PLAZA SUITE
Autor: Neil Simon. Versión y dirección: Carlos E. Laso. Intérpretes: María José Gallego, Merche Lagarejo, Monica Souto, Vicente Casado, Jesús Martínez, Ángel Jiménez, Juan Carlos Galdo
Siempre es un verdadero placer reencontrarse con Neil Simon. Para todos aquellos que hemos crecido admirando comedias como “La extraña pareja”, “Descalzos por el parque”, “La chica del adiós”, por citar tan sólo unos pocos ejemplos, es un gusto redescubrir que el humor que destila este viejo neoyorquino funciona tan eficazmente hoy en día como lo hacía en el momento en que fue escrito.
“Plaza Suite” es un ejemplo perfecto. Escrita en 1968, esta disección de la clase alta norteamericana posee todos los elementos que hicieron popular la obra de Simon: una perfecta construcción de situaciones y personajes, una fina ironía, diálogos veloces e ingeniosos y una pizca de amargura/ternura que toca la fibra sensible.
“Plaza suite” nos presenta tres historias que tienen como nexo común el que transcurren en la habitación 719 del hotel Plaza. Eso y que las tres ironizan sobre el matrimonio. La demoledora visión sobre la pareja sigue siendo tan fresca y actual como hace cuarenta años. Simon utiliza su afilada pluma para mostrarnos, en clave de alta comedia, los trapos sucios, las bajezas, las miserias de tan sacrosanta institución.
Y este montaje funciona, no gracias a la compañía Drama Contra Mundum que lo ha llevado a escena, sino a pesar de ella, que desde el primer minuto se dedica a torpedearlo.
El problema de la alta comedia es que para que funcione necesita de “cosas”. Hay que vestirla. Uno puede montar a Shakespeare con cuatro elementos y un escenario neutro y podemos asistir desde nuestras butacas a batallas, increíbles viajes, etc… Tal es el poder de la narrativa del genial bardo. Pero con Simon es distinto. La comedia de Simon necesita adornarse para que su brillante mecanismo de relojería funcione a la perfección. Necesitamos ver para creer. Necesitamos admirar el lujo del Plaza para contraponerlo con las miserias de esos personajes que lo habitan. Necesitamos ver los chaqués que se rasgan para poder entender esa clase alta que se desmorona.
La compañía ha hecho un esfuerzo encomiable a la hora de llevar esta obra a los escenarios. Pero quizá son demasiadas las “cosas” que son necesarias para poner en pie esta comedia. El montaje falla en cuanto que la puesta en escena no está en muchas ocasiones a la altura del texto. La mayor parte de la obra se mueve en los terrenos de la comedia sofisticada, pero hay elementos que no siguen ese código: algunos elementos del vestuario, como ese risible chaqué del último acto; todas las pelucas, imposibles e increíbles; personajes como el del botones, nos remiten a lenguajes que tienen que ver más con el clown que con la alta comedia. Esta mezcolanza hace que no terminemos de entrar en la obra, sacándonos una y otra vez de lo que ocurre en la escena. Tampoco ayuda la escenografía, fea, y a la que apenas se le da ningún uso. Ni siquiera las actuaciones; faltos de subtexto, los actores se dedican a moverse de un lado para otro limitándose a recitar sus papeles, cuando consiguen no tropezar con las endiabladamente ágiles frases del dramaturgo.
Y pese a todas estas cargas de profundidad, el público, incluido éste crítico, ríe. Tal es el poder de la obra de Simon. Si uno consigue abstraerse de todo lo anterior, si uno consigue profundizar en el texto, puede “disfrutar” del espectáculo.
Aunque quizá, por el precio de la entrada, prefieran comprar el libro y leerlo cómodamente en casa.
Marisa Plasencia
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