No es imprescindible ser poseedor de un presupuesto elevado para producir un buen montaje. Ni ser amigo de un buen escenógrafo para obtener un espacio escénico acertado. Ni siquiera es necesario el trabajo de un iluminador o de un técnico de sonido, puesto que el silencio y la luz natural pueden llegar a ser más sugerentes y evocadores que un puñado de focos y altavoces. No obstante, de lo que todavía no queda exento el teatro es de la necesaria presencia de cuerpos vivos en el escenario.
El pasado lunes se han podido observar los primeros trabajos del alumnado del primer curso de la especialidad de Dirección Escénica de la RESAD, de los que cabe destacar la arriesgada propuesta de Gonzalo Azcona. La susodicha consistía en suprimir del escenario todo aquello que estorbase el juego actoral; es decir: todo, exceptuando dos sillas, y dos actores.
El espacio vacío fue compensado por la brillante actuación de la joven pareja de intérpretes, basada en la explicitación de las intenciones por medio de la exageración gestual, y, unos apartes que, si bien quedan marcados de forma clara desde el texto, han sido aprovechados desde la dirección con gran acierto, ya que han conseguido cumplir con su propósito: divertir al público. Todo ello en pro de la comicidad que desprende el texto del autor italiano.
Esta comedia de Carlo Goldoni gira en torno a un sencillo argumento: el Caballero Rippafratta, recién llegado a una posada, jura y perjura no enamorarse jamás de una mujer, promesa que incumple al caer en las garras de la posadera, Mirandolina.
La puesta en escena, además de arrancar estrepitosas carcajadas en el patio de butacas, ha permitido que la imaginación del espectador esté en continuo funcionamiento, puesto que nos hemos tenido que construir el mobiliario y el resto del espacio con la mente, gracias a la interacción de los actores con los objetos imaginarios que les rodeaban.
El sencillo vestuario, la iluminación natural y la ausencia de efectos sonoros han permitido al público disfrutar de este debut en los escenarios de la escuela de una nueva ola de alumnos de Dirección. La única pega – la corta duración del ejercicio: se trataba tan sólo de una escena de apenas diez minutos del primer acto de la obra. Unos diez minutos que nos han dejado buen sabor de boca, pero no nos han quitado el hambre.
Foster Kane
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