Blog de la asignatura Crítica Teatral 2

impartida por Juan Antonio Vizcaíno


lunes, 25 de octubre de 2010

El precio del deporte

Bajo el pretexto de jugar una pachanga futbolera entre amigos, nos reunimos todos en el bareto de siempre. El buen ambiente de aquel establecimiento en los encantadores instantes previos al partido no permitía imaginarnos ni de lejos el triste desenlace de nuestro posterior encuentro: ser vapuleados del campo sin que el esférico empiece tan siquiera a correr por el césped. Dicho de otro modo: durante el precalentamiento un grupo de jóvenes se acercó para decirnos que tenían la cancha alquilada, y que debíamos marcharnos para que ellos pudieran entrenar. Presos de la ira, nos dirigimos hacia el hall de entrada del polideportivo en busca de explicaciones.

-¿Me está diciendo que estas pistas, construidas con nuestro dinero, con el sudor de nuestra frente, no son de uso público?

-No. Lo que le digo es que pueden ser alquiladas por horas.

-Es decir que, a pesar de haber tenido que pagar impuestos para comprar cada kilo de cemento utilizado, ¿tenemos que seguir apoquinando?

-La pista es de dominio público, y es gratuita. Lo que ocurre es que si viene una persona y la alquila – tenéis que marcharos.

-¡Pero si la pista es pública!

-Ya, pero son las normas.

-Lo que me intenta decir es que al ser pobre tengo menos privilegios, y encima debo ceder los pocos que tengo, porque si quiero disfrutar de unas instalaciones deportivas en mi ciudad tengo que tener en cuenta que un rico puede privarme de ello.

-Explíquese, no le entiendo.

-Sí, sí que me entiende; cuanta más pasta tenga – más derecho tengo de hacer deporte, ¿no es eso?

Tras una brevísima pausa, el señor sentado al otro lado de la ventanilla comunicó: “eso es”; acto seguido los pitidos y los gritos por parte de los resignados deportistas comenzaron a agitar el pacífico aura del lugar, a lo que el señor sentado al otro lado de la ventanilla respondió llamando a la policía. Y es curioso, pero lo paradójico del asunto es que si hubiéramos seguido ahí plantados, reclamando nuestros derechos, la policía - a la que también le pagamos nosotros – habría venido, nos habría echado y nos habría puesto una multa. Y todo por querer pegarle patadas a un balón…

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