Blog de la asignatura Crítica Teatral 2

impartida por Juan Antonio Vizcaíno


martes, 21 de diciembre de 2010

SIN SANGRE EN LAS VENAS. Crítica Drácula

¿Qué ocurre si al gallo le arrancamos las plumas? La respuesta es que queda un pollo desplumado.
En esta versión del más famoso vampiro de la historia, el dramaturgo Ignacio García May realiza un ejercicio de depuración sobre el mito. Tal y como si saliese de un salón de belleza, se la han eliminado aquella capa tan pasada ya de moda, se le han limado las unas, arrancado los comillos, limpiado cualquier resto de sangre, eliminado el erotismo, y lo que es más importante en su hazaña: extermina el género que le dio a conocer.
Es entonces cuando, como espectador, uno llega a preguntarse: ¿Si el autor no quiere hablar de la esencia de Drácula, por que no habrá elegido otro tema?
En esta versión García May nos adentra en una visión chejoviana del mito aunque conservando cierto tinte romántico. Una puesta en escena en la que se vale de lentos diálogos declamados desde el más puro hieratismo de sus interpretes, los cuales se ven empequeñecidos por la amplitud de la escenografía. Alicia Blas, la escenográfa, realiza un ejercicio de limpieza vistiendo el escenario mediante grandes y altos paneles verdes que parecen crear sensación de angustia y desequilibrio. Si bien, esa sensación contribuye a la historia, también hace al espectador temeroso de que uno de estos paneles caiga encima de alguno de los actores, sin mucha sangre en las venas como para salir corriendo. Es en la dirección sobre la que recae el estatismo de los mismos, ya que da la sensación de que se les ha dirigido como a soldaditos de plomo, bien aferrados al suelo del escenario, no vaya a ser que se escapen. De todos ellos puede rescatarse a José Luis Alcobendas, en el papel de Drácula, el cual se salva, pues parece que se ha dirigido el solo.

Un mito tan fuerte como Drácula está inevitablemente ligado a su género. Si bien parece acertado deshacerse de los dientes, la niebla, los aullidos, los colores oscuros y toda esa imagineria a la que la Hammer nos tenía acostumbrados, no lo es tanto eliminar la esencia de lo puramente siniestro, del erotismo y de la sangre, ambos tan ligados al espíritu romántico.
El mito debe ser reconocible sin que para ello haga falta tener que enunciar el nombre “Drácula”, aunque sea el mito depurado. Dejando de lado la alquimia del Profesor Abraham Van Helsing enamorado de las ciencias ocultas, en esta versión se nos adentra en el misterio desde la visión freudiana de un psicoanalista en practicas.
Sobriedad máxima, que con los arreglos de Ana Sebastian, también estampa el vestuario de los personajes. Un detalle que, a decir verdad, hace un favor al personaje de Drácula, en el sentido de que ha sido esmeradamente tratado, pues marca la diferencia de lo extraño, a la vez que la elegancia de un hombre de otro estrato y cultura. En el vestuario todo es mesura. Hasta que de pronto aparece el personaje de Lucy-muerta enfundada en un vestido que ni los de Ágata Ruiz de la Prada. “!Jande mooor!” ¡Parece que en el otro barrio deben pasarlo bastante bien!
Sobre si en esta ambiciosa producción del Centro Dramático Nacional existen hallazgos, que es de lo que parece tratarse, haberlos hailos. También los hay en montajes con mucho menos presupuesto.
En fin. Para la próxima habrá que ver quien nos sale con “Fiebre del sábado noche” a lo Chejov. Otro hallazgo similar sería presenciar a un Tony Manero que se alivia bailando polkas.

Dramaturgia y dirección: Ignacio García May.
Intérpretes: Eduardo Aguirre, José Luis Alcobendas,
Rocío León, Rafael Navarro, José Luis Patiño,
Iñaxi Rikerte, Rosa Savoini Xenia Sevillano.
Música: Eduardo Aguirre de Cárcer.
Escenografía: Alicia Blas.
Iluminación: Luis Perdiguero.
Vestuario: Ana Sebastián.
Del 3 de diciembre de 2009 la 10 de enero de 2010

MÁXIMO CRECIENTE

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