martes, 2 de noviembre de 2010
Deseos de otoño
Nos pasamos la vida deseando aquello que no podemos tener, y cuando finalmente lo conseguimos, ha perdido ese regustillo que pensábamos que tendría. El coche con el que llevamos soñando años no es lo suficientemente rápido; la casa por la que tanto hemos luchado no es lo suficientemente grande; nuestros hijos no son especialmente guapos ni listos ni nada parecido; y nuestra vida, esa a la que aspirábamos, es cualquier cosa menos feliz. Lo interesante de todo este proceso es la búsqueda en sí, no la consecución de nuestros planes a largo plazo. Bueno, supongo. A día de hoy, con unos cuantos años –más de los que quisiera- a mi espalda, no me he convertido aún en uno de esos patéticos “añoradores”. Permítaseme la licencia de inventarme la dichosa palabreja, no encuentro nada que les defina mejor. Pero a lo que iba. No soy uno de esos tipos que se pasa la vida deseando cosas y casas y causas imposibles. Lo único que suelo añorar con tantas ganas que duele, es el otoño. Y es que empiezo a echarlo de menos incluso antes de que deje paso al invierno. Sí, soy un melancólico. Pero es que es ver como los árboles se quedan desnudos, tan cruelmente semejantes a un muerto, que parece que soy yo quien se fragmenta, hoja a hoja. Siento como si me mutilaran. Y no es que el invierno no me guste, nada de eso, pero prefiero el color del otoño. Por eso, mi mercancía más ansiada, aquello por lo que podría matar, es por su regreso. Un otoño frío, plagado de hojas caídas. De días nublados. De lluvia. De ventanas con vaho. De chimeneas olorosas y chocolate a la taza. Un otoño de caramelos de menta y helado de limón. Y no me pregunten por qué, pero jamás me canso de todos estos pequeños detalles. Sigo deseándolos con la misma intensidad, no importa el tiempo que pase -sí, todos los años es prácticamente el mismo-. Y vale, dirán que eso me convierte en un añorador de esos que tanto critico, pero existe una gran diferencia: jamás me cansaré de esperar que llegue. Año tras año. Y tras año. Y tras año. Y no necesito cambiar el objeto de mi deseo. Y yo que pensaba que no tenía corazón.
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