Báthory contra la 613, de y dirigido por Juan Manuel Romero. Vestuario: Ana Bernal. Escenografía: Elisabeth Stark. Iluminación: Paco Ramírez. Sonido: David Blanco. Intérpretes: Patricia Quero y Begoña Blanco.
El director y dramaturgo Juan Manuel Romero, recupera la leyenda de la Condesa Sangrienta con un texto que ganó el Accésit del Premio Fray Luis de León 2006. No es una historia más de vampiros adolescentes y frívolos, va más allá: Se vale de la atemporalidad para contextualizar una denuncia social muy a la orden del día.
La obra presenta un juicio ficticio a Erzsébet Báthory, la condesa húngara que asesinó a seiscientas doncellas, creyendo que la sangre de estas, la mantendrían joven. Quien dirige la acusación es su criada número 613, la única que, según la leyenda, logro escapar y sobrevivir. Ambos personajes reconstruyen los hechos, desde el día en que se conocieron hasta que Báthory fue denunciada y condenada.
¿Por qué juzgarlo hoy en día? Durante el desarrollo de la obra, van pasando testigos que exponen diferentes razones sobre la necesidad de la violencia. El dramaturgo y director reflexiona de este modo sobre la existencia de algún tipo de violencia justificada.
Las dos actrices, que interpretan a varios personajes, cambian rápidamente de papel. Personajes bien construidos, a base de matices concretos: un gesto determinado, un giro de muñeca especial, un tono diferente… permiten al espectador seguir en todo momento la trama y entender los diferentes personajes que encarnan.
El vestuario nos lleva al siglo XVI, con un toque caricaturesco que nos acerca a la idea de museo. La escenografía está construida con pocos elementos, pero todos ellos tienen una carga importante en todo momento. La iluminación, nos lleva a una época oscurantista y al mismo tiempo ayuda a crear la atmósfera de atemporalidad que busca el director.
El texto no se queda en una simple adaptación de la famosa leyenda a teatro. No se queda en la estética atractiva de vampiros. Es un contraste entre sociedades, una reflexión sobre la violencia, tan presente en la historia.
Termina la obra con imágenes de búsquedas en internet sobre la Condesa, proyectadas en el escenario, con las que se critica el culto a la violencia sublimada por una estética atrayente. Quizá hubiera sido un final más efectivo sin esas proyecciones. Hubiera sido más interesante que la respuesta a todas las preguntas que se van conformando, la eligiera el espectador, no el director. Pero pese a ese último detalle de dirección, es una obra cuya elegancia, y cuyo tratamiento de la violencia, no nos deja indiferentes.
Aphrax K.
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