Blog de la asignatura Crítica Teatral 2

impartida por Juan Antonio Vizcaíno


lunes, 25 de abril de 2011

Fiesta de pústulas, pasada por agua.

La Semana Santa, como también la fiesta taurina, son estandarte de la cultura y sentir españoles, que además de ser fechas conmemorativas del comienzo de una era, son la celebración de nuestra propia estupidez.

En España todo es motivo de fiesta, incluso la muerte. El pueblo, contradictorio en su ideología, toma cualquier excusa para salir a la calle y disfrutar de cualquier tipo de festejos, ya sean efemérides, conmemoraciones, orgullos o aniversarios. Tanto es así que por estas fechas de Semana Santa, se festejan las pústulas y la sangre. Fiesta de hematomas y carne viva que se mezcla con el terciopelo, el oro y las flores. De que la Semana Santa es espectáculo, no cabe duda, aunque la puesta en escena de las procesiones sea comparable a un reality de morgue, quirófanos y plañideras.
Ver desfilar a tus santos favoritos produce un sentimiento contagioso de emoción, con el que el delirium tremens se propaga como la enfermedad de la sinrazón. ¿Es la fe una enfermedad social, o por el contrario, una voluntad elegida desde la razón?

España ensalza su estética más grotesca, que encuentra sus señas de identidad en su propia fantasmagoría, caracterizada por el consumo de la muerte. Una muerte que se disfraza de fiesta con lunares y banderillas de colores y se vende como souvenir.
Fiesta para mitigar las consecuencias del conformismo, y no para festejar los verdaderos triunfos, fruto de un compromiso con nosotros mismos.

España es un país que se emociona ensalzando a sus figuras: toreros, ex-esposas, santos y futbolistas; un país que les pasea a hombros o les saca de procesión. Vítores al Real Madrid y saetas a la Macarena. El pueblo llora, se emociona, se indigna al ver perder a su equipo o de no poder pasear a sus santos. Este año, en que la Semana Santa ha sido pasada por agua, el pueblo ha sentido que la lluvia apagó su opio. Lágrimas de devotos y cofrades inundaban las puertas en las iglesias de Sevilla y Málaga. Si no conociera un poco mi país, hubiera pensado que el llanto de la comunidad se debía a un nuevo brote de peste bubónica o quizás a la liberalización del mercado laboral, pero yo, que también soy español, adiviné que era debido a que los santos no podían salir. ¡Huelga divina! Es tiempo de renovarse con los tiempos. Póngale un chubasquero a su santo favorito y Santas Pascuas.

España llora, sufre, se indigna, lanza gritos a los cuatro vientos y manifiesta su sentir en la plaza de toros, en el campo de futbol o en el bar habitual, como si en ello le fuera la vida. Pero siempre tendrá fe. La Semana Santa también debería ser momento para acordarnos de que la penitencia no promueve el cambio. El compromiso es el avance, y la penitencia el estancamiento de la cultura.

Hinchas, cofrades, forofos y cristianos a medias, focalizan su sentimiento en entidades alejadas en el espacio y en el tiempo, situando su fe en fantasmas, que no suponen un cuestionamiento directo. Si los héroes o los salvadores son eternos, es precisamente porque están muertos. Cuanto más lejanos en el tiempo, más fácil resulta creer en ellos. España y sus ciudadanos odian el cuestionamiento sobre ellos mismos y Jesucristo no supone una amenaza a la construcción de la identidad moral.
Si de algo debería servir la Semana Santa y la figura de Cristo, (un revolucionario, al fin de cuentas) no es para hacernos sentir culpables, sino para alimentar el impulso necesario que ayude a movernos siempre hacia delante. La flagelación no lleva al avance.



MÁXIMO CRECIENTE

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