El Jardín de las Delicias, de Fernando Arrabal. Dirección: Rosario Ruiz Rodgers, Intérpretes: Ángel es Jiménez, Arturo Bernal, Mercé Rovira, Carlos Domingo. Madrid, Sala Cuarta Pared, 8 de Abril de 2011.
La sala Cuarta Pared estrena por primera vez El Jardín de las delicias, escrita por Fernando Arrabal en 1967, haciendo con ello honor a su fama de sala alternativa, que apuesta por montajes innovadores y frescos. La obra transmite fuerza y contemporaneidad, lo que le sitúa al nivel de texto que trasciende a las generaciones.
Quizá estemos asistiendo a un universal.
Parece que no podría ser menos viniendo del consagrado polifacético Arrabal, pues todo lo que toca lo convierte en oro. Es conocido por su fehaciente oposición al franquismo, hecho que le hizo famoso en el exilio, pero también por fundar en 1963, junto a Jodorowsky el grupo Pánico, una especie de neo-dadá que atenta contra la imperante razón.
Fernando Arrabal fue premio Nacional de Teatro en 2001 y es considerado hoy en día uno de los dramaturgos vivos más notorios. Es por ello que resulta paradójico que hasta este momento no se haya estrenado en España El Jardín de las Delicias. Bien es cierto que no se trata de un texto para todos los públicos y, cuando digo para todos los públicos, no me refiero a que no sea apto para niños, sino para aquellos que se nieguen a entrar en una dimensión mítica y poética, con cierto humorismo escatológico. Obviamente, si el gran público se arranca en risotadas ante el humor más propio del astracán, no creo que entre en este montaje con la misma alegría pues, aún cuando Arrabal nos habla de la búsqueda de la libertad y el amor, pulsiones éstas comunes a todos los individuos de la raza humana, lo hace en clave pseudoonírica y con saltos en el tiempo, a modo de tríptico, como el del Bosco. No utiliza un lenguaje enrevesado pero hay que interpretarlo, hay que hacer el esfuerzo de entrar en este mundo recreado tan original. Y es original precisamente porque no se parece a nada. Tiene elementos absurdos pero también realistas, es una historia deconstruida pero al mismo tiempo bien cerrada dramatúrgicamente. Ningún elemento es gratuito.
A partir de fragmentos de la vida de Lais, asistimos a la liberación de todas las ataduras e imposturas sociales, basadas fundamentalmente en el dogmatismo religioso. Encontramos en la obra una marcada crítica a éste, así como en el cuadro del Bosco. El final de la pieza es esperanzador: el individuo puede, si quiere y le ayudan, escapar a sus fantasmas, escapar a una suerte de pureza impostada (representada por los corderitos) para acceder a la pulsión irracional como es el amor libidinoso, desprovisto ya de ideales impostados relacionados con cuentos de hadas, con el amor cortés, etc.
Esta historia de liberación simbólica se apoya en un montaje basado en las proyecciones del cuadro del Jardín de las Delicias, entre otras que marcan el viaje al pasado y al futuro de Lais. Se apoya, a su vez, en una escenografía sencilla pero al mismo tiempo evocadora, con elementos muy sofisticados como son el carrito de bebé gigante donde asoman la cabeza unos diez corderitos de cartón que balan de vez en cuando, un huevo gigante, unas palmeras y un arco, que simulan ese jardín oculto tras la persona como construcción psicológica, una jaula, donde estará encerrado el hombre-mono, que representa el sometimiento de la libido y un teléfono que es el contacto de Lais con el exterior, con el que mantiene una relación un tanto psicótica.
A primera vista, uno diría que semejante montaje tan loco, con saltos para delante y para atrás, será complicado y aparatoso. No obstante, la directora, Rosario Ruiz, nos da una lección de maestría al llevar una puesta en escena limpia y sencilla, a la par que inquietante. La directora se pone al servicio del texto contando con un equipo actoral de primer grado. Ángeles Jiménez interpreta una Lais en su justa medida: consigue darle verdad a un personaje cuyo lenguaje, arco, etc. no es precisamente realista, de ahí la dificultad de su interpretación, pues se puede caer en histrionismo. En general, todos los actores están en una misma línea estética, trabajando por sacar adelante un proyecto en común. La única pega serían los pequeños lapsus textuales del actor que interpreta a Teloc.
El público de la Cuarta Pared acudió al estreno con gran entusiasmo y de la misma manera aplaudió al elenco, incluyendo al dramaturgo, que salió a saludar emocionado. Ahora queda por ver si este mismo tipo de público que a la salida del espectáculo hacía fotos entusiasmado al genio de Arrabal, será suficiente para llenar las butacas del teatro español.
Ignatius Reilly
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