Doce más uno, de y dirigido por Javier Pastor. Escenografía: Ana Somoza. Técnico de luces: Ángel Hidalgo. Coordinadora de iluminación: Pau Ferrer Garrofé. Reparto: José Manuel Peña, José Ramón Gómez, Juan Martínez, Ángel Hidalgo, Álvaro Fernández-Villamil, Natalia Lagares. Fecha: 24.02.11. Lugar: Sala García Lorca de la Real Escuela Superior de Arte Dramático, Madrid.
¿Existen razones en infravalorar algún género teatral por su aparente bajeza o falta de seriedad? Algunos personas desprecian la comedia, por no hablar ya de la comedia ligera, calificándola de vulgar en comparación con el drama o la tragedia.
Sin embargo, olvidan que para atreverse con el teatro vulgar y grosero como ellos lo llaman, lo que hace falta es desenfado, frescura, gracia, oportunidad, aparte de la innegable habilidad de hacer reír que poseen los comediógrafos. Quizá atreverse con lo bajo no es alentar a nada, no es osar a cosa respetable ni es pretender la alta estimación de nadie; no obstante, no hay derecho alguno a vituperar y menos aún a desconsiderar a los que cultivan este arte.
El pasado jueves, los que asistimos a Doce más uno, espectáculo de Javier Pastor, pudimos disfrutar de una historia sobre la buena y la mala suerte en clave de humor. Eso sí, un humor que no pretende elevarse al nivel de Moliere, pero que tampoco se queda en mero chiste. Aunque, a decir verdad, algunos momentos de la representación, dotados de gran ingenio, rozan la pura gracieta, cosa a la que se apunta más desde la dirección que desde la dramaturgia.
El texto nos cuenta la historia de un hombre que, tras ser despedido de su puesto de trabajo, se ve sumergido en una espiral de mala suerte, creyéndose ser gafe. En vistas de su propia boda, para detener la mala racha, el tipo contrata los servicios de un chamán. Este le ayuda a recuperar la buena fortuna y superar así los posibles obstáculos que impidan la celebración de la citada unión matrimonial.
Como vemos, el hilo argumental es bien sencillo y cómico, y permite a la vez incorporar unos gags que, de no haber sido tan repetitivos, podrían tener mucha más efectividad.
Sobre la estética cabe decir que oscila entre el mundo del cómic y la paródica imitación de las comedias hollywoodienses, vista por los ojos de un español, reivindicando la chapuza y casi que riéndose de sí misma. La escenografía, que parece sacada de una tienda de segunda mano - cutre a propósito -, nos surgiere la multiplicidad de espacios de manera metonímica: así como una barra, una mesa y una máquina tragaperras nos sitúan en un bar, una mesa y dos sillas nos llevan al despacho del jefe, con pasmosa facilidad y eficacia.
Los personajes son tratados de forma arquetípica y pueden parecer un tanto planos, como el jefe cabrón o el amigo bobo, pero en esta pieza se les ha dado un giro de tuerca, haciendo que sean impredecibles dentro de su coherencia. Sus acciones y réplicas no son descabelladas, pero existe una imprevisibilidad constante que impera en su lenguaje, lleno de “respuestas salvajemente inadecuadas” muy bien escogidas por parte del autor. Chapeau al reparto y a su dirección, puesto que la manera de interpretar basada en la exageración resultaba ser lo más cómica que el texto permitía.
El ritmo picado y el tono ligero del espectáculo crearon un ambiente distendido, relajado, sonriente, y despertaron una sensación de agrado que se mantuvo en el patio de butacas desde el comienzo hasta el último oscuro.
La comedia ligera, siempre que se aprecie como tal, es tan válida como cualquier otro género dramático. Esta obra en concreto no cuenta nada nuevo, ni nada arriesgado, no hace que el espectador salga de la sala y se haga grandes preguntas existenciales, puesto que de este género no se puede esperar un gran acierto dramático ni literario. Pero es innegable el acierto que tiene esta obra de satisfacer a un público que lo único que busca en ocasiones es, simplemente, pasar un buen rato.
Foster Kane.
lunes, 7 de marzo de 2011
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