Reparto: Gonzalo Cunill, Nuria Lloansi, Juan Loriente, Juan Navarro, Jean-Benoît Ugeux
Pianista: Marino Formenti; Música: Joseph Haydn Las siete últimas palabras de Cristo en la cruz
Videocreación: Ramón Diago; Panes: Tradipan;
Madrid, Centro Dramático Nacional. Teatro María Guerrero
Estreno 7 de enero de 2011
Después de tantos años de pan y vino, el pan se convirtió en su cuerpo y el vino en su sangre. Un hombre nacido en Oriente Medio sería años más tarde el emblema propagandístico más grande de la historia en Occidente.
Gólgota picnic es una constante reflexión acerca del comportamiento social a lo largo de las épocas que han tenido lugar en la Era cristiana.
Una civilización edificada sobre sangre, cadáveres, muerte y efímeras cenizas; las cuales todavía respiramos sin darnos cuenta.
El trabajo de Rodrigo García se encuentra camino entre las influencias del performance, la ritualidad del teatro pánico, así como la subyacente tesis de Noam Chomsky.
Mediante proyecciones en una gran pantalla se acude con frecuencia a representaciones iconográficas sobre la muerte y resurrección de Cristo, que no son sino muestra de las diferentes modas de cada época.
En este picnic se da lugar a la reflexión desde una mirada actual; tan profunda como frívola; tan agónica como desinteresada.
Cinco actores improvisan un picnic dionisiaco sobre un Gólgota simbólico, cubierto por un extenso manto de panes de hamburguesa.
Mediante febriles discursos emitidos desde un lenguaje insolentemente coloquial, estos filosofan acerca de las realidades en la Era cristiana hasta la actualidad. Unas veces discurren adoptando el papel de Cristo; en otras ocasiones desde roles anónimos. Cabe destacar la intervención de la Niña del Exorcista, a lo Joaquín Reyes de Muchachada Nuí, que pone a caldo la manipulación social ejercida a través de la figura de Dios y de Cristo, valiéndose de un hilarante aunque lúcido discurso.
En escena, los actores crean su propia intimidad sin necesidad de cuarta pared, ya que permanecen ajenos al público, dando la espalda en ocasiones. La sensación de frontalidad es dada en su mayoría mediante las proyecciones de los mismos sobre la pantalla.
El dramaturgo y director Rodrigo García no crea acción dramática sino combinaciones estéticas al servicio de la denuncia. En esta pieza no existen personajes con entidad propia, ya que son meros interlocutores. Con su voz transmiten un sólo pensamiento: el del autor. Textualidad y plasticidad se fusionan ofreciendo sugerentes mensajes que hacen del espectador un receptor siempre activo. Hasta que, después de una hora y media, posiblemente, deja de serlo.
Algunos de los elementos plásticos utilizados son el pan nuestro de cada día y la carne. Una carne que viene a simbolizar la de Cristo, así como la de los que murieron y continúan muriendo. Con una máquina de picar industrial en escena, se hace desaparecer todo lo que pueda ser recordatorio de lo que al sistema le conviene ignorar, borrándose identidades y hechos reconocibles. En este montaje, Rodrigo García utiliza la hamburguesa como metáfora de la sociedad contemporánea del primer mundo. Una sociedad que acomoda su lecho sobre los cadáveres del crimen global.
Varios soliloquios elocuentes más tarde, cuando la atención de la audiencia lleva un rato dispersada, es cuando la oratoria del terror y la crueldad termina. Para aliviar nuestros desconsolados espíritus, entra en escena el pianista Marino Fortimenti, que al piano, sin calzón ni partitura, interpreta “Las siete últimas palabras de Cristo en la cruz” de Joseph Haydn. Es en el montaje lo único que, pretendidamente, se acerca a la divinidad. También a lo más intimo. Detrás del piano, en la pantalla, se proyecta la sombra, casi kafkiana del pianista, ensimismado en su soledad.
Con todo ello se consigue crear la sensación de intensidad deseada por el director del montaje. Claro está que también contribuye el hecho de mantener al público encerrado en el María Guerrero durante dos horas y media sin descanso. Lo que a decir verdad, desmerece el bello concierto al piano. Tan intenso como el perfume de algunos espectadores, que se mezcla con el olor a pan blando de la escenografía.
Con todo, tanto el texto como la puesta en escena, están dotadas de imágenes sugerentes y evocadoras, las cuales cada espectador acomoda dependiendo de los límites de su propia convicción. Claro está que unos somos mas Cristo y otros Pilatos. Aunque al fin y al cabo, todos manipulables.
Si después de ver la representación hay quien todavía tiene hambre de comida rápida; no se preocupen. En el Burguer King aun quedan existencias. Aunque según el discurso de Rodrigo García, piensen por un momento en a quien pudieran estarse comiendo.
Estreno 7 de enero de 2011
Después de tantos años de pan y vino, el pan se convirtió en su cuerpo y el vino en su sangre. Un hombre nacido en Oriente Medio sería años más tarde el emblema propagandístico más grande de la historia en Occidente.
Gólgota picnic es una constante reflexión acerca del comportamiento social a lo largo de las épocas que han tenido lugar en la Era cristiana.
Una civilización edificada sobre sangre, cadáveres, muerte y efímeras cenizas; las cuales todavía respiramos sin darnos cuenta.
El trabajo de Rodrigo García se encuentra camino entre las influencias del performance, la ritualidad del teatro pánico, así como la subyacente tesis de Noam Chomsky.
Mediante proyecciones en una gran pantalla se acude con frecuencia a representaciones iconográficas sobre la muerte y resurrección de Cristo, que no son sino muestra de las diferentes modas de cada época.
En este picnic se da lugar a la reflexión desde una mirada actual; tan profunda como frívola; tan agónica como desinteresada.
Cinco actores improvisan un picnic dionisiaco sobre un Gólgota simbólico, cubierto por un extenso manto de panes de hamburguesa.
Mediante febriles discursos emitidos desde un lenguaje insolentemente coloquial, estos filosofan acerca de las realidades en la Era cristiana hasta la actualidad. Unas veces discurren adoptando el papel de Cristo; en otras ocasiones desde roles anónimos. Cabe destacar la intervención de la Niña del Exorcista, a lo Joaquín Reyes de Muchachada Nuí, que pone a caldo la manipulación social ejercida a través de la figura de Dios y de Cristo, valiéndose de un hilarante aunque lúcido discurso.
En escena, los actores crean su propia intimidad sin necesidad de cuarta pared, ya que permanecen ajenos al público, dando la espalda en ocasiones. La sensación de frontalidad es dada en su mayoría mediante las proyecciones de los mismos sobre la pantalla.
El dramaturgo y director Rodrigo García no crea acción dramática sino combinaciones estéticas al servicio de la denuncia. En esta pieza no existen personajes con entidad propia, ya que son meros interlocutores. Con su voz transmiten un sólo pensamiento: el del autor. Textualidad y plasticidad se fusionan ofreciendo sugerentes mensajes que hacen del espectador un receptor siempre activo. Hasta que, después de una hora y media, posiblemente, deja de serlo.
Algunos de los elementos plásticos utilizados son el pan nuestro de cada día y la carne. Una carne que viene a simbolizar la de Cristo, así como la de los que murieron y continúan muriendo. Con una máquina de picar industrial en escena, se hace desaparecer todo lo que pueda ser recordatorio de lo que al sistema le conviene ignorar, borrándose identidades y hechos reconocibles. En este montaje, Rodrigo García utiliza la hamburguesa como metáfora de la sociedad contemporánea del primer mundo. Una sociedad que acomoda su lecho sobre los cadáveres del crimen global.
Varios soliloquios elocuentes más tarde, cuando la atención de la audiencia lleva un rato dispersada, es cuando la oratoria del terror y la crueldad termina. Para aliviar nuestros desconsolados espíritus, entra en escena el pianista Marino Fortimenti, que al piano, sin calzón ni partitura, interpreta “Las siete últimas palabras de Cristo en la cruz” de Joseph Haydn. Es en el montaje lo único que, pretendidamente, se acerca a la divinidad. También a lo más intimo. Detrás del piano, en la pantalla, se proyecta la sombra, casi kafkiana del pianista, ensimismado en su soledad.
Con todo ello se consigue crear la sensación de intensidad deseada por el director del montaje. Claro está que también contribuye el hecho de mantener al público encerrado en el María Guerrero durante dos horas y media sin descanso. Lo que a decir verdad, desmerece el bello concierto al piano. Tan intenso como el perfume de algunos espectadores, que se mezcla con el olor a pan blando de la escenografía.
Con todo, tanto el texto como la puesta en escena, están dotadas de imágenes sugerentes y evocadoras, las cuales cada espectador acomoda dependiendo de los límites de su propia convicción. Claro está que unos somos mas Cristo y otros Pilatos. Aunque al fin y al cabo, todos manipulables.
Si después de ver la representación hay quien todavía tiene hambre de comida rápida; no se preocupen. En el Burguer King aun quedan existencias. Aunque según el discurso de Rodrigo García, piensen por un momento en a quien pudieran estarse comiendo.
MÁXIMO CRECIENTE
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