Blog de la asignatura Crítica Teatral 2

impartida por Juan Antonio Vizcaíno


domingo, 5 de junio de 2011

Dejarse la piel

Estado de Ira, de Ciro Zórzoli. Dirección: Ciro Zórzoli. Reparto: Valeria Lois, Pablo Castronovo, Carlos Defeo, Marina Fantini, Vanesa Maja, Cecilia Meijide, Diego Rosental, Diego Velazquez. Vestuario y escenografía: Oria Puppo. Iluminación: Eli Sirlin. Madrid. Teatro La Abadía.

¿Cómo contar un clásico hoy? ¿Tiene sentido representar las mismas obras una y otra vez? ¿Cómo hacer llegar Hedda Gabbler al desencantado y sobreinformado espectador de hoy? Estas son las preguntas que Ciro Zórzoli tomó como punto de partida al comenzar los ensayos de la obra de Ibsen. La respuesta, aun contando con recursos ya conocidos y usados por otros directores, ha dado como resultado una propuesta de radical originalidad y un concierto de risas en el patio de butacas.

El planteamiento que se hace desde la adaptación es: una supuesta dependencia pública en las afueras de la ciudad, en la que se preparan a actores sustitutos para las obras que están en cartel. Toda la obra es la preparación de una actriz, La Señora Ferrucci, interpretada por una magnífica Valeria Lois, la gran dama del teatro alternativo bonaerense. Lo que el espectador presencia no es sino un ensayo vertiginoso, pues el supuesto estreno tiene lugar al día siguiente. El público tiene acceso a lo que sienten esos actores únicamente por gestos de disgusto por parte de los demás integrantes de la compañía, si la sustituta no se sabe el papel o gritos desde el mismo texto de Hedda Gabbler, si no son respetadas las marcas de ensayos.

Sólo al principio se nos informa, de que está pasando ahí a través de la angustiosa conversación mantenida por el director y la sustituta, que saluda al público despreocupada (ajena al calvario que se le avecina), puesto que esos ensayos se realizan con público para ejercer una presión positiva sobre los actores.

Desde el principio se instala una atmósfera extraña y misteriosa, además de una pregunta que consigue mantener adherida la atención del público: ¿Qué están sintiendo verdaderamente estos personajes debajo de sus máscaras? ¿Qué hay detrás de estas “máquinas del trabajo”? Una pregunta muy extrapolable a los tiempos que corren. Al mismo tiempo la obra se convierte en todo un manual de actuación puesto que al tomar el cariz de ensayo, se asiste en directo a la revelación de los trucos que utilizan los actores para hacerse creibles.

El recurso de mostrar el andamiaje de una obra teatral ha sido de sobra utilizado, lo hemos visto en numerosas películas y obras de teatro, desde Bertolt Brecht o incluso antes, pensemos en Thornton Wilder y en todo el teatro expresionista norteamericano. En este montaje está acertadamente aprovechado, las puertas móviles sin pared que dan lugar a clásicos pero siempre efectivos gags, el truco de la bofetada con palmada al mismo tiempo, o el ruido de disparo con palo de madera sobre el suelo. Todo se deja a la vista para regocijo del espectador que gusta instintivamente de ver el mecanismo.

Los actores reales interpretan actores sobreactuados de melodrama, engolan las voces, histrionizan el gesto, y sufren como solo se sufre en la ficción. Cabe destacar la apabullante presencia escénica de los actores argentinos, su eficacia, así como su manejo del cuerpo a servicio de una técnica impecable.

La dirección dota de un ritmo espectacular al montaje, hace del denso drama feminista una comedia hilarante, y crea imágenes memorables: Como la de una protagonista que después de haber sido vapuleada durante todo el ensayo por no saberse el papel, por no controlar las marcas, por besar al apuntador cuando este le decía bajito la letra al oído, por el mismo cansancio de una obra tan larga, finalmente, al acabar el ensayo y recoger la escenografía, se ve atrapada entre puertas falsas, y muebles imposibles. Desde esa posición es instada a que diga el último parlamento, en el que se suicida. Es entonces cuando la Señora Ferrucci haciendo de Hedda Gabler se apunta al corazón y dispara, con el consabido golpe en el suelo. Después los ayudantes la desnudan y queda en ropa interior, de cara al público. Su mirada desconcertada y triste parece decirnos que en el teatro como en la vida hay que dejarse la piel, sólo por pasar un buen rato. Un contrapunto grotesco que dota de profundidad al montaje.

Desde la escenografía que es un local de ensayo acondicionado como un salón burgués decimonónico, se ha jugado con la descontextualización de los objetos. Recurso muy propio del clown. A falta de los objetos del estreno, la compañía de la ficción, iba poniendo los objetos que tenía a mano. Un saco de palos de golf por un poto tropical, un caballo de mar de bronce por una mesilla. Todo ello sumaba risas entre los asistentes.

Todos los recursos usados nos son familiares, de lo que podemos desprender que lo bien hecho siempre funciona.

El público aplaudió entusiasmado, pidiendo a los actores que salieran una y otra vez a saludar.

Ana María García

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.