Los viernes cuando llego de clase lo primero que hago es bajar al Maxcoop que está debajo de mi casa. Busco siempre algo que me inspire para aprovechar el tiempo libre que tengo en la cocina.
Ayer estaba perezosa, compré Pisto ya hecho y filetes de pavo precocinados: un insulto al paladar. Cuando salí, saludé al señor negro que hay en la puerta del súper vendiendo un periódico, le di las vueltas de mi compra, y me fui. Antes de llegar al portal caí en la cuenta de que ese señor llevaba casi un año ahí, y nunca había hablado con él, así que me di la vuelta, llegué hasta donde él estaba y le dije:
-“Hola, ¿cómo te llamas?”- y él me miró con cara de terror absoluto, de pánico, como si le acabara de pedir los papeles.
Pensé que igual se me había corrido el rímel y parecía miembro de una secta satánica, me había salido un grano horrible en la punta de la nariz, o tenía algún tipo de reacción alérgica. Y cuando iba a salir corriendo avergonzada, apareció mi sentido común para sugerirme que le hablara en inglés.
Efectivamente, lo que le ocurría es que no entendía absolutamente nada de Español.
Empecé a conversar con él y me sorprendió su educación. Se llama Kutucky, lleva un año en España y no sabe hablar castellano porque no tiene relación con ningún español. En la calle nadie le habla y vive con más Nigerianos como él. En un año que lleva en este país he sido la segunda persona que se ha parado a intercambiar algunas palabras.
Evidentemente no tenía papeles, ni posibilidad de conseguir un trabajo mejor sin dominar el idioma.
Le pregunté que qué hacía cuando vivía en su país, y me contestó que cuando se vino a España estaba a punto de terminar una Ingeniería (no entendí cuál). Pero tuvo que dejarlo porque su familia necesitaba dinero.
Vaya. Se me llenaron los ojos de ganas de llorar, me despedí de él y subí a casa. Me imaginé por un momento a mí misma en esa situación, y no pude hacer otra cosa que admirarle infinitamente… Si a mí me hicieran dejar de estudiar y me pusieran en la calle de un país desconocido, con un idioma desconocido y con gente que pasa a mi lado como si no existiera, creo que me moriría de pena. Y él está ahí, de pie. Sonriendo. (Porque sonríe de verdad), y agradeciendo cada saludo y cada moneda. Es tremendo.
Después recordé que cada vez que un blanco viaja a los países del África negra, es recibido con los brazos abiertos. Puede llegar a sentirse abrumado por el shock cultural, pero nunca se sentirá solo.
Y mil Kutuckys en España se dedican a prodigar sonrisas tristes a viandantes que no las quieren. Son sonrisas que resultan molestas. Pero ahí están, y si alguien quiere escucharles, seguro que estarán encantados de poder contar su historia.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.