Me encontraba yo en esa frágil frontera en la que estás vivo o estás muerto, burocráticamente hablando. Y no diré el trámite. Para que no se me tenga de este o de aquel lado. Lo que me separaba de ese otro mundo en el que se vive tranquilo o en el que al menos eres alguien, consistía en, como se podrá adivinar, un papelito. Menos de dos miligramos y con vocación de convertirse en cualquier cosa: envoltorio de bocadillo, servilleta improvisada, pajarita de papel.
- Necesita usted un papelito como éste. Tiene usted tres días a partir de ya. dijo el hombre sin piernas.
- Pues deme ése. dije yo
- Siguiente. Dijo él.
Me volví sobre mis talones y todas aquellas ventanillas me parecieron casilleros de juego de mesa, todos esos hombres como dibujados con mal pulso y aquella gente. Qué decir de aquella gente. Entonces sonó dentro de mí una vieja música de concurso de televisión. Hay melodías que te acompañan toda la vida. Qué sería la vida sin los trámites.
Me dirigí rauda y veloz, con una extraña alegría, al otro lado de la ciudad. A unas dependencias lúgubres, color blanco neón. Paraíso de los formularios. Esas ventanillas estaban habitadas por bocas, que se fruncían en una especie de mueca.
- Ese papel no lo tenemos aquí. Lo tienen en las dependencias del otro lado.
- De ahí vengo.
- Dice que de ahí viene.
Y todas las bocas rieron por la ocurrencia.
Yo comencé a sentir un riachuelo de sangre al principio, recorriendo mis pantorrillas, para terminar convirtiéndose en un torrente de sangre subiéndose a mi cabeza. Abrí mi boca para que toda esa ira saliera de mi garganta y cual fue mi sorpresa, cuando descubrí que no podía emitir sonido alguno. Las bocas decían siguiente una y otra vez. Siguiente, siguiente, siguiente.
Entonces me acordé de pronto que tenía que ir a trabajar. ¿Cuánto tiempo había pasado? Busqué un reloj por toda la dependencia y encontré uno triangular ocupando una esquina y derritiéndose lentamente.
Un momento. Los relojes no se derriten. Las bocas no existen sin sus caras.
- Oiga, despierte. Es su turno. Oiga le toca.
- No se rían.
- Nadie se ríe. Es su turno. Se ha quedado usted dormido.
Es lo mejor que puede hacer uno en una cola larguísima. Inclinarse un poquito y dormir. El único riesgo son las pesadillas. Me acerco rápidamente a la ventanilla. Le doy los impresos cumplimentados. Me dice:
- Necesita usted un papelito como este, cuenta con tres días a partir de ya.
Ana María García.
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