PROMETEO, de Esquilo/Heiner Müller.
Dramaturgia: Pablo Ley y Carme Portaceli. Reparto: Carmen Elías, Pepa López y David Bagés, entre otros. Producción: Centro Dramático Nacional, Grec 2010 Festival de Barcelona, y Factoría Escénica Internacional
Teatro Valle Inclán, diciembre de 2010.
Prometía por la foto publicitaria de la cara de una sudorosa actriz mirando a cámara, por la música en directo, por el mito en sí, pues gracias a Prometeo, nosotros, humanos, tenemos conocimientos. Pero no llegó a cumplir.
El alemán Heiner Müller, una de las más conocidos dramaturgos europeos del siglo XX, realizó una serie de revisiones de mitos griegos, entre las que se encuentra este Prometeo. Y una de las primeras obras que se conserva del teatro griego es precisamente el Prometeo encadenado de Esquilo, el primero de los tres trágicos griegos. A partir de estos dos textos, Pablo Ley y la directora Carme Portaceli realizan una versión propia confusa a ratos y, bastante lúcida en otros momentos, como el principio.
Comienza la función y cuatro jóvenes vestidos de militares entran por un lateral para colocarse ante unos instrumentos, que empiezan a tocar. Escuchamos su música mientras un cañón de luz apunta a una joven actriz, Gabriela Flores, que consigue que entendamos la creación del universo en el largo relato que de su boca sale disparado a un alto e innecesario volumen hacia un micrófono. Se trata del coro de la tragedia griega, condensado en un solo personaje. Cuando ha terminado, para alivio de nuestros oídos, otro personaje cruza el charco, (porque resulta que aquello que parecía agua a juzgar por los reflejos de la luz de sala en el escenario oscuro, era finalmente agua), y sube por una escalera de caracol que hay dentro de una alta torre de hierro para encender una luz giratoria en lo más alto. La cumbre de este inmenso armazón de hierro no podrá ser vista por el espectador sentado más allá de la tercera fila, a causa de su excesiva altura, pues fue construida para el escenario del Grec, que es donde se estrenó el montaje. De hecho, para que el decorado quepa y todos puedan verlo lo mejor posible, se ha prescindido de bambalinas y telones.
A continuación, un carcelero conduce a un personaje encapuchado por una pasarela elevada un metro sobre el nivel del agua, hasta el pie de la torre, y le ata las muñecas a los barrotes. Obviamente se trata de Prometeo. Al quitarle la capucha vemos a una actriz interpretando ese papel, una intensa Carme Elías, que salva un montaje básicamente aburrido. "Los mitos no tienen sexo, (...) y en nuestro caso, Prometeo es una mujer", afirma en una entrevista la directora, Carme Portaceli, justificando la elección de la protagonista en vez de manifestar lo que todo el mundo está pensando y el motivo por el cual una alta proporción del público acude y acudirá al teatro: el tener una actriz como Carmen Elías, que creo haber ya dicho que es quien sostiene el espectáculo. El resto de actores cumplen en su función de comparsa al visitar a Prometeo cual si de una consulta de médico se tratara, es decir, uno tras otro; mientras tanto la orquesta de vez en cuando acompaña con una sugerente y adecuada música de jazz, compuesta y dirigida por Dani Nel·lo.
A lo largo de la función, cuando uno menos se lo espera, algún personaje chapotea o se reboza en el agua mientras habla, pues al fin y al cabo, para algo se ha llenado con ella una piscina de 300 metros cuadrados que cubre toda la superficie del escenario. Esta escenografía acuática y este faro que se adentra en el mar al final de una pasarela elevada sobre pilotes, se manifiesta hostil a Prometeo, como castigo por haber desafiado el poder establecido y haber entregado el fuego a los humanos. Paco Azorín, el escenógrafo que ha diseñado esta mole (de hierro y aluminio casi en su totalidad), refuerza por tanto la idea de la condena eterna que debe sufrir el protagonista por su atrevimiento. Pero precisamente por la materia prima utilizada, también se hace pesada.
Llegando al final, se nos cuenta, por medio de otro monólogo y con una simultánea y grotesca traducción gestual, lo que pasó después de la historia que acabamos de presenciar, es decir, lo que hicieron los humanos con aquello que se les dio. Esta última escena crea un paralelismo con la primera de la obra, pero a aquellas alturas de la noche, la atención del auditorio estaba bastante dispersa. Este Prometeo es, en resumen, un excesivo montaje (pagado por dos potentes teatros públicos españoles), que hace todavía más complicado entender un texto de difícil comprensión.
Poco después de estrenarse el montaje en esta sala de un teatro nacional de 510 butacas de aforo, sólo estaban ocupadas 30, en su mayor parte por invitados, que reprimían casualmente algún bostezo. Al fin, una vez liberado Prometeo de sus ataduras en la torre, este público, por ser tan educado, o quizá por haber entrado gratis, aplaudió cortésmente. Pero como un servidor, supongo que ellos también regresarían a casa decepcionados, porque no encontraron lo que se les había prometido.
nico guau
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.