Una noche al entrar en la cocina encontré una rodeando un bote metálico recién comprado para dejar secar los cubiertos. Di un grito. Había generado un par de años antes una aversión hasta entonces desconocida. Así, sin más. Sin avisar. Y desde entonces no había vuelto a ver tantas juntas. Saqué el spray y apliqué bien de pulsaciones sobre todo el fregadero, los cubiertos y hasta un poco de pan que tenía cerca. Dio un par de vueltas por el mostrador, cada vez a menor velocidad, y finalmente se paró bastante moribunda, moviendo las patas penosamente. Acto seguido rocié cada rincón de la mínima cocina y cerré la puerta. Una hora después, diez más, de variados tamaños, salían lentamente, en sus últimos estertores, por la rendija de la puerta de la cocina. Era un sábado a la 1 de la mañana. Me fui a dormir pensando que saldrían las que quedaran, esa noche, y me devorarían en mi sueño. No ocurrió así. La mañana siguiente amaneció pero yo me hice bastante el remolón en la cama, porque sabía que iba a pasar frío fuera de las sábanas, y temía además lo que me esperaba en la cocina al abrir la puerta. Cuando finalmente me levanté y fui a la cocina, había otras 10, número redondo, panza arriba y moviendo las patas, pero esta vez eran todas bastante grandes. Las recogí con asco y, tal como había hecho la noche anterior, las eché al váter a las 10 juntas. La noche siguiente el número bajó y ya no eran 10 sino 8, y así fue bajando progresivamente hasta que una semana después llegó una noche en que no apareció ninguna, y me di cuenta de que no me habían devorado mientras dormía. Todo ello gracias a la cantidad de consejos que seguí, de conocidos y de desconocidos. Esto de las cucarachas, hace aumentar la solidaridad en las relaciones humanas, como pocas cosas consiguen en el mundo. Ni si quiera las grandes desgracias.
Hubo gente que decía convivir con ellas y no sufrir. Otros invocaban al acostumbramiento. Prometían que pasados unos meses, uno deja de gritar, y se limitaba a dar a la susodicha un pisotón sin inmutarse mientras hacía cualquier otra cosa, o a echarla al recogedor, si estaba ya muerta. Por cierto, que hubo una muy servicial que se fue a morir sobre el recogedor, ella solita.
Otros me preguntaron que si la casa era vieja, y yo respondí: 86 años. Otros que si había estado deshabitada, y yo respondí: un año. Otro que si eran marrones o negras, y yo respondí que marrones, pero no llegué a saber si radicaba la importancia del asunto en el color, porque al contestar, el otro puso una cara grave, y se dio la vuelta. Otro me dijo después que las marrones se había comido a las negras. Yo entonces pensé en que si seguían con hambre, irían a por mí, lo cual me desasosegó bastante. Pero qué majo aquél, qué solidario, interesándose por el color de mis cucarachas.
Otros me dijeron que pusiera tal o cual producto y que no dejara migas ni nada de comida fuera de la nevera, y pensé que si yo fuera una cucaracha nocturna y tuviera hambre, y no hubiera nada en la cocina al alcance, iría sin dudarlo a comerme con nocturnidad al que estuviera durmiendo plácidamente en su cama con la barriga llena.
Esto de las cucarachas me hizo no entrar en la cocina a preparar nada durante una semana entera, ni si quiera a tomarme un desayuno rápido. Prefería llevarme algo de fruta para el camino. Y también me hizo darme cuenta de la solidaridad del ser humano en estos momentos de malestar de uno. En todos esos desconocidos que te dan consejos, porque claro, quien mas quién menos conoce el tema de las cucarachas; quien más, quien menos, ha visto los documentales donde dicen aquello de la bomba nuclear y las cucarachas; quien más, quien menos, ha gritado alguna vez al ver a alguna sobre su fregadero; quien más, quien menos, me ha recomendado polvos, sprays, cajas negras, de todo lo que hay en el supermercado.
Hace dos noches vino un amigo solidario a casa, y cenamos algo y miramos por las rendijas, y me confortó, y me dio ánimos, y luego de cenar se fue. Y qué alegría, al día siguiente no apareció ninguna. El primer día que no aparecía ninguna. Al día siguiente fui muy feliz. Pensé que ya había podido con ellas. Pensé que había ganado. Que la solidaridad había triunfado en el mundo.
Eso fue ayer. Ayer fui muy feliz. Hoy me he levantado y me he encontrado 8 cadáveres panza arriba moviendo las patorras, esperando que las recogiera y las tirara por el váter. Eran bien grandes. La solidaridad no sirve para nada. Ni negra, ni marrón.
Para nada.
nico guau.
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