Blog de la asignatura Crítica Teatral 2

impartida por Juan Antonio Vizcaíno


domingo, 17 de octubre de 2010

Propósitos de estación nueva

El verano, esa estación en la que cada movimiento cuesta el doble en la que los tiempos (y los cuerpos) se dilatan, se anarquizan. A menudo se bebe más de la cuenta pero no importa porque no hay que madrugar. A menudo se queda uno embobado contemplando las musarañas (me pregunto dónde habitarán esos seres tan interesantes) pero no importa porque estamos de vacaciones. Es un momento en el que todo puede quedar para después sin ningún problema (hasta tal punto que no sería necesario ponerse a escribir esta columna pues podría hacerlo más tarde). Perder el tiempo está permitido y, lo que es más, es aconsejable. Se adquiere en verano, incluso, el privilegio de aburrirse. Claro está que, si todo el año nos dejáramos llevar por esta filosofía ociosa, la economía se hundiría (aún más, si cabe). De lo cual deduzco que el estrés tiene su razón de ser, y yo que siempre he pensado que no valía para nada más que para enriquecer a cierto sector farmacéutico...

¡Pero ya basta de ponerse nostálgicos con la pereza burguesa! Hay que volver a la acción (sinónimo de drama, según he oído decir a algún pajarraco). Hay que tomar las riendas de una vida que se nos escapa. El otoño nos pone este mensaje en bandeja cada año, al mostrarnos la crueldad de la moribunda vegetación. Carpe diem. Y, por supuesto, los horarios, los planes para la nueva temporada ¡Se me pela la piel porque me puse moreno! Y, cómo no, las propuestas de año nuevo que todo el mundo sabe que tienen lugar en Septiembre (y no en Diciembre como se dice por ahí). Septiembre es el mes de la reflexión. Es el mes en que la gente se apunta al gimnasio, es el mes en que hacemos borrón y cuenta nueva, también el mes de las rupturas sentimentales, así como el momento idóneo para afianzar o destruir para siempre la relación de verano.
Poco a poco llega el frío y me oculto bajo el edredón de mi cama (y me cuesta levantarme por las mañanas). También me regodeo en mi sentimiento de soledad. Por fin un tiempo para la reflexión. Y, por supuesto, me planteo (esta vez sí, es la buena) que este año escribiré una gran obra, una de esas sin ninguna repercusión (como debe ser las grandes obras), pero me sentaré delante del ordenador y no me levantaré hasta sentirme satisfecho. Es que quiero darme un gusto. Escribir para mi (sé que es un poco egoísta pero hay que mimarse en el arte). Quiero pensar, por una vez, que trabajo para mí mismo, que yo me pongo el precio. Destino: la autocomplacencia. El reconocimiento ya vendrá como propósito para otro año (o quizá para otra columna).

Ignatius Reilly

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