Hubo un tiempo en el que el hombre comenzó a identificarse con los sentimientos del prójimo. Sin percatarse de que estaba jugando, descubrió que podía imitarlos; de que podía reproducirlos a voluntad en un juego de reflejo de la realidad. Hubo un tiempo en que el hombre tomó conciencia de su propia vulnerabilidad en el mundo; de la naturaleza cíclica de la vida; del nacer y el morir. Hubo un tiempo en que sintió la fuerza de lo sobrenatural y necesitó crear dioses que justificaran el bien y le protegiera de mal. Hubo un tiempo en que descubrió el fuego, y vio, como en la cueva oscura, su sombra se desdoblaba de su cuerpo mientras ésta jugaba a imitarle como un espíritu burlón. Desde que la llama dio luz sobre las tinieblas nocturnas, existe la esencia del teatro. Durante milenios el hecho teatral ha formado parte de nuestras vidas como valioso catalizador de emociones y pensamientos. Al igual que los sueños, la representación es el medio de recrear los hechos acaecidos en la vigilia, durante los momentos de reposo. Es tal vez por ello que, si, mientras dormimos, no podemos reprimir los sueños, tampoco acabaremos con el impulso de representar. Y es que la teatralidad que nos rodea es parte inherente al ser humano. El teatro es un arte democrático del que, en mayor o menor medida, todos podemos participar; un arte del juego que trasciende más allá de las cartas y se eleva por encima del tablero de ajedrez al escenario. Muy pocas artes podría decirse que son accesibles para todos, en cuanto que su existencia depende de elementos accesorios como el cine, la literatura, la pintura o la música. Para que el hecho teatral tenga lugar no hace falta más que alguien con la voluntad de representar y un receptor. El teatro es un arte concebido para su nacimiento y su muerte en el momento de la representación. Un arte del presente absoluto que no necesita de papel o celuloide para existir; una arte que resiste a la quema de libros, pues los gestos y las palabras resuenan y se extinguen una y otra vez. El teatro muere siempre y nace siempre y seguirá existiendo mientras existan sociedades y el ser humano tenga la capacidad para la identificación y el reflejo. Como rito, el teatro es invocación y evocación; una llamada al despertar de los fantasmas que habitan en el tiempo y en nuestras mentes; el resurgimiento de las almas deshidratadas en el papel que cobran vida orgánica en la escena. Los personajes resucitan de la muerte para morir después, al final de la representación, producto de una continua existencia efímera de carne y cenizas. Como en una máquina del tiempo, los personajes son raptados del pasado y traídos al presente para volver a resurgir en el espació de evocación. Como en el espiritismo, el teatro invita a que los fantasmas se muestren ante nosotros valiéndose de la carne humana. Porque. ¿No son los actores, médiums de la ficción, que prestan su cuerpo a los entes que habitan en el negro sobre blanco de los libros? Si, lo son; y mucho más después de Strasberg. El teatro es el arte de la llama que da luz sobre las tinieblas. Tal vez, el día es momento para la épica, la suntuosidad, el desfile, plumas, cañones y espadas; la noche para la inmensidad de lo más íntimo. El hecho teatral nace del silencio del espectador. La expectación del público, la posibilidad del goce o del tropiezo por los actores y el riesgo que siempre supone una representación, hace del teatro un espacio en donde fluyen corrientes de energía. La industria del entretenimiento, y más aún, el cine de las últimas décadas ha invertido millones en sus producciones con el propósito de provocar estímulos y sensaciones en el espectador medio. Costosos rodajes, complejos efectos visuales y de sonido, imágenes en tres dimensiones, son al arte lo que los desfiles militares al verdadero hecho teatral. Ingentes cantidades de dinero para provocar sensaciones que se extinguen tan rápido como se apagan los fuegos de artificio. El teatro es volumen insertado en pequeños cuadros dentro de pequeñas cajas; mímesis en retablos de vida. Como medio de transmisión de ideas a gran escala, el teatro es también un arte y una ciencia; un juego como arma de concienciación que necesita de artistas profesionales. Niños mayores, para los que jugar es una cosa muy seria.
MÁXIMO CRECIENTE
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