Blog de la asignatura Crítica Teatral 2

impartida por Juan Antonio Vizcaíno


martes, 2 de noviembre de 2010

Apestando a miedo

Me he dado cuenta, hoy, ahora, en este preciso momento. Vivo acojonado, tengo un miedo continuo en el pecho, una sensación punzante en el esternón, un regusto a vómito al fondo de la garganta. Sí, tengo miedo. Qué cojones. Mi cabeza es un hervidero de ideas, segundo a segundo, minuto a minuto. Funciona como una lavadora. Y gira y gira y gira. Eso sí, al revés. Me dice que corra cuando debería quedarme; que desconfíe cuando debería olvidarme de lo malo que pueda pasar, y disfrutar. Disfrutar. Ja, me río del disfrute. Supongo que la gente normal sabe qué es eso, pero a mí la idea de disfrutar me trae de cabeza. Porque pienso que cuanto más disfrute más grande será la hostia. Ya se sabe, una de cal y otra de arena. Y claro, con tanto pensar y acojonarme y ponerme nervioso y no saber qué hacer, me olvido de lo más importante. Los días son cortos, las horas pocas y cosas que hacer hay demasiadas. Coño, si ni siquiera tengo tiempo de atarme los cordones de los zapatos. Al menos de manera que queden ahí, quietos, hasta que llegue la hora de deshacer su abrazo para ir a dormir o a follar o a hacerme la pedicura –nunca me gustaron mis pies-. Vivir con miedo es peor que morir, y mucho más complicado, pero a algunos no nos queda otra. Es lo que ocurre cuando no se tiene el valor suficiente para suicidarse. Que se vive así, a disgusto, y a toda prisa, y de manera inconsciente. Supongo que por eso he tardado tanto en darme cuenta del miedo que tengo. Pero ahora lo tengo claro, sí señor. Tengo tanto miedo que me he cagado en los pantalones. Por eso el descubrimiento ha sido tan repentino. Mi miedo ha llegado antes a mi nariz que a mi cerebro. Mi miedo apesta. A lo mejor es por eso que decimos que el miedo es una mierda. Yo lo he descubierto hoy, ahora, en este preciso instante. Y hoy, ahora, en este preciso instante, he decidido que no quiero vivir con miedo. Por eso pido perdón a todos los que me quieren, -si es que hay alguno- y me voy. Quizá en las Bahamas viva mejor. Eso sí, me llevo los cordones de los zapatos. Nunca se sabe si los necesitarás.

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