La incógnita que preside los espectáculos tipo cabaret o vaudeville reside en la falta de unidad que predomina en dichos eventos: quedarse o irse, esa es la cuestión. Al no haber un hilo conductor claro, los chicos que ofrecieron al público del Café la Palma el espectáculo La noche de la mezcla, se enfrentaron a este problema. Música en vivo, chistes, títeres y un monólogo eran los ingredientes de un coctail falto de dirección y coordinación.
Es cierto que, por un lado, una estructura caótica puede causar en el espectador una sensación de estrés por la ausencia de armonía y equilibrio. No obstante, el público de nuestro tiempo mantiene difícilmente la atención durante un largo rato. Y fueron precisamente los cambios de números, las entradas y salidas a escena de los distintos artistas los que dotaron al espectáculo del dinamismo necesario para captar la atención de la grada.
A decir verdad no se trataba de una grada, sino más bien una sala de suelo liso, sin asientos. Sin embargo, al tratarse de un local destinado al consumo de bebidas – era un café - el espacio favorecía para transmitir la idea de variedades que sustentaba todo el espectáculo. La buena acústica de la sala nos permitío deleitarnos con las actuaciones musicales de J.E.S.U. + Invitados y de Mr Blaky. Los primeros abrieron la lata con media docena de versiones en acústico (dos guitarras y un cajón) de canciones de culto del rock alternativo, imitando a los míticos grupos como Nirvana y the Pixies, entre otros. Mr Blaky cerraba la actuación con un sonido potente, resultado de una mezcla de rock duro y hip-hop. Entremedias de los dos conciertos pudimos presenciar un monólogo - Ejecutor 14 – cargado de emoción y reflexión a propósito de la guerra, leído por el actor mejicano Raúl Rodríguez. El hecho de ser leído resultó chocante, puesto que anclaba la mirada del intérprete a los folios que sostenía en mano, lo cual detuvo el ritmo general. Un ritmo que se volvía a recuperar con las apariciones de unos títeres manipulados por Oscar Merino, gracias al humor e imaginación que acompañaban dichas apariciones.
Cabe destacar también el pésimo juego lumínico que, lejos de apoyar lo que sucedía en escena, distraía al espectador, ya de por sí distraído y alborotado por tanto cambio. También es verdad que nadie pudo sentirse engañado – el propio título de la función anunciaba de antemano lo que nos íbamos a encontrar: los amantes de la variedad escénica pudieron satisfacer su hambre de espectador, independientemente de la heterogeneidad del espectáculo.
martes, 11 de enero de 2011
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