Augusto Algueró llevaba la música diluida en las venas. Se dedicó a ella desde casi todos sus frentes. Fue compositor, director de orquesta y arreglista. Recuerdo cuando era pequeño y en casa bailábamos como locos al ritmo de La chica ye-yé. O cuando mi padre cantaba Penélope con voz melancólica mientras mi madre le acompañaba desde la cocina. Incluso llegué a presenciar una escena que me hizo sonreír durante mucho tiempo. Mi padre, arrodillado y sujetando las manos de mi madre, mientras le cantaba a voz en grito: "estando contigo, contigo, contigo me siento feliiiiiiiiiiiiz, y cuando te miro, te miro, te miro me olvido del mundo y de tiii". Entonces pensé que el amor era eso.
Han pasado muchos años y Augusto -de alguna manera le siento tan cercano que me permito el lujo de llamarle por su nombre- nos ha dicho adiós. No ha habido música, ni trompetas de ángeles ni meneos de caderas. Sólo un irse despacio, casi sin hablar, en brazos de su esposa, Nacha, con la que llevaba casado más de veinte años.
La trayectoria de Augusto fue reconocida en vida, y así se lo hicieron saber en el año 2005, otorgándole un premio que reconocía su aportación a la música popular. La música fue su vida, y el gran legado que ha dejado resonará en nuestras cabezas hasta el final. No pocos habrán tarareado hoy sus canciones, como sencillo homenaje a este hombre que vivió por y para ella.
Como él mismo dijo: "La música es el lenguaje más universal que existe y a ella le he entregado mi vida entera". Ojalá le acompañe allá donde vaya.
Descansa en paz, Augusto.
Müll Dávila
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