Blog de la asignatura Crítica Teatral 2

impartida por Juan Antonio Vizcaíno


domingo, 16 de enero de 2011

Y os alimentaré con mi palabra

Gólgota Picnic. Dirección, dramaturgia y escenografía: Rodrigo García; Reparto: Gonzalo Cunill, Núria Lloansi, Juan Loriente, Juan Navarro, Jean-Benoît Ugeux. Pianista: Marino Formenti; Música: Las siete últimas palabras de Cristo en la cruz, de Joseph Haydn. Teatro María Guerrero, CDN, hasta 6 Febrero de 2011.

Que Rodrigo García es una personalidad controvertida lo sabemos todos. Que en sus espectáculos siempre hay quien se siente ofendido y abandona la butaca, también. Y por primera vez es el Centro Dramático Nacional quien pone sobre las tablas una de sus obras, arriesgándose (ya era hora) a la furia de un público más convencional.

Gólgota Picnic, de claras referencias religiosas, es una reflexión sobre la figura de Jesucristo y la influencia que la religión ha tenido en la sociedad actual. A partir de la enumeración habitual en García, el texto nos ofrece, de manera fluida y absolutamente poética, la visión de un Cristo corrupto. Lo compara con los políticos actuales, culpa de gran parte de los problemas de hoy a sus seguidores, a los que trata de fanáticos. En una obra llena de analogías entre nuestro mundo y el de "El Salvador", García profundiza de manera absolutamente precisa en el engaño de una religión que considera obsoleta. Y lo hace sin piedad, a su modo. Sin morderse la lengua. García escupe palabras preciosas y las acompaña de insultos, acusa, no perdona, no se rinde.

La escenografía es un acierto. Una acumulación de panes de hamburguesa sobre el suelo. Panes que llenan la sala de un olor reconocible. Que incitan al hambre. Hasta que todo comienza. Es escenario se deshace ante nuestro ojos al paso de los actores. Cinco personajes en escena que deslizan las palabras de García por nuestro oídos de manera cercana al discurso. El problema viene cuando la profusión de imágenes es tal, que es imposible seguirle el ritmo a todo. García abusa en ocasiones de la mezcla de elementos. Las grabaciones en tiempo real que se suceden en una gigantesca pantalla instalada al fondo; los monólogos de los actores; las imágenes de sus cuerpos; esos otros que no hacen nada, pero que están ahí, esperando el momento preciso. En definitiva, demasiados elementos que hacen imposible no perderse algo, a veces demasiado, del texto.

La fábula bíblica se nos muestra en estos cinco personajes, que recrean la Crucifixión, el vuelo del Ángel Caído, los demonios (personificados en la figura de la niña del exorcista)... personajes de carne y hueso que pisan, comen, escupen, se cubren de pintura, se restriegan, se frotan, se dibujan, sobre ese oloroso tapiz. Sobre los panes multiplicados, imagen clara, según García, de la prepotencia de Jesucristo. Cuerpos que además nos muestran lo escatológico, lo desagradable... la sangre, el sudor y las lágrimas.

Y después de tanto ruido, llega la música. Un pianista prodigioso, que se desnuda en cuerpo y alma. Que acaricia el piano hasta el final, delicadamente. Incluso cuando se convierte en una bestia que respira como si acabara de cazar. Que nos muestra Las siete últimas palabras de Cristo en la cruz hasta el agotamiento final. Hasta el último suspiro, que derrama como si rugiera. Su desnudo no resulta gratuito, es el desnudo último, la reivindicación de lo eterno, la gloria. La liberación final.

Dos horas y media de función, una de ellas simplemente llena de música maravillosa. Sí, se vaciaron algunas butacas, hubo murmullos, y exclamaciones escandalizadas y algún que otro suspiro de desagrado. Pero lo que está claro es que García no dejó indiferente a nadie. Menos aún a aquellos que se alimentaron con verdaderas ganas en un picnic, cuanto menos, religioso. Amén.

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