Los negros, de Jean Genet. Dirección: Miguel Narros. Intérpretes: Claudia Coelho, Boré Buika y Patrick Mitogo, entre otros. Escenografía: Andrea D´Odorico. Madrid, Sala Verde de los Teatros del Canal. Estreno: 26 de enero de 2011.
Jean Genet es heredero en partes iguales de Antonin Artaud y los poetas malditos de los años treinta. Si hubiera una poética del mal la habría inventado Francia, pueblo civilizado por excelencia. Valga la paradoja. Jean Genet, de acuerdo a los preceptos de Artaud busca un teatro que se dirija a los sentidos, que no descanse en la palabra y que desafíe a la moral convencional. Para ello elige un marco de ceremonia, fuertemente ritualizado y donde se libere los instintos más primarios del ser humano. El teatro de Genet pretende conectarnos con nuestro lado más instintivo, el que hemos ido reprimiendo para poder llamarnos civilizados.
En Los negros, el autor vuelve a utilizar el mismo mecanismo de ceremonia que en otras de sus obras. Unos negros celebran el funeral de una mujer blanca que yace dentro de un ataúd en el medio del escenario. A la vez que celebran su particular misa negra, en otro nivel, sobre una plataforma se lleva a cabo el juicio por el asesinato de la mujer blanca. El asesino está entre ellos. La obra consiste en el desarrollo de esa tensión: el juicio, que aunque desempeñado por negros, representa a la cultura occidental y la misa negra, en el nivel más bajo, que representaría la cultura más tribal y más ancestral, anterior a la colonización y anterior a nuestra propia civilización. Es decir, la civilización frente a la barbarie. Jean Genet parece decirnos que la civilización no es sino otra forma de barbarie. A pesar de ser interesante esta tesis, la exposición no es tan eficaz como en otras de sus obras. Falta síntesis y sobra texto. Los parlamentos son excesivamente largos y el formato de juicio va en detrimento de la acción, convirtiendo el espectáculo en un recital poético.
El espectáculo arranca con ritmo. En el nivel inferior, se presentan seis actores vestidos como para un concierto de blues. Uno de ellos, el maestro de ceremonias se encarga no solo de organizar los aspectos más técnicos de la reunión, sino que también orienta sobre lo que los demás personajes tienen que decir e incluso que pensar. Hubiera sido un personaje interesante, si desde la dirección no se hubiera marcado demasiado movimiento sin un fin claro. En ocasiones, hay demasiado revuelo en escena e impide entender con suficiente claridad la misma historia. En el nivel superior, el resto de personajes, como máscaras de la comedia del arte dieciochescas, al más puro estilo Lecqoc, ofrecen mejor factura que los de abajo. El resultado de ambos niveles, es la visión de un espectáculo extrañamente heterogéneo y caótico, en vez del eclecticismo que el director ha pretendido.
La escenografía participa de la idea global de espectáculo, que asoma pero que no se consigue. Esa idea es la mezcla entre lo más bajo y lo más sublime. Esencia misma del teatro de Genet y los herederos de Artaud. Los trajes de noche carísimos brillan junto al girón de tela que cubre el ataúd, las exquisitas máscaras bailan entre andamios oxidados.
Un largo y cálido aplauso agradeció a Miguel Narros su larga trayectoria en el teatro español.
Ana María García
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