El guante y la piedra
Dramaturgia e interpretación: Quique Fernández; Dirección: Rosalía Martínez;
Madrid. Sala La Usina. Todos los viernes de febrero
Hay ocasiones en las que los elementos, así como el azar, confluyen de manera inesperada dando como resultado un buen golpe. Así le ha ocurrido a Quique Fernández con la puesta en escena de su texto.
El guante y la piedra es un espectáculo de un sólo personaje, que a su vez caracteriza a otros tantos dentro de una misma narración. El intérprete que conduce el relato, es también su autor. El guante y la piedra habla sobre el duro camino que recorre su protagonista, Nelson Villa, para cambiar un destino que, desafortunadamente, ya parece estar trazado. El texto es también una historia sobre la inmigración; una metáfora sobre las proyecciones fallidas y de las ilusiones golpeadas por la vida misma. Una reflexión que plantea la dicotomía existente entre dos fuerzas: el destino trazado involuntariamente o la intervención personal sobre el mismo.
De Mendoza a París. Nelson Villa, un aspirante a boxeador con pocos recursos, es acogido por esta última ciudad de la misma manera que se recibe a tantos otros inmigrantes. Una bienvenida que depende de las cartas que les fueron repartidas, así como de sus acentos natales. Nelson se mueve entre los impulsos primarios y lo transcendental.
Aunque como tal, el texto teatral no sea excesivamente destacable, si que cobra especial interés en el momento en el que salta a escena. Quique Fernández con su trabajo actoral le aporta una nueva dimensión, pues se trata de una actuación concienzudamente trabajada. De éste actor enérgico, aunque de mirada triste, recibimos una presencia impregnada de melancolía, de violencia contenida, de ironía, así como de una actitud clownesca. Es en los momentos en los que tienen lugar los rápidos cambios de roll en los que más puede apreciarse a este clown loco. Genial locura con la que en alguna ocasión fusiona los movimientos del boxeo con el baile de salón estilizado y los gestos de un mono aprisionado en su jaula. Todo ello, a rimo de tango.
Es también el tango mismo el elemento que transporta al interior del personaje y a la banda sonora de sus recuerdos, evocados desde la risa amarga y un sentimiento netamente melancólico. Esta música, tan integrada en la escena como un personaje más, hace de la obra un melodrama, convirtiendo pensamientos en tristeza bailada.
La intuitiva dirección de Rosalía Martínez contribuye de manera decisiva en la forja de la puesta en escena. Se percibe entre otras cosas, en la dinámica dirección de las acciones del actor y en el buen manejo de la escasa infraestructura lumínica de la sala, con la que, de manera muy sutil, apoya los repentinos cambios de registro de cada personaje.
Como resultado, este pequeño montaje, es producto de una mezcla de elementos traídos de diferentes géneros, que llegan directamente al espectador. Un público que, aunque no de manera consciente, lo asocia a dramones como The million dollar baby, a actores de carácter como Robert de Niro en Toro Salvaje, como también a los antihéroes del cineasta Milos Forman. En la sala todos aplaudieron durante largo tiempo a esta creación de personaje que es Nelson Villa. Un hombre sensible al cual los acordeones parisinos abandonaron. Aunque, en su memoria, todavía le acompaña el argentino bandoneón.
MÁXIMO CRECIENTE
miércoles, 2 de febrero de 2011
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.