Tengo el pulgar del dedo izquierdo vendado, porque me he hecho mucho daño con una cuchilla cortando unas invitaciones para un estreno de teatro. Cuando llegué al hospital y me atendieron de urgencias, el médico me dijo: "¿te conozco?" Y yo dije, entre grito y grito de dolor, es decir, relacionando teatro y dolor: "a lo mejor del teatro." Menuda tontería se me ocurrió, en vez de decir "cósame y calle." Me refería con ello a que quizá me conociera por haberle vendido una entrada alguna vez, porque como ni salgo en la tele ni en los escenarios españoles, las taquillas de los teatros es el único lugar donde se me puede ver. Pero no, resultó que me conocía de otra cosa, y entonces cuando se acordó yo también le reconocí. Un amigo de un amigo que me presentaron en septiembre. Me cosió la yema del dedo hablando de teatro, preguntándome por lo que había visto últimamente, diciéndome que si me cosía bien, le tendría que invitar a mi sala. También me habló acerca del musical que vio en su viaje a Nueva York. Con todo ello quería entretenerme y que yo olvidara el dolor. Yo hablaba y escuchaba. Pero también gritaba y me mordía la otra mano, porque me seguía doliendo mi dedo a pesar de la anestesia.
La anterior ocasión en que me tuvieron que coser fue al regresar de llevar un texto de teatro al Registro de la Propiedad Intelectual, pues me di un golpe en la cabeza al entrar en el metro. Otra vez me torcí un pie al bajar de una escalera a la que estaba encaramado moviendo un foco en algún teatro de la geografía española. También, sobre otro escenario, me di un golpe en la frente y sangré, y empecé a intentar cortar la hemorragia con un pañuelo que encontré en un bolsillo, mientras el público reía por lo que pensaba que eran efectos especiales. De todo esto me he acordado hoy en urgencias, pero seguro que algún momento más se me está olvidando. Qué dolor.
En teatro existen una serie de normas no escritas, que se cumplen siempre. Si en un espectáculo actúan patinadores, tarde o temprano se acabará llevando a alguno al hospital en plena función. Si el elenco es amplio, más posibilidades de que un actor tropiece en escena, sufra un desmayo, o se dé un golpe con la escenografía. Si hay lucha de espadas, alguno se llevará una herida a casa, con mucha probabilidad cerca del ojo. Si se coloca una piscina de arroz, tras alguna función el médico sacará granos de arroz del oído del actor. Si se juega con agua, por mucho que se controle, alguien se resbalará. Si el decorado está a varias alturas, alguno irá de lo más alto a lo más bajo sin utilizar los escalones.
Al médico le he invitado al teatro. No sé si vendrá. Le he dicho otra tontería para despedirme: "yo te he venido a visitar, ahora tendrás que hacerlo tú." Después he salido del hospital y he caminado ligero, de regreso a la sala de teatro porque todavía tenía que terminar algunas cosas. Ahora, un par de horas más tarde, cuando escribo a ordenador, aunque parezca increíble de una forma precaria con mis 9 dedos útiles y el décimo vendado, pienso en el peligro del teatro. Y sufro. Y siento las puntadas del hilo en la yema de mi pulgar. Qué dolor. No digo que la profesión de los albañiles o los mineros no sea arriesgada, pero que no digan que tenemos una vida fácil. El teatro duele. Y mucho.
nico guau
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