Blog de la asignatura Crítica Teatral 2

impartida por Juan Antonio Vizcaíno


miércoles, 27 de abril de 2011

El peso de los sueños

Cisne Negro
Género: Drama
Director: Darren Aronofsky; Intérpretes: Natalie Portman, Vincent Cassel, Mila Kunis, Barbara Hershey, Winona Ryder; Guionista: Mark Heyman; Fotografía: Matthew Libatique; Productora: Fox Searchlight Pictures, Phoenix Pictures; Duración: 108 min; Estreno: 18-02-2011


Era un estreno esperado, así como el papel que encumbraría a Natalie Portman a la cima en Hollywood. Suele ocurrir que, acusados cambios de imagen, aumentos de talla o la perdida de unos tantos kilos, en multitud de ocasiones han resultado definitivos en el camino al Oscar. Aunque llevar a cabo un sobreesfuerzo para conseguir cambios físicos radicales, no está exento de merito, es una pena que haya que llegar al límite de la anorexia, o por el contrario, engordar hasta quedar casi irreconocible, para que público y crítica lleguen a ver al actor. Cisne Negro viene a ser un titulo relevante por muchas razones; una de ellas resulta ser por el personaje adjudicado a una Natalie Portman que ya viene demostrando su talento durante más de una década.

En el film, uno de los títulos más esperados del año antes de su estreno, todos esperaban ver el producto del esfuerzo físico y psicológico de una Portman llevada hasta la extenuación. El resultado está en consonancia con su papel. Nina, la protagonista de esta historia, es una joven bailarina clásica, a la que obsesiona la perfección técnica. Su objetivo inmediato: ser la elegida como Reina Cisne.

A través del personaje de Nina, el director Darren Aronofsky, escribe su propia versión de El lago de los cisnes, en la que la fábula se transforma en un tormentoso salto hacia la destrucción, dentro de un universo tan bello y hostil como es la danza clásica. Una disciplina, la del ballet, cuya técnica obliga al cuerpo a funcionar contra su propia naturaleza y la gravedad misma, consiguiendo el espejismo de la ligereza. Adaptar a un cuerpo que fue, en origen diseñado para otras funciones, obliga a una transformación, que no se consigue sin que medie el dolor. Un dolor que sólo se soporta, motivado por el deseo y la obsesión.

Cisne Negro es también un film de terror psicológico en el cual, una mente frágil como la de Nina, se resquebraja como el cristal al sobrecargar la resistencia de su propia máquina. La búsqueda del reconocimiento artístico le lleva, esta vez, a un proceso de “psicomorfosis” y a la autodestrucción.

Barbarah Hersey, actriz con intermitencias en la gran pantalla, interpreta una madre muy similar a la que en su momento encarnó Piper Laurie en Carrie , la cual sobreprotege a su hija como a un juguete de cristal. Una madre castrante, que ha vetado la sexualidad de su propia hija, eliminando las fronteras de la intimidad e incluso creado aversión hacia el sexo opuesto. Nina, queriendo escapar del presidio maternal, se encontrará atrapada en la ilusión de un cisne, que terminará quebrando su mente y asesinándola.

Otra vez más, Aronofsky, nos adentra en el interior de unos personajes que bordean los límites de la marginalidad. Estos tienen en común la carga de tener que soportar su dolor con buena cara, ocultando ante los demás la vertiginosa caída a la que se enfrentan. Al igual que en El luchador, su anterior film, debajo de la superficie, de la piel, del cuerpo perfecto y de los virtuosismos, si nos acercamos lo suficiente, podemos encontrarnos con seres llenos de de fracturas físicas y psicológicas.

La psicología contenida del personaje se manifiesta en gran parte a través de pequeñas pero significativas autolesiones con las que, inconscientemente, Nina escribe su cuerpo. Viene a la memoria aquel retrato que, Michael Haneke, con narratividad fría y escalofriante, hacía sobre La pianista. Heridas superficiales mediante las que comienza a intuirse un interior, minado por la losa de la autoexigencia en un mundo sin promesas de amparo.

Cisne Negro es también una historia de juguetes rotos; como lo es la diva destronada que interpreta Winona Ryder, mediante la que parece anticiparse el fatum trágico de la protagonista. De la misma manera, la música de Tchaikovsky llega a introducirse en su mente, convirtiéndose en la música interna que marcará su pulsión trágica. Si en ciertas ocasiones la partitura se hermana con la danza, creando imágenes de indudable belleza, en otras, se adhiere a su mente como parte de su obsesión; de una enfermedad viral. A través de la particularidad del personaje de Nina, también se esboza la acusada lucha por la permanencia, inherente a un micromundo tan marcado por la hostilidad y fuertes rivalidades, como es la danza. Una pasión irracional que obliga a quemar todos los resortes posibles, para llegar a una gloria con fecha de caducidad.



MÁXIMO CRECIENTE

martes, 26 de abril de 2011

Muestra “prima”

Título: La posadera. Autor: Carlo Goldoni. Dirección: Gonzalo Azcona. Intérpretes: Bárbara Álvarez y Pablo Gallego. Lugar: Real Escuela Superior de Arte Dramático. Fecha: 11 de abril de 2011.

No es imprescindible ser poseedor de un presupuesto elevado para producir un buen montaje. Ni ser amigo de un buen escenógrafo para obtener un espacio escénico acertado. Ni siquiera es necesario el trabajo de un iluminador o de un técnico de sonido, puesto que el silencio y la luz natural pueden llegar a ser más sugerentes y evocadores que un puñado de focos y altavoces. No obstante, de lo que todavía no queda exento el teatro es de la necesaria presencia de cuerpos vivos en el escenario.

El pasado lunes se han podido observar los primeros trabajos del alumnado del primer curso de la especialidad de Dirección Escénica de la RESAD, de los que cabe destacar la arriesgada propuesta de Gonzalo Azcona. La susodicha consistía en suprimir del escenario todo aquello que estorbase el juego actoral; es decir: todo, exceptuando dos sillas, y dos actores.

El espacio vacío fue compensado por la brillante actuación de la joven pareja de intérpretes, basada en la explicitación de las intenciones por medio de la exageración gestual, y, unos apartes que, si bien quedan marcados de forma clara desde el texto, han sido aprovechados desde la dirección con gran acierto, ya que han conseguido cumplir con su propósito: divertir al público. Todo ello en pro de la comicidad que desprende el texto del autor italiano.

Esta comedia de Carlo Goldoni gira en torno a un sencillo argumento: el Caballero Rippafratta, recién llegado a una posada, jura y perjura no enamorarse jamás de una mujer, promesa que incumple al caer en las garras de la posadera, Mirandolina.

La puesta en escena, además de arrancar estrepitosas carcajadas en el patio de butacas, ha permitido que la imaginación del espectador esté en continuo funcionamiento, puesto que nos hemos tenido que construir el mobiliario y el resto del espacio con la mente, gracias a la interacción de los actores con los objetos imaginarios que les rodeaban.

El sencillo vestuario, la iluminación natural y la ausencia de efectos sonoros han permitido al público disfrutar de este debut en los escenarios de la escuela de una nueva ola de alumnos de Dirección. La única pega – la corta duración del ejercicio: se trataba tan sólo de una escena de apenas diez minutos del primer acto de la obra. Unos diez minutos que nos han dejado buen sabor de boca, pero no nos han quitado el hambre.

Foster Kane

La Virgen del Soslayado Suspiro

La conocí el Domingo de Ramos. Era una monada con palma y vestido a estrenar a ras de pantorrilla. La invité a un vermut y, después de insistir unas siete veces me dijo que sí, porque estaba contenta de que Jesús hubiese entrado en Jerusalén. Nos tomamos dos con mucho sifón y comimos roscas de pascua. Las migas se le colaban entre los botones de la chaqueta que intenté desabrocharle. Me dijo entonces ruborizada que era una señorita contemporánea, pero discreta y que hasta mañana en la procesión.


Fui a la procesión el lunes, el martes y el miércoles. Delicadas vírgenes talladas en madera, chocolate con churros y capirotes erguidos. Y las castas relaciones con la señorita contemporánea sólo me llevaban a la autoflagelación. Así que el miércoles por la noche, al despedirnos, me traicionó el pequeño Judas y le robé un beso con lengua. Con el beso se le remangó la falda, se le aflojó la virtud y me invitó a cenar, pero el jueves. La cena sería el jueves. Qué gran día, el jueves, para cenar.


Al día siguiente estaba el primero en la salida del paso. Asistí a la procesión con fe en la noche que me esperaba. En el paseo hacia su casa le quité una mota de polvo del canesú, en el portal le pellizqué una pierna y en el ascensor suspiró de medio lado por primera vez. Enmarcada y doliente en su cajita barroca. Nos dimos un banquete y después, con la mañanita puesta, cenamos.


El viernes rezamos todo el día debajo de las mantas, incluso mientras se cocían los garbanzos. Estaba empezando a adorar a aquella virgen del soslayado suspiro con la que yo vivía mi particular pasión. Era limpia, devota y ágil. Abrigos de entretiempo en ristre nos fuimos a la procesión cogidos de la mano para ver al Señor arrastrando su cruz, pero en un santiamén estábamos de vuelta a su casa para ponernos de rodillas. Justo antes de entrar me dijo te quiero.


Corrí hasta mi casa, donde amanecí el sábado con las sábanas pegadas. Al escuchar las lágrimas de la virgen al otro lado del teléfono, decidí permanecer encerrado todo el día debatiéndome entre lo uno y lo otro, esto y aquello, abandonado a mi suerte.


Y el domingo resucité de entre los muertos para ascender a los cielos. La planté en la puerta de la iglesia, justo antes de que su boquita rosa pudiese blasfemar contra mí. Supongo que no lloró, que se tomó un vermut con algún apuesto caballero, porque los católicos estaban de enhorabuena. Yo me tomé cinco y canté una saeta. Me echaron del bar y me senté a la derecha del Padre.


Jerónimo Jimeno

lunes, 25 de abril de 2011

Fiesta de pústulas, pasada por agua.

La Semana Santa, como también la fiesta taurina, son estandarte de la cultura y sentir españoles, que además de ser fechas conmemorativas del comienzo de una era, son la celebración de nuestra propia estupidez.

En España todo es motivo de fiesta, incluso la muerte. El pueblo, contradictorio en su ideología, toma cualquier excusa para salir a la calle y disfrutar de cualquier tipo de festejos, ya sean efemérides, conmemoraciones, orgullos o aniversarios. Tanto es así que por estas fechas de Semana Santa, se festejan las pústulas y la sangre. Fiesta de hematomas y carne viva que se mezcla con el terciopelo, el oro y las flores. De que la Semana Santa es espectáculo, no cabe duda, aunque la puesta en escena de las procesiones sea comparable a un reality de morgue, quirófanos y plañideras.
Ver desfilar a tus santos favoritos produce un sentimiento contagioso de emoción, con el que el delirium tremens se propaga como la enfermedad de la sinrazón. ¿Es la fe una enfermedad social, o por el contrario, una voluntad elegida desde la razón?

España ensalza su estética más grotesca, que encuentra sus señas de identidad en su propia fantasmagoría, caracterizada por el consumo de la muerte. Una muerte que se disfraza de fiesta con lunares y banderillas de colores y se vende como souvenir.
Fiesta para mitigar las consecuencias del conformismo, y no para festejar los verdaderos triunfos, fruto de un compromiso con nosotros mismos.

España es un país que se emociona ensalzando a sus figuras: toreros, ex-esposas, santos y futbolistas; un país que les pasea a hombros o les saca de procesión. Vítores al Real Madrid y saetas a la Macarena. El pueblo llora, se emociona, se indigna al ver perder a su equipo o de no poder pasear a sus santos. Este año, en que la Semana Santa ha sido pasada por agua, el pueblo ha sentido que la lluvia apagó su opio. Lágrimas de devotos y cofrades inundaban las puertas en las iglesias de Sevilla y Málaga. Si no conociera un poco mi país, hubiera pensado que el llanto de la comunidad se debía a un nuevo brote de peste bubónica o quizás a la liberalización del mercado laboral, pero yo, que también soy español, adiviné que era debido a que los santos no podían salir. ¡Huelga divina! Es tiempo de renovarse con los tiempos. Póngale un chubasquero a su santo favorito y Santas Pascuas.

España llora, sufre, se indigna, lanza gritos a los cuatro vientos y manifiesta su sentir en la plaza de toros, en el campo de futbol o en el bar habitual, como si en ello le fuera la vida. Pero siempre tendrá fe. La Semana Santa también debería ser momento para acordarnos de que la penitencia no promueve el cambio. El compromiso es el avance, y la penitencia el estancamiento de la cultura.

Hinchas, cofrades, forofos y cristianos a medias, focalizan su sentimiento en entidades alejadas en el espacio y en el tiempo, situando su fe en fantasmas, que no suponen un cuestionamiento directo. Si los héroes o los salvadores son eternos, es precisamente porque están muertos. Cuanto más lejanos en el tiempo, más fácil resulta creer en ellos. España y sus ciudadanos odian el cuestionamiento sobre ellos mismos y Jesucristo no supone una amenaza a la construcción de la identidad moral.
Si de algo debería servir la Semana Santa y la figura de Cristo, (un revolucionario, al fin de cuentas) no es para hacernos sentir culpables, sino para alimentar el impulso necesario que ayude a movernos siempre hacia delante. La flagelación no lleva al avance.



MÁXIMO CRECIENTE

Entre torrija y chaparrón me ha salido un culebrón


La Semana Santa se caracteriza por ser paradójica porque, por un lado, es lúdica (la gente sale en masa, se echa a las playas en busca de unos instantes de evasión), por otro, es estoica (Cristo en la cruz, procesiones en las que los creyentes se autoflagelan evocando al Redentor…)


Yo me he sintetizado con el medio y he vivido mi paradoja personal. El estoicismo, en mi caso, ha consistido en levantarme, hacer un poco de deporte (esto es casi casi como la autoflagelación de la que hablaba) y ponerme a escribir una tragedia. Resulta difícil ponerse en plan trágico cuando uno está de vacaciones. Ha sido un esfuerzo costoso, aunque he recibido apoyos por parte de la meteorología: la lluvia ha hecho que el recogerse en casa no resulte tan sacrificado; las lágrimas de los que esperaban salir en las procesiones y no han podido debido a las tormentas también han sido bastante evocadoras para el lance patético…


Lo cierto es que, inevitablemente, en vacaciones, por mucho que uno se conciencie de que hay que trabajar, el tiempo se dilata. Todo cuesta cien veces más. Obviamente, falta el estrés. En vacaciones es sencillo caer “agotado” en la cama y ponerse a pensar. Hacer balance de las situaciones pasadas, los comentarios más nimios. Y el despertador, ese mismo que de un salto me levanta de la cama para no llegar tarde a clase cada día, en Semana Santa aparentemente pierde volumen porque lo apago y me doy la vuelta y sigo durmiendo, no porque lo necesite sino sencillamente porque puedo hacerlo. Ni torrijas ni playa, ni viajes. Lo que me indica vacaciones es ese pequeño derecho a la pereza que, si dura un tiempo limitado, es muy gozoso (uno se siente rebelde al ejercero). Y ahora, cuando llega el ocaso de estos tragicómicos días, uno mira para delante y sólo ve una pendiente, ardua y sinuosa. Al final del camino ya se puede apreciar un cartel con luces de neón que dice: fin de curso. Llegar hasta ese objetivo es todo un reto. Tomemos aire, asumamos el estrés fervientemente en este spring final para llegar a la meta.



Ignatius Reilly

Si hubiera dudado un poquito


Yo no digo mentir, pues no es propio de reyes y además se corren riesgos, como que te crezca mucho la nariz y a ver que hubieran hecho luego todos los pintores, con la cuestión de la perspectiva. Yo digo: dudar un poquito.

Imaginemos que somos reyes por una temporada. Imaginemos que un sector de la población nos aclama, que vamos con una sábana de capa y descalzos por ahí hablando en poesía, que tenemos poderes, que el sexo opuesto siente una atracción irresistible por nuestra persona. En resumen, que nos van bien las cosas. Imaginemos que el bando opuesto empieza a sentir envidia, pasión humana por excelencia y que quiere hundirnos física y moralmente. Y todo porque por fin, nos van bien las cosas.

Imaginemos que en plena ola de éxito, las cosas se ponen peor, nos hacen un juicio y nuestros poderes proféticos nos advierten de que ese juicio se va a repetir durante toda la eternidad. Eternamente vamos a estar arrastrando la misma cruz de dos metros y treinta kilos, por mucho que Mel Gibson exagere las cifras, para siempre se nos caerá la misma cruz en el mismo tramo, cada jueves por primavera nos colocarán la dichosa coronita y la sempiterna pregunta resonará en nuestros oídos, me atrevería a decir que a diario y no solo en Semana Santa: ¿Eres culpable? Able…able…able…

Y aquí es dónde la historia debería en mi opinión dar un brusco pero firme volantazo:

Caifás: ¿Eres el Mesías?

Jesucristo: El Mesías lo que se dice el Mesías…

Caifás: ¿Eres o no eres el Mesías?

Jesucristo: Hombreee… Así dicho…no.

Caifás: ¿Quién eres entonces?

Jesucristo: No se puede negar que caigo bien, que tengo don de gentes.

Caifás: ¿Eres o no eres el hijo de Dios?

Jesucristo: Me encanta que me hagas esta pregunta.

Si hubiera dilatado un poco la cuestión, tal y como hacen hoy en día todos nuestro políticos, quizás no tendríamos este peso metafísico sobre nuestros hombros, peso de cruz lo llaman algunos. Y es que si bien Jesucristo se murió un día, la cruz invisible la llevamos el resto durante toda la eternidad, no veo claro eso de que murió por nosotros. Yo creo que desde que murió él, morimos todos un poquito todos los días. Lo bueno que tiene todo esto son las vacaciones, eso se lo agradecemos muchísimo. (reverencia)

Yo propongo: quedarnos con las vacaciones, con el espectáculo, pero quitarle el aire gore e introducir unas pequeñas variaciones que distiendan lo grave de la situación.

Ahí queda la aportación de una joven dramaturga.

Ana María García.

Los Lázaros de los sueños

La Semana Santa ha finalizado una vez más, como siempre, han muerto muchos y no ha resucitado nadie.
Personalmente nunca he conocido a ningún resucitado, solo una vez oí hablar de uno, habelos ailos. Ocurrió en la amurallada ciudad de Lugo, 24 horas después de fallecer, un amigo de uno de mis profesores de instituto resucitó en el depósito. Lejos de alterarse, parece ser que subió a planta para saber ¿qué hora era?, ¿qué había pasado? y ¿dónde estaba su ropa? Mi profesor contaba el estremecimiento que años después todavía le producía encontrarse con él.
Cosa a parte son los muertos que nos visitan en sueños. El pasado miércoles volví a encontrarme con mi vecina Dolores, falleció hace dos años, a los 94 y se ve que después de muerta no ha renunciado a su edad (hay muertos que si lo hacen, presentándose nuevamente jóvenes y lozanos), eso sí, ha aprovechado para ir a la peluquería y se ha puesto unas coloristas gafas de mariposa, siempre fue muy coqueta, por cierto, estaba muy contenta, podría decirse que la muerte le ha sentado bien, sobre todo teniendo en cuenta la dureza de sus últimos meses.
El mundo de los sueños es verdaderamente fascinante, en el antiguo Egipto solía contratarse a un soñador para que soñara para a modo de oráculo. En la Grecia clásica el iatromantis (sanador), se tumbaba al lado del enfermo y durmiéndose, se sumergía en el sueño buscando una posible cura para su paciente. Durante años hemos desterrado el mundo de los sueños, lo hemos abandonado ante la poderosa realidad, sin embargo dudo que nuestro bienestar de vigilia, tuviese muchas garantías de cordura sin esa otra realidad compensatoria que nos asalta cada noche. Cada vez que visitamos al médico enfermos de angustias vitales, este no solo debería aconsejarnos descanso, también debería indicarnos el saludable beneficio de soñar y si es posible recordarlo.
Desde la adolescencia, mis muertos me han ido visitando esporádicamente, la primera fue mi abuela, luego mi abuelo, he escrito “visita” porque hay una diferencia entre soñar con el muerto y que el muerto te visite, en el segundo caso la sensación en el sueño es de una fuerte realidad, tanto, que la propia realidad resulta irreal al despertar. Ni que decir tiene que agradezco sus visitas, y si leen esto les pediría que fuesen un poco mas conversadores, ya que suelen ser parcos en palabras, supongo que el esfuerzo de hacerse visibles consume buena parte de su energía.
Cuando abrieron la tumba de Lázaro, cuenta la biblia que olía mal, la limpieza en la época no era una práctica cotidiana, el estar encerrado en un reducto pequeño seguramente aumentó la intensidad del olor, es más, es probable que en el proceso que estaba sufriendo perdiese el control de su esfínter. Personalmente siempre he pensado que de no haber abierto aquella tumba, finalmente, Lázaro, habría muerto.
Concluye la Semana Santa y no ha resucitado nadie, el propio Jesús pudo salir de la tumba por su propio pie tras varios días de ser cuidado y atendido con amor. Como no le gustó el trato recibido, marchó a Cachemira donde vivió una vida normal hasta el fin de sus días.
Lo dicho, no ha resucitado nadie, pero los muertos seguirán visitándonos.

Edepé

Protocolo

El teatro contemporáneo tiene por costumbre modificar a menudo el espacio de representación, modificación que puede responder a tanto a cuestiones dramáticas, como a romper una convención que permitirá al espectador una pequeña sorpresa, una nueva forma de disfrute. Ahora bien, al hacer esto los directores deberían de tener muy en cuenta aquello que entra en ese espacio visual del espectador, a veces se superponen sobre los espectáculos elementos nada contributivos a un buen resultado.
Hace unos años en el exitoso espectáculo “Cabaret”, mientras en el plano inferior acontecía una escena dramática, en el superior, a la altura de los espectadores de la grada, salía un grupo de gogós, que minutos después mediante la proyección de un fuerte haz de luz, se convertían en danzantes siluetas de mujeres instrumentistas. El problema consistió en que eran sombras perfectamente visibles desde su aparición, y que el caos de su entrada, se continuó posteriormente en las interesantes conversaciones que seguían manteniendo situadas ya en escena. “Me queda pequeño el top”. “Lo he dejado con mi novio”. “Mira tía no te aguanto”. “Dios, creo que voy a vomitar” Eso sí, cinco segundos antes del compás todas en posición.
Recientemente en la obra “Santo”, obra que se ha exhibido en la sala pequeña del Español, y que ha sido concebida con escenario en formato pasillo, situando al público a ambos lados de la escena, ha ocurrido algo similar. En esta función el cuadro técnico ha ocupado una céntrica posición, entrando de pleno en el campo visual de los espectadores de la derecha. Si bien es cierto que hubo sigilo y comedimiento en la visible presencia de los técnicos, también es cierto que somos humanos, y lo humano vence, así que la representación se vio afectada por una serie de mal disimulados bostezos, consulta de algún mensaje en el móvil y miradas al reloj sobre todo ante la proximidad del final.
Se debería de ser completamente cuidadosos en todo aquello que afecta al campo visual del público, lo sucio, a menos que sea una propuesta estética no conviene al teatro y si por circunstancias algunos aspectos del montaje intervienen en el mismo de forma inevitable, tal vez deberíamos de establecer un protocolo, una fórmula para que su presencia resulte apenas perceptible.
Cierto es que si lo que introducimos en el campo visual del espectador es otro espectador, no podemos pretender controlar su comportamiento, si disfruta o se aburre está en su derecho, y si esto modifica la percepción de la obra, quienes hayan decidido el formato escénico deberán de asumirlo, pero esta debería de ser la única excepción.
El ojo del público ve, y casi siempre perdona, pero el profesional no debería de ampararse en esta circunstancia.

Edepé

domingo, 24 de abril de 2011

S.S.C.

He tenido una S.S.C. El lunes no encontré nada para ir que no hubiera visto, así que me limité a hablar sobre el tema. El martes hablé también de ello, pero por mail, si a eso se le puede llamar hablar; luego me metí a ver algo que ya ni recuerdo. El miércoles, todo el día vuelta a hablar sobre el tema; al final de tanta cháchara también fui al teatro. El jueves parece ser que era festivo, por... ah, sí, por la S.S.; así que me quedé sentadito, sin hablar, y luego fui a ver otra que tenía pendiente. El viernes, también fiesta, intenté enganchar a unos cuantos para que vinieran conmigo, y lo conseguí con dos; a mí me sirvió para no ir solo al teatro y ellos se lo pasaron muy bien y se olvidaron de su S.S.C. de trabajo. El sábado era el Día del Libro. Yo bajé a la biblioteca que tengo frente a casa para coger uno (de teatro, por cierto), y me di cuenta de que la celebración había sido desplazada. A pesar de que los responsables de los museos consideran el sábado de S.S. como uno de los de mayor afluencia de público, este año los que organizan otra de esas noches memorables (yo las recordaré siempre), la Noche de los Libros, han decidido que no va a ser el Día del Libro sino que inexplicablemente se retrasa a una fecha tan insustancial como el miércoles 27 de abril. Quizá porque querían tener una S.S.C. de vacaciones, o quizá porque todos esos autores desconocidos que están en el programa del evento que me dieron ayer por la calle, tampoco iban a estar dispuestos para firmar libros desconocidos a los lectores que sólo querían tener una S.S.C. de turismo. Se ha trasladado al 27 de abril, igual que hace un mes el Día Mundial del Teatro, instaurado hace 40 años y colocado en el calendario sobre el día 27 de marzo, se trasladó al día anterior, el 26, sólamente porque era sábado. Finalmente, después de pensar todo esto, ayer volví a ir al teatro, y pagué por ver una obra de un autor joven, contemporáneo, estrenado por una institución pública, porque pagar por ello es decirle a esa institución que hay que estrenar más autores de estos (aunque a los 3 minutos de función cambié de idea), y al salir me pasé por un par de librerías a husmear. No festejaban nada porque , a pesar de que era el Día del Libro, no era la Noche de los Libros, y como ya sabemos, la Noche es más poderosa que el Día. Ni siquiera tenían esas flores tan catalanas el día 23 de abril: las rosas. Creo que las guardan todas para el próximo miércoles. Para terminar las vacaciones de... ah, sí, de S.S., hoy domingo iré al teatro de nuevo. Así habré tenido una Semana Santa Completa, como cada año. Mañana lunes, para comenzar con buen pie las no vacaciones, también iré, porque no olvido que en varias zonas de España tienen vacaciones de S.S. toda la semana próxima, es decir, lo que yo llamo un 2x(S.S.C.)
nico guau

lunes, 18 de abril de 2011

Vía Crucis


Primera parada: el supermercado. Los armarios de la cocina ya criaban telarañas, se había hecho necesario repoblarlos, así que el viernes compré un variado surtido de víveres para no desfallecer en vacaciones. Segunda parada: ordenar la mesa del ordenador. ¿Un juego de palabras? Que se ordene sola, diría alguien. Ya que mi intención era aprovechar el tiempo de Semana Santa para terminar los dos o tres, no más (jeje), trabajos pendientes, debía ordenarla yo mismo, y dejar los alrededores del teclado y el mismo teclado dispuesto para su uso. Aunque lo que se entiende comúnmente por ordenar, no fue exactamente lo que hice, sino que junté todos los papeles acumulados y los puse encima de la pila de ellos que yace sobre el suelo desde no se sabe cuándo y que ya sobrepasa la altura de la mesa. En todas las casas hay uno de estos, hasta que un día algún invitado le da un golpecito y se riegan los recortes por el suelo. Tercera parada: lavar la ropa. Como el sábado por la mañana me había puesto ya los últimos calzoncillos que aparecieron por la habitación, pensé que sería una buena idea lavar toda la ropa sucia. Y lo hice, a conciencia. Me dio la hora de comer. Para ello tenía que recuperar algún cacharro limpio o medio limpio, así que enseguida vino la cuarta parada: fregar los platos. Después la quinta: hacer la comida. Más tarde me invadió la sexta: la pereza y la siesta. No está mal decirlo, porque una de las cosas que también tenía pendientes era descansar un poco. Me pondré a estudiar más tarde, me dije. Una mosca me anunció la llegada de la séptima parada, el domingo por la mañana: la búsqueda de algo para estrenar. Mi abuela decía que tenía que el Domingo de Ramos hay que hacerlo, no sé por qué ni de quién fue la idea; antes no le hacía mucho caso, pero esta vez, lejos de ella, ayer, me dio por obedecer. Fue una ardua tarea, esta estación, y estaba a punto de estrenar un paquete de arroz, cuando me acordé de que traje unos calcetines de Berlín para regalar a alguien y que aún debían de seguir por casa, sin destinatario. Qué buena suerte. Al cabo de un par de horas tuve éxito. Estrené unos calcetines negros con rayas naranjas. Ya estaba dispuesto a la octava parada: fregar el suelo. Eso me llevó un ratillo. Y después me di cuenta de que quizá sería hora de limpiar la taza del váter, ¿cuándo fue la última vez? Total, la Semana Santa es muy larga, ya estudiaré luego. Lo hice, lo del váter, quiero decir, y como se trataba de limpiar, incluí esta tarea dentro de la misma parada, la octava. Novena parada: comer. Décima parada: descansar. Undécima parada: levantarme el lunes para ir a la Biblioteca Nacional a cumplir la duodécima parada: intentar sacarme un carnet. Parada infructuosa. Vuelta a casa. Me doy cuenta de que con tanta parada ya he perdido tres días. Hace un rato he hecho la decimotercera parada: dedicarle tiempo al huerto. Realmente creo que no sé distribuir las paradas. Ahora estoy sentado  frente al ordenador, pensando en todo lo que tengo que hacer, en todo el tiempo que he perdido desde que empezaron las vacaciones, y en todas las veces que me he levantado del ordenador en estos tres días. Y estoy a punto de hacer la decimocuarta y última parada: cenar algo. Son las 10 y media de la noche del lunes. Tengo hambre. Se me acabaron las paradas. De aquí al domingo de Resurrección, del tirón. ¿Puede ser que haya oído en algún sitio que Juan Pablo II se inventó 3 paradas más?
nico guau

sábado, 9 de abril de 2011

Deliciosa pulsión vital

El Jardín de las Delicias, de Fernando Arrabal. Dirección: Rosario Ruiz Rodgers, Intérpretes: Ángel es Jiménez, Arturo Bernal, Mercé Rovira, Carlos Domingo. Madrid, Sala Cuarta Pared, 8 de Abril de 2011. 

La sala Cuarta Pared estrena por primera vez El Jardín de las delicias, escrita por Fernando Arrabal en 1967, haciendo con ello honor a su fama de sala alternativa, que apuesta por montajes innovadores y frescos. La obra transmite fuerza y contemporaneidad, lo que le sitúa al nivel de texto que trasciende a las generaciones.


Quizá estemos asistiendo a un universal.

Parece que no podría ser menos viniendo del consagrado polifacético Arrabal, pues todo lo que toca lo convierte en oro. Es conocido por su fehaciente oposición al franquismo, hecho que le hizo famoso en el exilio, pero también por fundar en 1963, junto a Jodorowsky el grupo Pánico, una especie de neo-dadá que atenta contra la imperante razón.

Fernando Arrabal fue premio Nacional de Teatro en 2001 y es considerado hoy en día uno de los dramaturgos vivos más notorios. Es por ello que resulta paradójico que hasta este momento no se haya estrenado en España El Jardín de las Delicias. Bien es cierto que no se trata de un texto para todos los públicos y, cuando digo para todos los públicos, no me refiero a que no sea apto para niños, sino para aquellos que se nieguen a entrar en una dimensión mítica y poética, con cierto humorismo escatológico. Obviamente, si el gran público se arranca en risotadas ante el humor más propio del astracán, no creo que entre en este montaje con la misma alegría pues, aún cuando Arrabal nos habla de la búsqueda de la libertad y el amor, pulsiones éstas comunes a todos los individuos de la raza humana, lo hace en clave pseudoonírica y con saltos en el tiempo, a modo de tríptico, como el del Bosco. No utiliza un lenguaje enrevesado pero hay que interpretarlo, hay que hacer el esfuerzo de entrar en este mundo recreado tan original. Y es original precisamente porque no se parece a nada. Tiene elementos absurdos pero también realistas, es una historia deconstruida pero al mismo tiempo bien cerrada dramatúrgicamente. Ningún elemento es gratuito.

A partir de fragmentos de la vida de Lais, asistimos a la liberación de todas las ataduras e imposturas sociales, basadas fundamentalmente en el dogmatismo religioso. Encontramos en la obra una marcada crítica a éste, así como en el cuadro del Bosco. El final de la pieza es esperanzador: el individuo puede, si quiere y le ayudan, escapar a sus fantasmas, escapar a una suerte de pureza impostada (representada por los corderitos) para acceder a la pulsión irracional como es el amor libidinoso, desprovisto ya de ideales impostados relacionados con cuentos de hadas, con el amor cortés, etc.

Esta historia de liberación simbólica se apoya en un montaje basado en las proyecciones del cuadro del Jardín de las Delicias, entre otras que marcan el viaje al pasado y al futuro de Lais. Se apoya, a su vez, en una escenografía sencilla pero al mismo tiempo evocadora, con elementos muy sofisticados como son el carrito de bebé gigante donde asoman la cabeza unos diez corderitos de cartón que balan de vez en cuando, un huevo gigante, unas palmeras y un arco, que simulan ese jardín oculto tras la persona como construcción psicológica, una jaula, donde estará encerrado el hombre-mono, que representa el sometimiento de la libido y un teléfono que es el contacto de Lais con el exterior, con el que mantiene una relación un tanto psicótica.

A primera vista, uno diría que semejante montaje tan loco, con saltos para delante y para atrás, será complicado y aparatoso. No obstante, la directora, Rosario Ruiz, nos da una lección de maestría al llevar una puesta en escena limpia y sencilla, a la par que inquietante. La directora se pone al servicio del texto contando con un equipo actoral de primer grado. Ángeles Jiménez interpreta una Lais en su justa medida: consigue darle verdad a un personaje cuyo lenguaje, arco, etc. no es precisamente realista, de ahí la dificultad de su interpretación, pues se puede caer en histrionismo. En general, todos los actores están en una misma línea estética, trabajando por sacar adelante un proyecto en común. La única pega serían los pequeños lapsus textuales del actor que interpreta a Teloc.

El público de la Cuarta Pared acudió al estreno con gran entusiasmo y de la misma manera aplaudió al elenco, incluyendo al dramaturgo, que salió a saludar emocionado. Ahora queda por ver si este mismo tipo de público que a la salida del espectáculo hacía fotos entusiasmado al genio de Arrabal, será suficiente para llenar las butacas del teatro español.



Ignatius Reilly