Blog de la asignatura Crítica Teatral 2

impartida por Juan Antonio Vizcaíno


lunes, 28 de febrero de 2011

Afición hija de puta

El año de Ricardo. De Angélica Liddell.
Reparto: Angélica Liddell y Gumersindo Puche. Diseño de iluminación: Carlos Marqueríe. Dirección, espacio escénico y vestuario: Angélica Liddell.

Si uno se fija bien es posible imaginarse con visión contemporánea aquellas peñas teatrales del s. XIX en España. A los llamados "Polacos" y "Chorizos", que vitoreaban, en los corrales de la Cruz y el Príncipe a sus autores favoritos. Defendían su idea de teatro sin contemplar las posibilidades del otro. En la actualidad permanecen residuos de aquella forma de enfrentamiento cuando nos encontramos con el drama frente al postdrama.

Las polémicas en torno al teatro de Angélica Liddell se diluyen poco a poco en la entrada de la sala Ambigú, de Valladolid, de la misma manera que se van diluyendo en la entrada de muchos otros teatros. Recordando a esas peñas decimonónicas, el dedo levantado de la dramaturga se convierte en un pequeño conflicto de bar. Los hijos de puta, nosotros, reiremos en el teatro a viva voz o echaremos en falta la corrección de la estructura dramática, entre otras cosas.

En El año de Ricardo, Angélica Liddell compone un personaje enfermo, cruel, provocador y verborreico. Un Ricardo que nos enseña el culo y nos insulta sin pedir perdón por el genocidio, el maltrato o la guerra. Omnipotente. Como la propia Angélica, que sella este proyecto abarcando todos los ámbitos escénicos. La iluminación se la cede a Marqueríe, para que una vez más transforme un elemento técnico en poesía visual. El hombro de Ricardo es Catesby, interpretado por Gumersindo Puche, que desempeña una función casi escenográfica. Naranjas, cerveza, manta térmica, cama y jabalí. Numerosos objetos desperdigados conscientemente por el espacio que ayudan a generar el ingrediente más destacable del espectáculo: la poesía.

La energía con la que la dramaturga se enfrenta al espectáculo no deja infiderente a ningún "Polaco" ni a ningún "Chorizo". De vez en cuando ambas aficiones se encuentran, fruto de algún acierto diplomático de la representación. El público se convierte entonces en una afición hija de puta que se emociona con lo que ve encima del escenario. Que no se olvide ningún hijo de puta, al llegar al bar, de esos momentos.

Jerónimo Jimeno

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