En los estrenos, en las inauguraciones, en los grandes eventos, se suele servir vino. Yo no bebo, pero el de hoy lo he probado. Unos decían que era bueno, otros decían que era muy malo. A mí me ha parecido como todos, porque no entiendo de vinos. Podía elegir entre blanco y tinto, y he elegido blanco, o más bien han elegido por mí, porque mi intención no era beber vino. Pero soy consciente de que en un sitio así, en el que se habla con la gente con la que vas, o con la que te encuentras, hay que ir con una copa en la mano, aunque no se beba de ella. Aunque sólo sea por tener una mano ocupada. Hay algunos que se hacen rellenar la copa seis o siete veces, hay otros que con una es suficiente. Para acompañar el vino había almendras, patatas, cacahuetes, todo muy frito y aceitoso. Y claro, en cuanto me he querido dar cuenta, tenía las dos manos ocupadas, la primera con la copa, y la segunda con un plato en el que he recopilado una homogénea mezcla de fritos; de ese plato he ofrecido a la gente que estaba a mi alrededor, cual "camarera cualquiera y silvestre", según le he dicho a un individuo al que juro no conocer de nada, pero al que la confianza que da tener una copa en la mano en un sarao me ha hecho soltarle por mi boca semejante expresión. Además ya había bebido un poco de la copa, y estaba empezando a tomarme libertades con gente a la que no había visto en la vida, pero que se encontraban en la misma situación que yo: la de un ser humano con un vino en un sarao. En el fondo se trata de eso, de que el tener una copa te haga hablar con el resto de participantes, de que no te puedes ir porque no te has acabado aún el vino, de llevarte la copa a los labios cuando haces que escuchas, (o cuando escuchas de verdad, que hay algunos), de hacerte el interesante sujetando tu copa y, además, de no sentir que se tiene un brazo tonto, inútil, un apéndice desinflado que cuelga de uno. En realidad el vino en un sarao es para eso, para no sentir que el brazo es la continuación malograda del hombro, que no sabes si guardar bajo la chaqueta, meter en un bolsillo o maldecirte por no habértelo dejado en casa. Para no sentirte tonto al no saber qué hacer con el brazo. El vino en el sarao se ha inventado para que no nos sintamos inútiles y podamos hacer negocios a gusto, con el resto de las personas del sarao. Porque en definitiva, lo que se hace en los saraos son negocios. En mi caso, he tomado al asalto el revuelto de fritos para que el otro brazo se sintiera útil también. Así mis dos brazos tenían algo que hacer. Mis dos brazos sienten mucha envidia, el uno del otro. Así son ellos.
nico guau
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