Ya soy crítico. Crítico de blog. Me quedo hasta altas horas de la noche criticándolo todo, y luego publico mis escritos en un blog. Porque me parece que es la mejor forma. Porque no quiero influir en nadie. Porque tipejos como yo, críticos (a veces me planteo que lo soy simplemente porque critico), influyen en las decisiones de la gente a la hora de elegir una obra de teatro, una película, un libro... Y no quiero que mi opinión condicione los gustos y los gastos de nadie, ni los ingresos de taquilla de ciertos teatros, cines o editoriales. Preferiría que la gente se moviera por sí misma. Que la gente, ante la cartelera, lea el nombre de un director y el nombre de un autor, o incluso el de un actor, y decida si merece la pena perder su tiempo en ello. O que lea un poco un argumento y piense si el libro promete ser un tostón o no. Aunque eso es mucho pedirle a la gente.
Creo que el crítico de cine escribe o habla sobre la película que está en mayor número de cines, que suele ser casualmente la que más publicidad ha pagado en el medio en cuestión -prensa, radio, televisión-, para el que trabaja este pobre hombre. Y resulta también que esa película acaba teniendo público por aquello de "que hablen de ti, aunque sea mal"; si la noticia aparece en un medio, el oyente/lector retiene el título, independientemente de que el crítico hable bien o mal, y acude en masa a verla. El crítico literario comenta el libro que saca la editorial que mayores campañas publicitarias lleva a cabo. Y el crítico de teatro es también instado a escribir sobre lo que le ordena su medio, ya sean obras de los amiguitos del jefe de sección -porque casualmente los jefes de cultura siempre tienen amigos teatreros-, o montajes de productoras que pagan la portada mes tras mes. Y luego, si a todos estos críticos les queda algo de tiempo o energías, comentan alguna otra obra, película o libro del que no se ha hecho una gran campaña, pero del que consideran esencial transmitir su opinión al posible lector/espectador. Y es entonces cuando el superior en el medio correspondiente les dice que no hay hueco. Y el crítico agacha la cabeza, junta la barbilla con el pecho, y aprende, poco a poco, a base de golpes, a no invertir tanta energía en algo que va a ir a la papelera. Y poco a poco también, el crítico va conociendo por sí mismo aquellos temas de los que le merece la pena hablar. Y habla. Y por todo eso yo no me creo más del 33% de cada crítica que leo o escucho, porque en el otro 67% entreveo desazón, desgana, acomodamiento y dinero. Puntualizo además, que lo dicho para los críticos es aplicable a los periodistas culturales.
Todo esto que pienso podría ser así o podría no serlo. No lo he contrastado. Además yo soy muy dúctil y puedo pensar un día una cosa y al día siguiente la contraria. Pero lo que tengo claro es que yo escribo mis críticas en un blog. Escribo de lo que quiero y nadie pone publicidad en mi blog. Y, por cierto, nadie tiene la dirección. Ni mis amigos, los pocos que aún tengo. Además es un blog en el que no se pueden dejar comentarios. Así me siento más libre. Y me siento crítico. Crítico de blog.
La única pega es que yo, como crítico de blog, tengo que pagar por la cultura, cosa que no hacen los otros críticos.
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