegio de aburrirse. Claro está que, si todo el año nos dejáramos llevar por esta filosofía ociosa, la economía se hundiría (aún más, si cabe). De lo cual deduzco que el estrés tiene su razón de ser, y yo que siempre he pensado que no valía para nada más que para enriquecer a cierto sector farmacéutico...

¡Pero ya basta de ponerse nostálgicos con la pereza burguesa! Hay que volver a la acción (sinónimo de drama, según he oído decir a algún pajarraco). Hay que tomar las riendas de una vida que se nos escapa. El otoño nos pone este mensaje en bandeja cada año, al mostrarnos la crueldad de la moribunda vegetación. Carpe diem. Y, por supuesto, los horarios, los planes para la nueva temporada ¡Se me pela la piel porque me puse moreno! Y, cómo no, las propuestas de año nuevo que todo el mundo sabe que tienen lugar en Septiembre (y no en Diciembre como se dice por ahí). Septiembre es el mes de la reflexión. Es el mes en que la gente se apunta al gimnasio, es el mes en que hacemos borrón y cuenta nueva, también el mes de las rupturas sentimentales, así como el momento idóneo para afianzar o destruir para siempre la relación de verano.
Poco a poco llega el frío y me oculto bajo el edredón de mi cama (y me cuesta levantarme por las mañanas). También me regodeo en mi sentimiento de soledad. Por fin un tiempo para la reflexión. Y, por supuesto, me planteo (esta vez sí, es la buena) que este año escribiré una gran obra, una de esas sin ninguna repercusión (como debe ser las grandes obras), pero me sentaré delante del ordenador y no me levantaré hasta sentirme satisfecho. Es que quiero darme un gusto. Escribir para mi (sé que es un poco egoísta pero hay que mimarse en el arte). Quiero pensar, por una vez, que trabajo para mí mismo, que yo me pongo el precio. Destino: la autocomplacencia. El reconocimiento ya vendrá como propósito para otro año (o quizá para otra columna).

Ignatius Reilly

jueves, 14 de octubre de 2010

Pase usted, que tendrá hambre

Según me contaron pocas horas después del entierro, había pedido a los médicos dos meses más de vida, que era lo que calculaba que iba a llevarle terminar el libro. Necesitaba un poco más de tiempo. Esa era su última aspiración, su última meta, terminar un libro que supongo que trataba sobre un tema del que le oí hablar la única vez que le vi: el teatro español en el exilio. Y le vi de casualidad, porque a la misma hora que él iba a hablar, yo debía encontrarme en clase. Le dije a la profesora, descaradamente, al principio de la mañana, que yo a las 10 y media me iba a la charla que había anunciada. No le pedí permiso, sino que me limité a informarla. Son prontos que me dan, así, de pronto. Y entonces ella recapacitó y dijo que quizá deberíamos ir todos, que sería propio de unos estudiantes de una rama del teatro que tiene una posible salida en la investigación, aprovechar la ponencia (dentro de las jornadas que se estaban celebrando) de un hombre que llevaba muchos años dedicando su vida a ello. Y suspendimos la clase para ir juntos a escucharle. Fue interesante. Pero más que el tema o las notas que tomé, recuerdo su pasión al hablar, al comunicarnos datos sobre sus investigaciones, al recomendarnos fervientemente ciertas lecturas. Y sobre todo recuerdo el orden preciso con el que expuso los datos. Ese buen recuerdo guardo de aquél día, su pasión por el teatro, que se traslucía en cada frase. Un poco más tarde me ocurrió algo más, que recordé ayer, cuando me contaron cómo fue el entierro. Aquél día, ya terminada la charla, en la fila para comer se colocó detrás de mí. Yo me di la vuelta y me vi ante él, mientras él, algo encorvado, buscaba un tenedor para ponerlo sobre su bandeja. Con el balbuceo que me suele invadir al verme ante alguien que sabe mucho, le dije una tontería. Una tontería memorable. "Pase usted, que tendrá hambre", le dije. Él pasó, dijo algo gracioso, creo recordar, le sirvieron la comida, y se sentó a comer. Puede ser que tuviera hambre, puede ser que comiera porque era la hora, ¿qué más da? ¿Por qué sólo fue eso lo que le dije? ¿Por qué no le dije lo mucho que me había gustado escucharle por la mañana, por ejemplo? ¿Por qué esa tontería?

nicoguau

domingo, 10 de octubre de 2010

La vuelta al culo

 

La última noche llovió. No me molesta que llueva de noche, vendrá bien, según se oye, para la higiene de las ciudades. Pero al despertar he vuelto a ver sobre mi cabeza lo que podía contemplar allí antes del verano: la gotera. Fresquita. Reciente. Me he dado cuenta de que ya se fue el verano y de que volvemos a lo mismo. Frío, Navidad, catarros, goteras, nuevo curso (ahora vuelvo a ser estudiante). Todo retorna. La tripa que he echado este verano empezará a bajar, y me quedaré otra vez en los huesos, hasta que llegue junio y vuelva a engordar. Los pantalones que dejé de usar en julio porque me quedaban estrechos, me los podré poner en noviembre. Los calzoncillos pequeños, los del fondo del cajón, calculo que cabré en ellos más o menos cuando se acerquen las repetitivas fiestas. Para celebrar el regreso a la normalidad de todo (normalidad porque ocupa una mayor parte del año), quise celebrar en la terraza de mi recién inaugurada morada una especie de fiesta-reencuentro al que llamé La vuelta al culo. El juego de palabras se entiende, supongo. Tiene que ver con mi reciente manía de decir que todo lo que no me gusta es un culo. Por cierto, cuando digo estas cosas en voz alta, me llaman escatológico, así, como suena. Hoy me han dicho: "eres un escatológico". Yo no he sabido qué contestar, y me he dado la vuelta, con la cabeza bien alta. El caso es que al evento mencionado acudieron algunos miembros de los distintos grupos que componen mi ecosistema. En concreto un par de ejemplares, los más significativos- como si yo fuera el famoso Noé- de cada grupo con el que me tenía que reencontrar. Así, en mi arca-terraza hablamos de la vuelta al culo, considerando el regreso como algo negativo, y alabando esa impasibilidad veraniega que nos había invadido a todos los allí presentes. Después, cuando la lluvia fuera del arca arreció, y pude cerrar la puerta cuando salió el último, me quedé un rato pensando. Reflexioné acerca de mi actitud hacia el nuevo culo. Perdón, hacia el nuevo curso, la nueva temporada, o la nueva época de frío, o como se le quiera llamar. Me di cuenta de que para que no fuera como los demás, para que fuera un culo especial, debía de empezar por dejar de ser tan negativo, y no llamarle culo antes de comenzar. Eso pensé hace pocos días. Intenté convencerme de ello. Pero esta mañana, al sonar el despertador, abrir los ojos y ver la gotera sobre mi cabeza, me he vuelto a tapar con la manta pensando que eso ya lo había vivido, y que ya sabía cómo iba a ser el día: un culo, como todos. Me he quedado durmiendo, como tantos otros días durante esta época.

 

nicoguau

 

 

viernes, 8 de octubre de 2010

LAS FELACIONES PELIGROSAS (COLUMNA)

LAS FELACIONES PELIGROSAS (COLUMNA)


Quien con escuchar dos cosas tiernas rápido se abre de piernas, es que, sin saberlo, tiene un problema. Con esa tónica corre el peligro de quedarse sola por el resto de sus días.

Resistencia prolongada, frialdad dosificada, sentido de la justa medida, sostenimiento del suspense, son algunas de las bases que se deben aplicar al juego de las relaciones de pareja en este mundo de monos u homo sapiens. Esto no lo digo yo, ni tan siquiera estoy de acuerdo. Tan solo forma parte de algunas de las experiencias, propias y ajenas, que he recopilado durante un tiempo. Evolución e involución. La misma historia se repite. A pesar de haberse consolidado ciertos derechos y libertades de la mujer, y por que no, también del hombre, los roles más afianzados se repiten eternamente. Es posible que en nuestro ideario romántico se hallen presentes los nuevos preceptos del amor y la pasión. Son muchos los que abiertamente defienden el sexo después del primer contacto. Muchas también. Pobres. ¡Qué equivocadas están! La excusa es que antes de llevarse el melón a casa hay que catarlo. Recuerdo a una persona que se llamaba Juanita Melón (el apellido es real). Muy maja la chica. Pues resulta que fue catada en multitud de ocasiones, tantas como después abandonada. Aunque algunas mujeres, tan frías como sabias aplicarían su realidad al ejemplo de una mercería: “En este bazar las bragas ni se prueban ni se cambian” u otros dichos tales como: “quien la mete, primero se promete”.
En el mercado de las relaciones, como en los comercios de antaño, ni se fía ni se ofrece garantía. De esto algunas saben mucho.

Quien busque fidelidad que se cuide de mostrar debilidades. Ya que, permitir que florezca la pasión antes de tiempo, para algunos es marchitar el compromiso. Y es que enamorarse sin control puede llegar a ser sinónimo de enfermedad mental.

El verdadero amor existe para condenar al sufrimiento a las sempiternas almas cándidas que no descansan en la búsqueda de su media naranja. No se engañen. En la búsqueda de una buena relación lo mejor es una mala felación. Y es recomendable que si mamarla gusta, mejor poner cara de asco. Esto a algunos les pone a cien. Todo esto no es más que un pequeño ejemplo extrapolable al resto. Si quieres que un hombre te sea fiel, mejor hacerle entender que, saliendo con él, le haces un favor impagable. Mírale con cara de pena y obtendrás a un perro fiel. De esta manera, la enamorada será pronto abandonada; la tirana deseada cada mañana.

Se de una que me contó que en diez años de matrimonio jamás se le ocurrió hacerle una felación a su marido, y viceversa. Su relación es duradera; siente absoluta confianza en su marido. Ha llegado a un difícil estado de estabilidad y sosiego. Claro esta que los lexatines ayudan bastante. En resumidas cuentas, unas por recibir el beso de buenas noches del muermo con el que vive desde hace años y otras por dormir mas solas que la una, todas, les dan al lexatin. Pero no se preocupen, que en las farmacias lo tienen en abundancia.

Se dice que en la pareja hay que ser generoso. En eso estamos de acuerdo. Pero sin prisas. Porque al principio puede convertirse en un peligro. Esto es posible cuando llega el momento de serlo. Es decir, si es que una pareja llega a las bodas de plata, cuando el tremendo vacío que existe entre ambos, hay que llenarlo con grandes dosis de generosidad. Y por qué no; con grandes dosis de antidepresivos. Para empezar, hasta que llegue esa terrible época, cuanto más tacaña se sea, mejor. Raciones pequeñas y bien aliñadas como en los buenos restaurantes son buena táctica para que vuelvan de nuevo. Aquel que come abundante y sacia sus apetitos rápidamente, o vomita o se empacha. En el sexo correrá en busca de la mujer bicarbonato.

¡Qué asco esto de las leyes del deseo! Para consolidar un afecto resulta que hay que hacerse el duro por un tiempo. Y cuando llega el momento de empezar a darlo todo, cuesta tanto, que lo único que se desea es acostarse con otro.
Todo viene a ser la misma castración de siempre. Ablación del espíritu y del romanticismo. A no ser que esto ultimo cueste dinero. Entonces es otro cantar. Espadas de madera no seducen.

Aquella mujer que disfruta no puede ser más que una puta; quien se deje llevar por la pasión verá herido su corazón, quien pronto muestre sinceridad, pronto hallará infelicidad.
Manipulación y fingimiento. Tira y afloja. Que tremendo; que cansino. ¿Es que al final va a ser cierto el dicho de Groucho Marx de que “no interesa pertenecer a un club que le admita a uno como socio”.

Puede que muchos piensen que no estoy en lo cierto. Desde luego no tienen porque estar de acuerdo conmigo. Pero estas son las reflexiones que en este verano bañado en lágrimas he podido reunir de un grupo de mujeres realmente desesperadas. Entre las cuales me encontraba yo. O al menos me he sentido como una de ellas. ¡Ay, que pena!



MÁXIMO CRECIENTE

jueves, 7 de octubre de 2010

Funeral en la tribu Niau.

-Aicha está fumando- Esa frase me sacó de la concentración que suponía observar fijamente a dos perros intentando aparearse . (Perros, con colita ambos, lo juro.)

Aicha era una paciente terminal del centro donde trabajaba. Tenía sida y el día anterior habíamos estado con sus dos niñas (una de catorce años y otra de tres).

Al escuchar esa frase, me alegré muchísimo. Aunque no alcanzaba a comprender cómo podría estar fumando una mujer a la que la tarde anterior había visto en las últimas, pero fumar conlleva respirar, era una alegría.

En seguida se encargaron de explicarme que Aicha no estaba fumando, si no que se había esfumado por defunción. (Problemillas con la lengua local).

Se me cerró el estómago, puse cara de circunstancias, pensé en si tendría algo negro para el funeral, planeé ir corriendo a cualquier floristería y encargar una corona. (¿Habrá floristerías en Lilongwe?). No me dio tiempo a más planes, el funeral era esa misma mañana, así que para allá fui.

Aicha era de la tribu Niau, en la otra parte del poblado. Después de dos horas andando, al doblar la esquina de una choza de adobe, me choqué de bruces con un caballero que llevaba una falda de hojas de banano, daba saltos en plan Masai y llevaba un cuchillo de mínimo 50 centímetros. Al chocarme con él, empezó a emitir unos alaridos terribles, que helaban el alma.

Me di la vuelta aterrada. Y si no hubiera sido porque mis cuatro acompañantes me hablaron de las terribles consecuencias que conllevaría mi no asistencia al funeral, habría salido por patas, me habría encerrado en mi choza y me habría pasado el resto del día engullendo papayas.

Cuando por fin llegué al centro del poblado, me informaron de que la familia de la muerta me esperaba para que entrara a “despedirme” de Aicha. (Que una blanca asista a tu funeral da prestigio y entretenimiento en partes iguales, así están las cosas.) Entré en la choza, donde estaba el ataúd tirado en el suelo. Lo rodeaban más tipos con hojas de banano pegando saltos, con patos y gallinas paseando encima de la muerta, y con las mujeres gritando. Me arrodillé para poner 20 kwachas (el dinero de Malawi) en la mano de la ex – Aicha. Cuando salí tenía ganas de llorar, de vomitar, de desmayarme… de cualquier cosa menos de estar ahí.

Después empezó el espectáculo. Los niños corriendo perseguidos por los hombres de los cuchillos. Otros hombres con máscaras gritando y saltando. Pude enterarme de que eran ritos en los cuales la muerte (los hombres) perseguía a los niños (la vida), y estos tenían que huir. Los niños disfrutaban de lo lindo, entre ellos estaban las dos hijas de Aicha.

Mientras tanto se servía un banquete a base de Bukari (una mezcla de agua con pienso para pollos a base de maíz hervido) y Kabichi (una especie de Col). Los adultos comían y cantaban. Cantaban y bailaban.

Yo observaba todo desde lejos, dándome cuenta del gran problema que tenía con la muerte. Allí era algo totalmente natural (y demasiado frecuente), para mí siempre ha sido algo que le pasa a otros. Y lo más curioso es que no parecía un motivo de tristeza, era una celebración más. Incluso sus hijas disfrutaban.

A la vuelta, nos acompañaron todo el camino los hombres saltarines con faldita y cuchillazos. Tenían que ir al cementerio, que estaba en nuestra parte del poblado, para ir preparando el camino. Estuvieron las dos horas del camino corriendo, persiguiendo niños y blandiendo sus armas. Cada vez que se acercaban yo salía pitando.

Por la tarde, mientras jugaba con los niños un partido de fútbol, apareció uno de esos tipos del cuchillo con una bandera roja en la mano. Los niños de inmediato se sentaron en el suelo y todo el poblado se quedó en silencio. Mi característica delicadeza y yo, pusimos en pie de nuevo a los niños para que siguieran jugando, ni se me pasó por la cabeza que pudiera estar pasando algo transcendental. Ellos me miraron dudando, pero como era la mayor y la dueña del balón, no tuvieron más cojones que seguir jugando.

A los tres minutos tenía al caballero del taparrabos pegando saltos y gritándome en Chichewa. Supuse que de tanto correr estaría muerto de sed. Le di mi botella de agua. La tiró. En ese momento pasaba por ahí uno de los pacientes del centro que sabía hablar inglés y que vino a rescatarme. Cuando hay un entierro en el poblado todo el mundo tiene que dejar de hacer lo que esté haciendo y quedarse en silencio. Si no, es como cagarse en los muertos de la familia, y eso está muy feo. Algo así me explicó.

Pasó en mi primera semana en el poblado. Es lo que dicen “empezar con buen pie.”

La vida en trozos

El pasado siete de Julio, tuve la suerte de acudir a la representación de una obra teatral “Ng’ ona” (Cocodrilo) de la que desconozco el autor y ni siquiera sé si está escrita.

El estreno tuvo lugar en una aldea de Lilongwe, la capital de Malawi, frente a un público que comía, bebía, se reía y además atendía sin perderse una palabra.

Como escenario una explanada. La única escenografía que había era un banco de madera cubierto con una tela. Los figurantes eran unas cuantas cabras y algún niño despistado.

Tres actores, uno de ellos disfrazado de mujer.

El texto era en Chichewa, así que sólo entendía algunas palabras sueltas y frases hechas. No me hizo falta el texto, la verdad, para enterarme de qué iba la obra, pero debía ser bastante ingenioso, porque el público chichewa parlante se tronchaba.

La primera escena transcurría en una habitación. La mujer sentada en el banco, como si fuera su cama. Entraba uno de los hombres con una gallina en los brazos. Endosaba la gallina a la anfitriona, se sentaba en el otro lado del banco y comenzaba un tira y afloja lingüístico y corporal que evidenciaba tensión sexual. La mujer con un “quiero y no puedo”, y el hombre con un “quiero y me la suda que no puedas”. Básicamente.

En la segunda escena desaparecían detrás del banco.

En la tercera se oía la voz del otro hombre, anunciando que iba a entrar en escena. La mujer y su amante salían de detrás del banco, se tropezaban, gritaban, iban de un lado para otro y finalmente, el amante era escondido por la mujer, debajo de “la cama”.

En la cuarta escena entraba el hombre. Besaba a su mujer. Hablaban de pollos, creí entender. El hombre intentaba coger la sábana que cubría el banco para llevárselo, y la mujer se lo impedía, naturalmente. Al final para despistar al marido y que el amante pudiera salier por patas, la mujer le besa pasionalmente ante los aplausos y risas de las mujeres del público.

Al final saludaban los tres y todo el poblado acababa cantando y bailando.

La voz de esos actores, tanto la de los hombres como la de la mujer, eran impresionantes. No había micrófonos y la función era al aire libre. No había ningún problema para escucharles.

No eran actores profesionales, pero llevan actuando desde que son pequeños. El teatro en Malawi está presente en todas las celebraciones (grandes o pequeñas). Incluso se hacen pequeñas obras de teatro en cada nacimiento, en cada boda.

Y además les apasiona. Y eso se ve. Transmitían que disfrutaban con lo que estaban haciendo, que se lo estaban pasando genial y sobre todo, que era importante para ellos.

Más tarde, le comentaba a uno de los actores, que en mi país estudiaba Dramaturgia (explicándole lo que era), él me contestó: “Qué bonito estudiar la vida en trozos”. Y es que el teatro para ellos es eso: La vida en trozos.