Con derecho a Fantasma (Questi Fantasmi) de Eduardo de Filippo.
Traducción: Pau Miró y Enrico Ianniello. Escenografía: Paula Bosch. Iluminación: Guillem Gelabert. Vestuario: Bàrbara Glaenzel y Berta Riera. Espacio sonoro: Jordi Agut.
Producción: Centro Dramático Nacional - Grec 2010 Festival de Barcelona - La Perla 29
Intérpretes: Tony Laudadio, Pasquale Bávaro, Marta Domingo y Manel Dueso, entre otros.
Dirección: Oriol Broggi
Teatro María Guerrero (Centro Dramático Nacional), 9 – XI - 2010
El napolitano Eduardo de Filippo, uno de los más famosos comediógrafos italianos del siglo XX, descendiente de familia de cómicos, estrenó en 1946 esta obra en Nápoles el mismo año que otro gran éxito suyo llegaba a las tablas: Filomena Marturano. Precisamente gracias a la versión cinematográfica de esta última pieza se hizo mundialmente famoso. En España se estrenaron algunas de sus obras al poco de haber visto la luz en Italia. En los últimos años han llegado a Madrid dos textos de este autor, y es inevitable su comparación con la obra que nos ocupa. Se trata de la propia Filomena Marturano y de El arte de la comedia. Si al ver estos montajes se comprendía una cierta necesidad de ser repuestos, por su comicidad, por su vigencia, a pesar de sus 50 años de antigüedad, al ver Con derecho a fantasma, uno quizá piensa si no se estará forzando la máquina. Se trata de obras bien construidas donde cada hilo suelto se acaba recogiendo más tarde, donde cada puerta que se abre se acaba cerrando, donde cada detalle se redondea un poco más adelante. Obras que fueron escritas y estrenadas por el Jardiel Poncela o el Mihura italiano, pero que en cierto modo necesitan una revisión, huelen un poco a cerrado. Y además, recordando las mejores obras de estos dos autores españoles, que estrenaban por la misma época con más o menos acierto, nada tenemos que envidiar a de Filippo. Los montajes de textos revisados de éste último funcionan, como podrían funcionar las revisiones de Mihura. Las piezas del napolitano recuerdan también a las películas más italianas del recién fallecido Berlanga, y a los largometrajes españoles del italiano Marco Ferreri. Lo que viene a decir que Italia y España estaban bastante cercanas entonces. Y lo están ahora, como da muestras este montaje con 7 actores catalanes y 2 napolitanos en comunión.
El arranque es sencillo. Un hombre llega a una vivienda de 18 habitaciones dispuesto a empezar una nueva vida. Esta mansión le ha sido cedida de forma gratuita durante unos años, ya que se sospecha que por la noche pasean por ella fantasmas, a los que los vecinos y el portero afirman haber visto. Pasquale Lojacono, que así se llama el protagonista tiene un objetivo: rehabilitar la vivienda y convertirla en una casa de huéspedes. Su mujer, María, le acompaña aunque poco satisfecha con el cambio de vida. Por el salón de la casa, donde se desarrolla casi la totalidad de la obra, desfilan una serie de personajes (almas, como llama de Filippo a todo el dramatis personae) que rozan la caricatura: los mozos de la empresa de mudanzas, el miedoso portero Rafaelle, y su hermano Enzo, que del susto que se llevó años atrás en aquellas habitaciones sólo habla napolitano. En aquel momento del siglo XX, como suele suceder en cualquier posguerra, el pueblo napolitano pasaba hambre y necesidad, y ello hacía agudizar la imaginación para conseguir sustento. De eso se sirve el autor para la comicidad de las situaciones, que en este montaje funcionan elegantemente, aunque se llevan la palma los momentos con fantasma. Alfredo, el amante de María, se presenta a menudo en la casa, y va dejando dinero escondido en distintos puntos de la misma para que ambos inquilinos, María y Pasquale, sobrevivan. Este último, al encontrar la cantidad exacta justo en el momento en que hay que pagar alguna factura, cree que los buenos espíritus están colaborando con ellos para que consigan salir adelante y puedan abrir la pensión. Pero para María la situación se hace insostenible, pues no alcanza a comprender por qué su marido no quiere ver lo que realmente ocurre, mientras que Pasquale confunde a cada visitante con un fantasma, lo que provoca la risa del público. Además Rafaelle aprovecha las misteriosas apariciones y desapariciones para robar en la casa. Pero sin duda el momento más hilarante de la obra es la maravillosa escena de las almas en pena, en que Armida, mujer de Alfredo, que está enterada de todo, se presenta en la casa con sus hijos gemelos y su madre para exigir a Pasquale que les libere. Se produce una acumulación de malentendidos al nombrar Armida a las "almas en pena" y todos sus sinónimos que hace a Pasquale temblar de miedo y al público estremecerse de risa. Esto ocurre al final de segundo acto, y aún queda un tercero, que podría haber sido recortado considerablemente, pues además de aportar poco a la trama, hace que el ritmo decaiga y que lo que se ha conseguido en el público con hora y veinte de función se pierda. Pero se ha conservado íntegro.
Oriol Broggi, director del espectáculo ha optado por una metateatralidad que no ha sabido redondear. La obra es representada por actores de una compañía itinerante que reciben al público en la calle llamando a la puerta del teatro. Una vez dentro, los cómicos hablan con los espectadores mientras estos se acomodan. Además, en los entreactos o en momentos puntuales los personajes dejan de serlo para convertirse de nuevo en actores itinerantes que colocan decorado o escenografía o cantan a coro (incluso el técnico de sonido desde un palco cercano al escenario) un aria de Puccini que comienza con buena voz Pasquale. Pero como espectador uno se pregunta por qué esa interrupción en la acción.
El actor italiano Tony Laudadio, que encarna a Pasquale, aunque convincente, no puede esconder su acento ni ciertas palabras que espontáneamente brotan en su lengua natal. Además, escuchar ese acento en la famosa escena del café napolitano en el balcón, no consigue hacer olvidar ese mismo momento interpretado por el propio Eduardo de Filippo en la versión para televisión de la obra, o a la misma Sofía Loren que interpreta el monólogo en la versión cinematográfica. Marta Domingo imprime un carácter reflexivo y melancólico al personaje de María. Quizá los más brillantes son Manel Dueso (un trasunto de Walter Matthau en sus mejores comedias) que encarna a Raffaele con un marcado acento catalán, y Pilar Pla como una arrebatada y divertidísima Armida a punto del suicidio.
La función termina de la forma correcta, es decir, como marca la norma: cada oveja con su pareja. Y los fantasmas se marchan. Pero los fantasmas quedan. Y son demasiados. Queda la mentira, el engaño, la apariencia. Flotando en el salón.
nico guau
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