Gólgota Picnic
escrito, dirigido y con escenografía de Rodrigo GarcíaReparto: Gonzalo Cunill, Núria Lloansi, Juan Loriente, Juan Navarro, Jean-Benoit Ugeux; Pianista: Marino Formenti; Iluminación: Carlos Marqueríe. Madrid, Teatro María Guerrero. Estreno 7 de enero de 2011.
Lo importante es que me comí una hamburguesa al salir. La provocación alcanza este nivel en mí. Yo, que soy amante fiel de la tapa con caña. Pero me dieron unas ganas tremendas de tener un recuerdo sinestésico del espectáculo ofrecido por Rodrigo García. Por completar.
Gólgota Picnic trata de Jesús en la cruz. Nada más y nada menos. El autor y director del montaje se aprovecha del pobre Jesús para explorar de nuevo sus universos habituales, lo amoral, lo inmoral, la decadente sociedad que nos engulle, las mentiras que nos creemos y todas esas cosas que se supone que nos atañen como ser humano. A través del trabajo inmejorable de cinco actores, un pianista y un iluminador compone un lenguaje propio, un ejercicio de estilo. Retrata a Jesús a su manera, ya no tan irreverente, y aprovecha para intentar removernos la conciencia de la misma manera que un cura, cuando utiliza las palabras del señor.
Después de vomitar la opinión, acto irrefrenable tras el consumo de alimentos en restaurantes de comida rápida, agnóstico redomado (servidor), frente a blasfemia descafeinada (espectáculo), pasa a detallar las razones por las cuales no se arrepiente de haber estado hora y media en el teatro María Guerrero. Y dice hora y media a conciencia, ya que la obra dura dos horas y media. Agnóstico comedor de hamburguesa cree que el mayor fallo de Gólgota Picnic es que dura demasiado. Todo se alarga en extremo, como si a Don Rodrigo no le funcionase el reloj y perdiendo así su fuerza potencial.
Pero queda la otra hora y media, por la que merece la pena estar: por las imágenes memorables que se cuelan de vez en cuando, por las réplicas exactas que conviene apuntar en una libreta, por el impecable trabajo de los actores, por descubrir que la luz en buenas manos compone un lenguaje dramático, por el concierto de piano que asoma como un huérfano al final de la función.
Y sobre todo, por el comportamiento social, que acompaña con un golpe de butaca el 4º movimiento, en lugar de abandonar la sala cuando se presenta una hamburguesa de lombrices que nadie se come, o se viste de puta a Jesús crucificado. ¿Forma parte de la propuesta que este inesperado instrumento de percusión acompañe al piano?, ¿qué sucederá entonces cuando la obra se represente en una sala con butacas fijas?, ¿se entregará un pandero por espectador?, ¿esta reflexión es fruto de un rato de aburrimiento?
Comulgué, sí, pero el sacramento me dejó tan indiferente como la propia beiconchisburguer. Quizás estoy perdiendo la fe en la sorpresa y la edad para la comida rápida.
Jerónimo Jimeno
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