Maese Manole, de Lucian Blaga. Dirección: Mario Mocanu. Ayudante de dirección: Claudio Bandini. Escenografía: Marcos Carazo Acero. Iluminación: Helena Conejero. Vestuario: Ana Montes. Interpretación: David Carrio, Raquel Moreno, Antonio Luque, Juan Carlos Reina, Fran Calvo, Betto Nhem, Javier Rios, Javier Camañez, Dario Ese, Rafa Ibáñez, Claudio Bandini, Jose Antonio Ruiz. Lugar: Sala A de la Real Escuela Superior de Arte Dramático. Fecha:10 y 11 de febrero de 2011
¿Qué tiene que decir hoy en día el más antiguo de los géneros dramáticos?
El pasado jueves y viernes un grupo de estudiantes de la RESAD nos han ofrecido una pieza trágica de Lucian Blaga, ganador del premio Nóbel a mediados del siglo XX.
El texto del dramaturgo rumano trata de un arquitecto incapaz de edificar una iglesia. Para conseguirlo, haciendo caso de las palabras del cura local, realiza un sacrificio humano – el de su propia esposa – por lo que finalmente se arrepiente, renegando de la religión para acabar cayendo en uno de los pecados más graves: el suicidio. Dicha pieza es una reinterpretación de Monastirea Argesului - un cuento folklórico de Rumania, una relectura que cuestiona tales aspectos de la religión como la fe ciega.
El director ha optado por contarnos esta historia de un modo que se asemeja a los clásicos griegos: dándole más valor al cómo que al qué; todos intuíamos lo que iba a suceder, así que lo importante no era sorprender al espectador con efectos espectaculares, ni tampoco crear suspense, sino hacer que el público comprenda y viva intensamente lo que sucede en escena. Para ello, de manera acertada, se ha apostado por una representación sencilla, sin trucos ni trampas escenográficas, acompañado de un hábil juego lumínico que, siendo austero, reseñaba lo realmente importante de lo que sucedía en escena.
Es posible que la lentitud del ritmo de la representación favoreciera para contar una tragedia, pero conseguía disipar la atención del público cuando se le hace esperar. No obstante, la puesta en escena atrapaba el espectador en los momentos de las pausas con unos silencios estremecedores, claramente marcados desde la dirección.
De la ya citada escenografía es preciso señalar que los paneles que la conformaban eran móviles y fueron los actores quienes se encargaron de moverlos, creando un efectivo juego interactivo entre actores y escenario.
El trabajo actoral, a rasgos generales, transmitía un aire trágico, con una dicción ciertamente grandilocuente. También es verdad que esa dicción no se palpaba en los que interpretaban a los albañiles, prácticamente a modo de coro. Algunos actores se encontraban mucho más sumergidos en la obra que otros, dejando ver la diferencia de capacidad actoral que había entre todos. Especialmente cabe subrayar la más que correcta actuación de la protagonista, quien ha sorprendido por su gran manejo de diferentes registros, tratándose de una interpretación sencilla, acompañada por una dicción que oscilaba entre la suavidad íntima y la ya nombrada grandilocuencia.
Para redondear el espectáculo faltaba una lectura que al público de nuestros días le acerque más esta historia. Un tema tan denso como la religión y la creencia, contado desde el punto de vista trágico, no es de fácil digestión, por lo que aquellos que acudimos al montaje, aplaudimos aliviados al desplomarse el telón final.
Foster Kane.
¿Qué tiene que decir hoy en día el más antiguo de los géneros dramáticos?
El pasado jueves y viernes un grupo de estudiantes de la RESAD nos han ofrecido una pieza trágica de Lucian Blaga, ganador del premio Nóbel a mediados del siglo XX.
El texto del dramaturgo rumano trata de un arquitecto incapaz de edificar una iglesia. Para conseguirlo, haciendo caso de las palabras del cura local, realiza un sacrificio humano – el de su propia esposa – por lo que finalmente se arrepiente, renegando de la religión para acabar cayendo en uno de los pecados más graves: el suicidio. Dicha pieza es una reinterpretación de Monastirea Argesului - un cuento folklórico de Rumania, una relectura que cuestiona tales aspectos de la religión como la fe ciega.
El director ha optado por contarnos esta historia de un modo que se asemeja a los clásicos griegos: dándole más valor al cómo que al qué; todos intuíamos lo que iba a suceder, así que lo importante no era sorprender al espectador con efectos espectaculares, ni tampoco crear suspense, sino hacer que el público comprenda y viva intensamente lo que sucede en escena. Para ello, de manera acertada, se ha apostado por una representación sencilla, sin trucos ni trampas escenográficas, acompañado de un hábil juego lumínico que, siendo austero, reseñaba lo realmente importante de lo que sucedía en escena.
Es posible que la lentitud del ritmo de la representación favoreciera para contar una tragedia, pero conseguía disipar la atención del público cuando se le hace esperar. No obstante, la puesta en escena atrapaba el espectador en los momentos de las pausas con unos silencios estremecedores, claramente marcados desde la dirección.
De la ya citada escenografía es preciso señalar que los paneles que la conformaban eran móviles y fueron los actores quienes se encargaron de moverlos, creando un efectivo juego interactivo entre actores y escenario.
El trabajo actoral, a rasgos generales, transmitía un aire trágico, con una dicción ciertamente grandilocuente. También es verdad que esa dicción no se palpaba en los que interpretaban a los albañiles, prácticamente a modo de coro. Algunos actores se encontraban mucho más sumergidos en la obra que otros, dejando ver la diferencia de capacidad actoral que había entre todos. Especialmente cabe subrayar la más que correcta actuación de la protagonista, quien ha sorprendido por su gran manejo de diferentes registros, tratándose de una interpretación sencilla, acompañada por una dicción que oscilaba entre la suavidad íntima y la ya nombrada grandilocuencia.
Para redondear el espectáculo faltaba una lectura que al público de nuestros días le acerque más esta historia. Un tema tan denso como la religión y la creencia, contado desde el punto de vista trágico, no es de fácil digestión, por lo que aquellos que acudimos al montaje, aplaudimos aliviados al desplomarse el telón final.
Foster Kane.
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