Blog de la asignatura Crítica Teatral 2

impartida por Juan Antonio Vizcaíno


lunes, 7 de febrero de 2011

Mujeres de arena

“No quiero nada. No espero nada. No le temo a nada. Por lo tanto, soy libre”

Memoria de la cárcel de mujeres; Dirección escénica: Romina Medina; Ayte. de Dirección: Claudia Tobo; Dramaturgia: Auxi P. Campos y Romina Medina (versión de la novela de Nawal El Saadawi); Escenografía: Aristeo Mora de Anda; Intérpretes: Delia Vime, Carlos Martos, Carlos Olalla, Catalina Pueyo, Eva Ugarte, Laura García, Lola Bolaños, Lucía Barrado e Irene Serrano. Madrid, Sala García Lorca, RESAD, 19, 20, 21 de Enero a las 18.00h.


Nawal El Saadawi escribió Memoria de la cárcel de mujeres en papel higiénico. Fue encarcelada en 1981 por el presidente de Egipto, Anwar Sadat. Y todo por hacer uso de su libertad de expresión. La libertad que acaba cuando tropiezas con barreras insalvables, con dictaduras, con opresión, con barrotes. Muchas murieron allí, aunque ella salió libre un mes después de la muerte de Sadat. Y siguió haciendo lo que sabía. Dar voz a los que no la tienen. Su experiencia en la cárcel, junto con otras trece mujeres de distinta religión y rango social, es lo que cuenta en su novela. Porque El Saadawi quiso que los demás supieran qué pasaba, a qué se estaban enfrentando, por qué les hacían callar.

Romina Medina ha dirigido la adaptación al teatro de la novela. Ha reducido el número de mujeres a cinco presas comunes, una asesina, una mendiga y la Shawisha, encargada de las celdas. Nos enseña mujeres que se mueven en un espacio que no les corresponde, un mundo de arena que las ahoga. Que las apresa y las oprime. Estas mujeres encarceladas sin saber por qué, se mueven poco por los pocos metros de celda que les corresponden. Hablan de sus vivencias, de la soledad, de la dificultad de ser mujer en el mundo árabe, del peso de la tradición , e incluso de la confrontación entre Oriente y Occidente. Respiran un polvo que las ahoga. Y su futuro se nos presenta incierto, aunque atisbamos la muerte un poco más allá.

La escenografía, reducida a una tela que se mueve mediante un sistema de poleas, modifica de manera sencilla un espacio que se percibe desértico, agobiante e incluso maloliente en ocasiones. La sencillez juega a favor de todo el montaje. También la iluminación ayuda al seguimiento de este viaje al interior de las mujeres. Los ojos del espectador se mueven entre colores ocres, marrones, y amarillos, y algún que otro toque rosáceo. Como en un prisma.

Se echa de menos mayor diferenciación entre estas mujeres. Están demasiado estereotipadas, cada una tiene una única razón de ser, y a ratos el espectador demanda algo más. Mayor profundidad, una inmersión más honda en la experiencia vital de los personajes. Aún así, las actrices logran captar la atención y hacer que el que mira se sienta incómodo, sufra lo que ellas sufren. Los papeles masculinos están presentes, pero también podría haber aprovechado más esa diferencia entre género. Eso sí, nos muestra a un oficial que, desde su frialdad, hace más patente la dureza de estas cárceles, el poder del hombre sobre la mujer.

La reflexión de la directora sobre la libertad de la mujer está clara de principio a fin. Y se agradece esa visión, porque muestra, atrapa y hace reflexionar sobre lo que queda aún por hacer. Por hablar. Y por escribir.

Como dijo El Saadawi: "Nada es más peliogroso que la verdad en un mundo que miente... No hay poder en el mundo que pueda privarnos de mis escritos".

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