Ahora mismo el viento azota las plantas y la ropa colgada en mi terraza. Se forman auténticos vendavales al cabo de los cuales aparecen las macetas volcadas, las camisetas por el suelo, las sillas caídas. "Bienvenido al microclima de mi terraza", le dije hace un par de semanas a un visitante que tuve. Con unas temperaturas que varían muchos grados en verano, y unos soplos huracanados ante los que uno debe agarrarse a la barandilla para no caer, cada vez que salgo a regar las plantas me siento como Humphrey Bogart manejando el barco en Cayo Largo, o en ese otro río de África. Las tomateras y las guindillas que planté, bajo este clima, no han levantado más de palmo y medio del tiesto, eso si no se han muerto. Y no han dado ni un solo fruto. Pero alguna ha durado. En concreto siguen vivas las que he alzado hoy del suelo, un poco magulladas, Con contusiones en varias partes de su anatomía. La tomatera más grande, la que en los últimos 15 días decidió comenzar a crecer y echar flores -algo que no había hecho en todo el verano-, había perdido un par de hojas, pero las flores estaban intactas. Y cuál ha sido mi sorpresa al verme ante algo que no esperaba. Sí. Justo eso. Pequeño, diminuto, nacido hoy, esta mañana, todo lo más. Lo he adoptado como a un hijo. "Bienvenido al microclima de mi terraza", le he dicho. Y he corrido a buscar la cámara de fotos para inmortalizar el momento. Mi primer hijo. Qué feliz he sido de repente. Cuando lo que deberían hacer mis tomateras es morirse, una decide dar fruto a estas alturas del verano, es decir, un mes después de entrar el otoño. Pero de pronto me he empezado a preocupar, por todo lo que ello conlleva; si ahora mismo no tengo mucho tiempo para mí, ¿cómo cuidar de un hijo que me sale de repente, a destiempo? ¿Por qué no vino hace un par de meses, cuando no tenía grandes ocupaciones? Me he agobiado. He mirado la tomatera, pensando en los planes de verano: libros que he comenzado y no he terminado, actividades que me he propuesto y no he llevado a cabo, gente a la que no he visto y debería haberlo hecho... ¿Y cuándo voy a cumplir con todo eso? ¿Ahora? ¿No se ha ido el verano muy de repente? Que no me ha dado tiempo a nada. Como a mi tomatera. Vamos a destiempo, mi tomatera y yo. Al ir a despedirme de ella he visto otro tomate, al lado del anterior, donde hace un rato creí que había una flor. Dos tomates. Le he dado la bienvenida al recién llegado y he entrado de nuevo en casa. Me he sentado al ordenador. A pensar. A escribir. Parece que así la angustia es menos.
nico guau
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