Blog de la asignatura Crítica Teatral 2

impartida por Juan Antonio Vizcaíno


martes, 30 de noviembre de 2010

El Flotats se va a acabar

BEAUMARCHAIS
Dramaturgia y dirección: Josep María Flotats. Escenografía: Ezio Frigerio. Vestuario: Franca Squarciapino. Iluminación: Vinicio Chelo. Audiovisuales: Sergio Metalli. Reparto: Josep María Flotats; Pedro Casablanc; María Adánez; Carmen Conesa; Ramón Barea; Constantino Romero; Richard Collins-Moore; Raúl Arévalo; José Gómez y otros. Teatro Español. Del 30 de Noviembre de 2010 al 23 de Enero de 2011.


Beaumarchais, de Sacha Guitry, se pone por primera vez sobre las tablas sesenta años después de haber sido escrita. Guitry escribió sobre Pierre-Augustin de Beaumarchais, mostrando a un hombre acusado del asesinato de sus dos primeras esposas; un hombre mezclado en política; un hombre que tuvo que enfrentarse a varios pleitos judiciales; y, por último, un hombre que apoyó la Guerra de la Independencia de Estados Unidos. Todo en pos de la libertad. Y a todo eso se le suma la autoría de El barbero de Sevilla y Las bodas de Fígaro. Un extenso recorrido por la Francia del S. XVIII de la mano de un personaje no tan conocido como se podría pensar.
Flotats recoge el texto y muestra a un autor que, además de escribir la obra, la pone en escena junto a su compañía, algo que no sucedió en su momento debido a la falta de recursos del autor. Se pone en la piel de Guitry, y Guitry se nos presenta interpretando a Beaumarchais en sus múltiples facetas. Una vez más, se atreve con la dirección y se reserva el papel protagonista. Un papel que se le escapa de las manos. Junto a un elenco de actores de gran calidad, y definitivamente poco aprovechados, los parlamentos de Flotats se pierden entre olvidos, dudas y una monotonía tonal que hunde al espectador en la butaca. No consigue ponerse a la altura del resto, a pesar de estar sobre el escenario las más de dos horas y media que dura la obra. Con un descanso hacia la mitad, quizá la larga duración del texto hace que, a medida que el mismo avanza, Flotats aparezca cada vez más cansado y menos seguro de sí mismo, haciendo que la segunda parte resulte tan larga y tediosa como ágil se hace la primera. Y todo a pesar del buen hacer del resto. El final, la presencia de Beaumarchais ante el Tribunal de la Inmortalidad, se convierte en algo meramente anecdótico, un guiño hacia el carácter de los miembros de la Academia y una reverencia a Molière. No consigue emplastar con todo lo anterior, debido, sobre todo, a la diferencia de lenguaje estilístico.
Importante la presencia del vestuario durante toda la representación, en la que los treinta actores que acompañan a Flotats realizan varios cambios de vestuario y pelucas, que lucen espectaculares sobre las tablas del Español. Una preciosa recreación de la época, lograda de manera sublime por Doña Antoñita, en todas las pelucas que a sus ochenta y seis manos ha tenido el buen hacer de coser a mano.
Las proyecciones de las que se sirve la escenografía dejan mucho que desear y no pasan de ser sencillas fotografías de iluminados y lujosos espacios, que sobran de principio a fin. Eso sí, siempre acompañadas de un lujoso mobiliario de siglo XVIII cuidadosamente elegido.
En definitiva, Beaumarchais se convierte en manos de Flotats en un montaje que adolece de una desmesurada e incorregible ambición, y que no consigue superar la terrible prueba de adaptar, dirigir e interpretar como protagonista absoluto una obra tan compleja como la que Guitry escribió hace ya sesenta años. Quizá podría haber esperado otros sesenta más, al menos hasta encontrar la manera adecuada de hacerlo.
Algunos reinados deberían ser abolidos, y cuanto antes, mejor. A fin de cuentas, no existe la vida eterna.

lunes, 29 de noviembre de 2010

Un abrazo

Cuando era niño y hasta casi la mayoría de edad, no permitía que nadie se me acercara. Me dejaba saludar de lejos, y yo correspondía levantando la mano. Pero nada de besarme, tocarme, y sobretodo nada de abrazarme. Luego me dejé llevar. Cuando entré en la Universidad, supongo. No caí más que en un vicio: el de tocar, y dejarme tocar. Sin ningún tipo de malicia ni de deseo. Tocar como un ingrediente en mi torpe relación con los seres que me rodean. Pero yo tocaba o abrazaba sinceramente. No como algunos, que engañan, exageran, adulteran el sentimiento. Tocan y mienten. Y esa mentira traspasa tu ropa y tu piel al contacto con el mentiroso , y tarda un rato en irse. Para eso, más valdría que no te hubieran tocado. El problema es que a veces está muy claro, pero otras no sé distinguir cuánto hay de verdad y cuánto de hábito relacional en cada abrazo. No me gusta que utilicen las costumbres conmigo. Y no sé si estoy conforme con esa rutina que adquirí y que a veces sigo practicando. Hablando de usos y modas, me molesta mucho que se despidan de mí por mail con "un abrazo", porque me suena falso. Porque es lo que se suele poner. Porque si no uno no lo daría en la vida real, ya que por norma general no se va abrazando por ahí a todo el mundo, ¿por qué escribirlo? Yo sólo lo escribo cuando le daría verdaderamente un abrazo a esa persona, pero por estar lejos no puedo hacerlo.



En el teatro de Madrid que más me gusta, una sala pequeña llamada Guindalera, se está representando una obra de un autor español vivo, es decir, una de esas que todo el mundo dice que se deberían estrenar, pero a la que no va nadie. La obra lleva por título La máquina de abrazar, aludiendo con ello a un aparato con dos palas mecánicas que rodean el torso de la persona autista o hiperactiva, inventado por una doctora estadounidense con autismo. La máquina, comercializada en todo el mundo, tiene 3 posiciones de abrazo para que el usuario la pueda regular según lo que necesite en cada momento. El abrazo da protección, confianza, seguridad y estabiliza los ciclos vitales del ser humano. Parece ser que necesitamos los abrazos y el contacto físico para sobrevivir. Y en el caso de la persona con autismo, que no permite que se la toque, esta máquina está resultando muy útil, pues le proporciona todo lo mencionado anteriormente. Entonces, si el abrazo es tan importante, me pregunto cómo sobreviví sin ser abrazado durante tantos años.



Cuando era niño miraba a la gente y pensaba ¿cómo abrazara? Y cuánto más grande era una persona, más me gustaba, porque abrazaría más fuerte, y me podría esconder mejor en ese abrazo. Pero el problema era que no dejaba que me tocaran. Ahora, como a veces me es difícil distinguir entre un abrazo real y uno falso, creo que voy a volver a mis viejas costumbres. Y estoy valorando el comprarme una máquina. Miente menos. Sale por unos 4000 €, transporte aparte. Si hubiera tenido uno de estos aparatos desde niño, quizá en estos momentos sería una persona distinta. No estaría tan desequilibrado. No escribiría tantas tonterías.

nico guau

domingo, 28 de noviembre de 2010

376

Soy Chiao Shiang, muerto número 376 de la avalancha humana acontecida esta semana en Camboya. Aprendí español por correo, por eso puedo atreverme ahora a homenajear nuestra memoria. La mía y la de 375 personas más. Todavía estoy un poco afectado por el suceso, así que haré lo posible por cumplir con mi obligación de víctima.


Camboya, para situar al lector, está bien cerca de Indonesia. Queda como por detrás del mundo, mirando desde España. Pues allí estábamos nosotros, más de 12.000 personas camboyanas según la organización, celebrando la Fiesta del Agua. Antes del alarde de estupidez humana, nos hallábamos disfrutando de conciertos, bebidas refrescantes y exaltación general. Pero entonces alguién se asustó al ver cómo se desmayaba una docena de personas, y decidieron empezar a correr. Los primeros muertos tenían la tensión baja. Yo morí justo después de tropezar con el 375. Caí al suelo y se acabó.

Nos consta que buscan responsables. Nosotros sólo queremos que busquen nuestros objetos personales. Perdí las sandalias nada más empezar a correr y llevo descalzo una semana. Hubiera sido mejor pertenecer a otro tipo de aglomeración, como el recibimiento a la selección española, cualquier manisfestación con intenciones políticas o las filas ante las administraciones de lotería. Llevaría zapatillas con cordones, que son mucho mejor para correr.

Pero estaba en Camboya, y en Camboya hace mucho calor, créanme. Así es que, de parte de los 376, busquen nuestras sandalias, por favor.


Romeyo and Juliet.
De William Shakespeare.
Dirección: Chris Ngeta.
Dramaturgia: Ben Kinyua.
Escenografía: Julius Bore.
Iluminación: Timothy Kimei.
ROMEYO: Mutwiri Debarl, JULIET: Coretta Ochieng, MERCUTIO: Milton Mumba, PARIS: Joe Kibe, MONTESCO: Trufos Amin Hassan. LADY MONTESCO: Ruth Namwaya. BENVOLIO: Jan Wanguya. CAPULETO: John Sulleiman. LADY CAPULETO: Yasmin Sudan. TYBALT: Vic Olysa. NODRIZA: Lavine Potnao.

Es de noche. En el escenario se enciende una luz gradualmente. Expectación por parte del público. Aparecen unos hombres de raza negra bebiendo cerveza, dicen el texto de Shakespeare en Chichewa. Primer impacto.

Me concentro en intentar descifrar qué es escenografía y qué es accidente. Me refiero a las cabras que andan por el escenario, que no sé si han subido por propia voluntad (es lo que tiene el escenario al aire libre), o si han subido por voluntad del escenógrafo Malauí (Julius Bore.)
Cuando aparecen los Capuleto en escena, las cabras pierden toda mi atención. Y es que los Capuleto son blancos y hablan en inglés.

En seguida empiezo a atar hilos por mi cuenta, deduzco que han adaptado el texto de manera que el público malauí reconozca una problemática propia de sus circunstancias. Enfrentan dos lenguas que conviven en un mismo país: El Chichewa y el Inglés. Dos culturas: La Chewa y la Británica, y dos maneras de entender la vida, la de los jóvenes educados en una tribu, y la de los jóvenes educados en la ciudad.

Me interesa, y presto atención. Aunque arrugo el hocico ante el título, ya que aunque no logro entender la mayoría del texto en Chichewa, me da la impresión de que no es fiel al original. Cuando escucho el texto en inglés, me doy cuenta de que tampoco es muy fiel. Quizá debería haberse llamado de otra manera, aludiendo a que está basado en el texto de Shakespeare, pero tal y como está parece que vas a ver la obra original. Y no es así.

Los actores son buenos. Mutwiri Debarl (Romeyo), tiene un dominio de la voz impresionante. Y la expresión corporal no deja indiferente. Cuando Coretta Ochieng (Julieta), sale a escena, el público (que es mayoritariamente masculino) se sume en un silencio absoluto. Hay que aclarar que el público Chewa gusta de participar indirectamente en cuantos espectáculos puedan, y nutren el texto de gritos de júbilo, alabanzas y bendiciones para los actores en cuanto pillan un silencio escénico oportuno.

La tercera vez que sale Julieta a escena, empiezo a mosquearme, no se oye el texto apenas, no tiene gracia en sus movimientos, su cara no expresa. Y entonces caigo: ¡Menudo par de protuberancias mamarias tiene la señorita! Decido unirme al silencio comunitario, sin tener muy claro si era de admiración o de rechazo. (Ambas cosas merecidas).

La obra prosigue, con sus luces fuera de tiempo, con cabras donde no tiene que haberlas, con Julieta tan apocada, con Romeyo tan exuberante. Y decido que no puedo ser una espectadora europea si quiero disfrutarla, si quiero aprender. Dejo atrás mis prejuicios y acabo aplaudiendo, cantando y gritando cuando los demás lo hacen.

Pero el final me produjo una seria distensión mandibular: Romeyo y Julieta se suicidan porque han pecado. Porque han follado. Y no pueden vivir con el peso del amancebamiento. Largan un largo monólogo sobre la moral, sobre el respeto que los jóvenes deben a la familia y sobre lo sagrado del matrimonio consentido por ambas familias.

Y entonces desaparece todo sentido de peso: Desaparecen los problemas raciales, culturales y de clase. Todo queda reducido al pecado. Y me cabreo. Porque una vez que me metí en el ajo cultural y me convertí en una más, empecé a disfrutar en serio. Y eso me sacó del todo, como si fuera una bofetada.

Salí cabreada. Y empecé a avasallar a preguntas a mis acompañantes, alguno de ellos universitario. No conocían a Shakespeare, el público no conoce a Shakespeare. Me expliqué la razón de la falta de fidelidad hacia el texto original. Y el tema del pecado… Bueno, es una cultura donde la Religión es lo más importante. Y donde intentan luchar contra el sida a base de matrimonios tempranos, abstinencia y fidelidad.

Entonces comprendí, que por mucho que me metiera en la cultura, disfrutara o me cabreara, no estaba en condiciones de juzgar. Decidí quedarme con lo ingenioso del planteamiento inicial, con la voz de Romeyo, con la entrega del público, y la originalidad del texto .
Y dejar de lado los juicios precipitados.
Aphrax K.

martes, 23 de noviembre de 2010

Acordes baratos

El pasado miércoles 17 de noviembre, los viajantes de la línea C-7 de Cercanías-RENFE tuvimos la suerte de asistir a un auténtico concierto de rock en directo. Dicho evento musical vino de la mano de un joven artista ambulante -Roberto Díaz- desconocido todavía para el gran público. Sin embargo, experiencia no le falta: a pesar de su juventud acumula ya más de un centenar de representaciones por la red madrileña del ferrocarril. En el caso del pasado miércoles, se trató de una serie de versiones de las míticas bandas de los ’70 como Led Zeppelin, Deep Purple o Pink Floyd.

“No hacen falta grandes medios para hacer arte; yo tan sólo necesito mi guitarra y al menos un oyente”. Estas palabras del músico han sido corroboradas por su actuación durante cada tramo del viaje, canción por trayecto, canciones que sirvieron para desahogar, entretener y hacer sonreír a los viajantes por el módico precio de una limosna. La energía, la exquisita técnica musical y la ronca y a la vez sincera voz de Roberto convirtieron por treinta minutos un simple vagón de tren en todo un escenario. El acto invita a una reflexión sobre el espacio destinado al espectáculo y a una reiterada asistencia en la próxima exhibición de este curioso artista callejero. Perdón, ferroviario.

Libros

Esta tarde he pasado delante de una tienda de libros, la más grande de Madrid, y en la puerta, en un expositor, tenían unos catálogos. Como soy bastante aficionado a coger todo lo gratuito, me he llevado uno. Lo estoy hojeando. En la primera página se puede ver un libro que te propone ser regalado a otras personas, para que estos lo lean, relean, manoseen, subrayen, presten... Regalar lectura es un éxito seguro, según dice el propio libro. Triunfarás. Y por ello te invita a descubrir las novedades editoriales para estas fiestas. Un par de páginas más allá se pueden leer los títulos de la sección Grandes Éxitos. Algunos tratan del amor; otros son los que siempre se ven en los escaparates de las librerías, y abundan los de autores premiados recientemente. Después, en la sección Literatura, se descubre alguno de misterio, muchas biografías de reinas, otros de vampiros, o algunos históricos. La mayoría parecen bastante gruesos y voluminosos, como si dijeran con voz susurrante "soy importante, por eso mido muchos centímetros más que un libro normal; tengo cientos de páginas más que ellos, así que me tienes que comprar; y como soy tan importante, llévate dos, uno para regalar, y otro para ti." Después, una nueva colección de monólogos cómicos graciosetes. Uno de ciencia para amas de casa. Además ha surgido de la cabeza de algún humorista la historia de España para "dummies", dentro de una saga que no permite cambiar esta palabra por el término "tontos", ya que, como todo el mundo sabe, leer algo o ver una película con título en inglés, es equivalente a ser el más guay. Esta Navidad se puede uno pedir el gran libro de la mitología egipcia, el gran libro de la reina Isabel II, el gran libro la madre de Juan Carlos, rey, y el gran libro de la esvástica. Por lo que se ve, sí, es cierto, son grandes estos volúmenes. Tres o cuatro sobre la crisis y cómo evadirla. Unas memorias de un señor totalmente desconocido. Voy por la página 67. Los secretos del éxito de Mario Conde, los secretos para ser más flexible, y las claves del fin del mundo en el 2012. El gran lanzamiento: una biografía de Katherine Hepburn, pero esta vez la definitiva. Al lado, otro título importante: el libro de los desnudos. Hacia el final, la cocina erótica, la cocina para gente ocupada y uno de yoga para niños tontos. Y como colofón, los secretos del póker. Para ganar. En resumen: 102 dos páginas de porquería. En formato mayoritariamente grande. Para que ocupe más. Y todo en un gran catálogo gratuito, mientras que los supermercados, por ser solidarios con el medio ambiente, te cobran la bolsa de plástico. Todo lo escrito hasta aquí es real, y ningún animal ha sufrido malos tratos en la elaboración del listado. Ya sé lo que se encuentra a la venta estas Navidades. Como soy un tipo raro, la gente (aunque ya cada vez menos), se ve obligada a regalarme algo para leer. Pero lo aviso: cuando tengo un libro de estos en la mano, no sé contenerme.

nico guau

lunes, 22 de noviembre de 2010

Snow Show. El show de Slava Polunin

Teatro Apolo Madrid hasta el 18 de octubre del 2009

Slava Polunin el payaso ruso mas internacional presenta en el teatro Apolo su espectáculo Snow Show, un espectáculo afinado que recoge una agrupación de sus mejores creaciones y que ha sido aplaudido en todo el mundo, no cabe duda de que aquí también lo será. Algún corte de este espectáculo ya se pudo ver cuando nos visitó por primera vez el Circo del Sol con su espectáculo “Alegría”, era el año 1998, por aquel entonces Slava era su payaso estrella, encarnando a “Asisyai” el payaso de la nariz roja y el mono amarillo, que se independizaría algún tiempo después, para lanzarse a la aventura del mundo de forma individual.

Sorprende en su propuesta la manipulación del tiempo, el espectáculo es lento, sorprendentemente lento, en comparación con el a veces vertiginoso ritmo al que nos tienen acostumbrados los espectáculos de clow europeo. Pero ese es uno de sus logros, ralentizar el espectáculo hasta que el más sencillo de los gags se convierte en enorme. Todo está perfectamente medido, el mínimo movimiento, la mirada, el gesto, siendo la mayor parte de las veces la música, la herramienta con la que se construye el ritmo, desde la triste melodía inicial del “Blue canari”, hasta el “Carmina Burana de Orf” durante la tormenta.

Poco a poco el público va entrando en esa particular dimensión donde viven los payasos. La luz junto a una efectiva escenografía de ágil resolución dan vida a los distintos momentos y a unos espacios escénicos sobre los que reina un visual romanticismo: la tormenta, el temporal, la nieve, el viento. Slava aúna en el escenario ingenuidad y poesía, risas y pinceladas melancolícas, el conjunto se desborda en consonancia con esos fenómenos atmosféricos que saltan de la escena hasta implicar todo el espacio teatral.

A este espectáculo en el que la palabra se ha suprimido como concepto, solo le faltaría un poco más de escenario, las paredes del Apolo resultan pequeñas, el aparato escenográfico pide más espacio, se le nota constreñido. La sensación puede deberse a que fue concebido para una pista de circo y no para las restrictivas paredes del teatro, aun así el espectáculo brilla.

Slava, payaso, 56 años, quiere devolver a su público la capacidad de sorprenderse y maravillarse mágicamente como cuando era niño, por si no lo hubiera conseguido con el discurrir de su espectáculo, todavía se reserva un último número en el que les garantizo que independientemente de cual sea su edad, volverán a ver nacer en ustedes al niño que llevan dentro.

Edepe

domingo, 21 de noviembre de 2010

Nostalgia ochentera




RENT de Jonathan Larson. Dirección escénica: Raúl Novillo. Director de coros: Jesús Gago. Directora musical: Juliet Hill. Coreografías: Leticia Moreno. Adaptaciones al castellano: Raúl Novillo. Músicos: Juliet Hill (pianista), Miquel Porcel (guitarra), Dany García (bajo), Alejandro Porras (batería).

Reparto: Mark Cohen: Jesús Gago - Roger Davis: Raúl Novillo - Mimi Marquez: Marta Ibañez - Maureen Johnson: Fátima Sayyad - Joanne Jefferson: Yanina Carchak - Tom Collins: Jorge Quesada - Angel Dummat Shunard: Alberto Frías - Benjamin Coffin III: Ángel Mauri Jr. - Madre de Mark, Ali y otros: Vivian Jimeno - Sr. Jefferson, cura y otros: Pablo Gallego - Sra. Jefferson, Pam, mendiga y otros: María José Requena - Gordon, Sr. Grey y otros: Ángel Salamanca - Steve, camarero y otros: Alejandro Murciano - Alexi Darling, madre de Roger, Sue y otros: Lucía de la Fuente Gallego - Paul y otros: David Aguirregomezcorta. Sala Valle-Inclán de la RESAD. 29.10.2010.


El texto de Rent es la consagración del joven compositor Jonathan Larson. Desgraciadamente, no llegó a ver la repercusión que este musical tuvo en Broadway (fue uno de los mayores éxitos de los noventa) y en el resto del mundo. La razón por la que Larson no llegó a disfrutar del éxito es que murió la misma noche de su estreno.

Podría decirse que Jonathan Larson habla de “su aldea” en esta obra, ya que nos relata las distintas tramas de jóvenes bohemios afincados en Nueva York (es decir, tal y como lo vivió él mismo).

La obra nos deja un sabor costumbrista del ambiente off-off del Broadway de la época: Nos encontramos desde la clásica bailarina drogadicta (interpretada en este montaje por Marta Ibáñez muy notablemente), un homosexual enfermo de sida mitificado (la interpretación de Antonio Frías tampoco tiene desperdicio), o la salida del armario (escénico) del amor lésbico. Todos estos personajes (amigos, gente estupenda, a pesar de sus taras) están muy orgullosos de ser quienes son y de tener dificultades para llegar a fin de mes. Por supuesto, los que no entran dentro de esa “vie boheme” (como dice el tema más significativo del musical), llevan traje y son gente gris.

En definitiva: Es una obra propia del cambio de década (de los ochenta a los noventa). Es tan de la época que, en el 2010, resulta desfasada.

El montaje se hace llevadero gracias a la precisión de los números musicales que, salvo ciertos gorgoritos mal avenidos y algún que otro problema con el sonido, salen bien parados. Aunque, bien es verdad que ya desde la escenografía misma (así como de los sucesivos números), podemos apreciar una copia exacta del añejo montaje de Broadway. Cabe, entonces, preguntarse ¿para qué hacer lo mismo pero con menos medios?

Quizá Raúl Novillo haya pecado de falta de modestia, pues lo encontramos dirigiendo, interpretando uno de los personajes principales y (¡oh, cielos!) traduciendo. Dicho sea de paso, la adaptación al castellano chirría por la sucesión agotadora de ripios.

Las bolsas

Ayer deposité la basura en mis manos y la bajé al cubo en varios viajes. Se me habían acabado las bolsas. Creo que eso es lo que se espera del ser humano, que seamos solidarios, que no gastemos los recursos. También podría ingeniármelas para no producir basura, o para reutilizarla o reubicarla en algún lugar de la casa. Algo parecido deben hacer en esos países en que, según las películas, te dan la compra en bolsa de papel. Eso sí que es estar concienciado con el medio ambiente. Si yo no utilizo bolsas contribuyo a la preservación del planeta. El último supermercado de los que suelo frecuentar que aún era insolidario ha cambiado de política, y ahora vende la bolsa. Ayer, como vi que no tenía dónde tirar la basura, bajé a comprar cualquier tontería al súper más cercano. Cogí zanahorias, 45 céntimos, dispuesto a comérmelas de camino a casa, y cuando llegué a la caja, vi que el súper se había hecho ecologista. Lo venía notando un par de pasillos antes, algo se respiraba en el ambiente, pero no sabía muy bien qué. Pero cuando leí la lista de precios de las bolsas de plástico, de tela, de un sólo uso, de varios, etc, no hubo duda. La más simple costaba 1 céntimo, pero es de las que se rompen, se deshacen al dar la vuelta a la esquina, y uno acaba llevando la compra bajo el brazo, sobre la cabeza, en los bolsillos... La siguiente es para 15 usos, y está en oferta: 5 céntimos. Es más razonable comprarse ésta última, pues es cinco veces más barata que la anterior y dura más; creo que después de la vez número 15, cuando sacas la compra y la metes en la nevera, se desintegra. Me lo dijo ayer la cajera. También tienen, cómo no, la de lujo: una que cuesta 60 céntimos y que es para toda la vida. Como quien tiene los ojos azules, o como quien aprende a montar en bici, que eso ya es para toda la vida. Se trata de una bolsa de plástico duro y asas de tela con el nombre del supermercado que te la ha vendido pintado con letras grandes en su superficie; una bolsa que dura, y dura, y dura, y uno la debe llevar siempre, porque ya que se hace la inversión, hay que rentabilizarla toda la vida. Uno se la puede coser en el extremo de los dedos, como prolongación de estos, y tenerla siempre ahí en caso de necesidad. También, aunque no aparecen en el listado de tarifas, en los supermercados están las de siempre, las que algunos usan, las tradicionales bolsas de basura, negras, azules, blancas, de muchos y variados precios y tamaños. Nunca las he comprado, porque había que ser ecológico desde mucho antes, y siempre utilizaba las gratuitas. Y de éstas cogía sólo las necesarias, para sacar la basura. Nunca me he llevado bolsas para coleccionarlas. Consumía responsablemente bolsas de plástico con el nombre del supermercado de turno, para hacerles publicidad hasta sacando la basura. Así de fiel soy yo. Conozco a gente que ha comenzado a comprar las de basura, porque las gratuitas escaseaban. Pero a mí me es imposible psicológicamente pagar por una bolsa. Ahora hay veces que no compro porque no llevo una. Hay veces que me quedo con hambre por no comprarla. Pero no me importa. Porque siento que estoy contribuyendo con el medio ambiente. Por eso mi propuesta para la semana que entra es sencilla: robar bolsas. A los amigos, a los que me rodean. Necesito bolsas, pero si las compro, destruyo el planeta. Colaboraré con el medio ambiente pero no con los que me rodean.   

 

nico guau

martes, 16 de noviembre de 2010

Demasiados fantasmas


Con derecho a Fantasma (Questi Fantasmi) de Eduardo de Filippo.



Traducción: Pau Miró y Enrico Ianniello. Escenografía: Paula Bosch. Iluminación: Guillem Gelabert. Vestuario: Bàrbara Glaenzel y Berta Riera. Espacio sonoro: Jordi Agut.

Producción: Centro Dramático Nacional - Grec 2010 Festival de Barcelona - La Perla 29

Intérpretes: Tony Laudadio, Pasquale Bávaro, Marta Domingo y Manel Dueso, entre otros.

Dirección: Oriol Broggi


Teatro María Guerrero (Centro Dramático Nacional), 9 – XI - 2010


El napolitano Eduardo de Filippo, uno de los más famosos comediógrafos italianos del siglo XX, descendiente de familia de cómicos, estrenó en 1946 esta obra en Nápoles el mismo año que otro gran éxito suyo llegaba a las tablas: Filomena Marturano. Precisamente gracias a la versión cinematográfica de esta última pieza se hizo mundialmente famoso. En España se estrenaron algunas de sus obras al poco de haber visto la luz en Italia. En los últimos años han llegado a Madrid dos textos de este autor, y es inevitable su comparación con la obra que nos ocupa. Se trata de la propia Filomena Marturano y de El arte de la comedia. Si al ver estos montajes se comprendía una cierta necesidad de ser repuestos, por su comicidad, por su vigencia, a pesar de sus 50 años de antigüedad, al ver Con derecho a fantasma, uno quizá piensa si no se estará forzando la máquina. Se trata de obras bien construidas donde cada hilo suelto se acaba recogiendo más tarde, donde cada puerta que se abre se acaba cerrando, donde cada detalle se redondea un poco más adelante. Obras que fueron escritas y estrenadas por el Jardiel Poncela o el Mihura italiano, pero que en cierto modo necesitan una revisión, huelen un poco a cerrado. Y además, recordando las mejores obras de estos dos autores españoles, que estrenaban por la misma época con más o menos acierto, nada tenemos que envidiar a de Filippo. Los montajes de textos revisados de éste último funcionan, como podrían funcionar las revisiones de Mihura. Las piezas del napolitano recuerdan también a las películas más italianas del recién fallecido Berlanga, y a los largometrajes españoles del italiano Marco Ferreri. Lo que viene a decir que Italia y España estaban bastante cercanas entonces. Y lo están ahora, como da muestras este montaje con 7 actores catalanes y 2 napolitanos en comunión.


El arranque es sencillo. Un hombre llega a una vivienda de 18 habitaciones dispuesto a empezar una nueva vida. Esta mansión le ha sido cedida de forma gratuita durante unos años, ya que se sospecha que por la noche pasean por ella fantasmas, a los que los vecinos y el portero afirman haber visto. Pasquale Lojacono, que así se llama el protagonista tiene un objetivo: rehabilitar la vivienda y convertirla en una casa de huéspedes. Su mujer, María, le acompaña aunque poco satisfecha con el cambio de vida. Por el salón de la casa, donde se desarrolla casi la totalidad de la obra, desfilan una serie de personajes (almas, como llama de Filippo a todo el dramatis personae) que rozan la caricatura: los mozos de la empresa de mudanzas, el miedoso portero Rafaelle, y su hermano Enzo, que del susto que se llevó años atrás en aquellas habitaciones sólo habla napolitano. En aquel momento del siglo XX, como suele suceder en cualquier posguerra, el pueblo napolitano pasaba hambre y necesidad, y ello hacía agudizar la imaginación para conseguir sustento. De eso se sirve el autor para la comicidad de las situaciones, que en este montaje funcionan elegantemente, aunque se llevan la palma los momentos con fantasma. Alfredo, el amante de María, se presenta a menudo en la casa, y va dejando dinero escondido en distintos puntos de la misma para que ambos inquilinos, María y Pasquale, sobrevivan. Este último, al encontrar la cantidad exacta justo en el momento en que hay que pagar alguna factura, cree que los buenos espíritus están colaborando con ellos para que consigan salir adelante y puedan abrir la pensión. Pero para María la situación se hace insostenible, pues no alcanza a comprender por qué su marido no quiere ver lo que realmente ocurre, mientras que Pasquale confunde a cada visitante con un fantasma, lo que provoca la risa del público. Además Rafaelle aprovecha las misteriosas apariciones y desapariciones para robar en la casa. Pero sin duda el momento más hilarante de la obra es la maravillosa escena de las almas en pena, en que Armida, mujer de Alfredo, que está enterada de todo, se presenta en la casa con sus hijos gemelos y su madre para exigir a Pasquale que les libere. Se produce una acumulación de malentendidos al nombrar Armida a las "almas en pena" y todos sus sinónimos que hace a Pasquale temblar de miedo y al público estremecerse de risa. Esto ocurre al final de segundo acto, y aún queda un tercero, que podría haber sido recortado considerablemente, pues además de aportar poco a la trama, hace que el ritmo decaiga y que lo que se ha conseguido en el público con hora y veinte de función se pierda. Pero se ha conservado íntegro.



Oriol Broggi, director del espectáculo ha optado por una metateatralidad que no ha sabido redondear. La obra es representada por actores de una compañía itinerante que reciben al público en la calle llamando a la puerta del teatro. Una vez dentro, los cómicos hablan con los espectadores mientras estos se acomodan. Además, en los entreactos o en momentos puntuales los personajes dejan de serlo para convertirse de nuevo en actores itinerantes que colocan decorado o escenografía o cantan a coro (incluso el técnico de sonido desde un palco cercano al escenario) un aria de Puccini que comienza con buena voz Pasquale. Pero como espectador uno se pregunta por qué esa interrupción en la acción.

El actor italiano Tony Laudadio, que encarna a Pasquale, aunque convincente, no puede esconder su acento ni ciertas palabras que espontáneamente brotan en su lengua natal. Además, escuchar ese acento en la famosa escena del café napolitano en el balcón, no consigue hacer olvidar ese mismo momento interpretado por el propio Eduardo de Filippo en la versión para televisión de la obra, o a la misma Sofía Loren que interpreta el monólogo en la versión cinematográfica. Marta Domingo imprime un carácter reflexivo y melancólico al personaje de María. Quizá los más brillantes son Manel Dueso (un trasunto de Walter Matthau en sus mejores comedias) que encarna a Raffaele con un marcado acento catalán, y Pilar Pla como una arrebatada y divertidísima Armida a punto del suicidio.

La función termina de la forma correcta, es decir, como marca la norma: cada oveja con su pareja. Y los fantasmas se marchan. Pero los fantasmas quedan. Y son demasiados. Queda la mentira, el engaño, la apariencia. Flotando en el salón.

nico guau

lunes, 15 de noviembre de 2010

El hijo pródigo

La última cena de Ignacio Amestoy
Intérpretes: José Maya y Bruno Lastra. Dirección: Juan Pastor. Producción: Guindalera.


Ignacio Amestoy ve representada por primera vez la obra La última cena. La sala Guindalera estrena así el primero de los textos de dramaturgos españoles que promete en un nuevo ciclo de programación después del dedicado a Brian Friel. La última cena se presenta como un ejercicio de escritura básico, con un tema complejo. Amestoy, desde su Euskadi, trata el conflicto vasco de una forma doméstica. El calor del hogar pasa a un primer plano, mientras que las diferencias políticas entre un padre y un hijo no son más que la excusa para una hora de función en la que se retoma una relación que combatirá el dolor de ambos.


Juan Pastor pone en escena el conflicto. Antagonista contra protagonista, con sus historias completas, con sus circunstancias dadas, con la necesidad de urgencia. Un código perfecto para que este director realice otra demostración de la verdad escénica. Ejecuta, una vez más, de un modo sobrio, elegante y contenido. Los alardes técnicos quizá no tengan cabida en esta propuesta, quizá haya querido prescindir de ellos para no restar importancia a la palabra. O quizá por principios.


José Maya y Bruno Lastra, padre e hijo respectivamente, están a la altura. Mientras que sí sería oportuno aplicar la palabra sobrio al trabajo de Jose Maya, no sucede lo mismo con el acento guipuzcuano de Bruno Lastra. Esta elección supone un riesgo bien resuelto para el montaje y por el actor, resaltando las diferencias entre los dos personajes, pero no deja de mostrarse como una elección que quizá también se hubiese podido solucionar de otra forma. Es importante destacar que esta característica no resta brillantez a su actuación en esta obra. La pareja funciona.


No se debe acudir a ver esta función esperando encontrar un profundo debate sobre ETA, pero el espectador sí encontrará la herida que el asunto provoca en la sociedad. Los posicionamientos se agotan cuando dejamos de tener en cuenta que es el hijo pródigo el que vuelve para encontrar el abrazo de su padre. Llega un momento en el que deja de importar lo que el hijo pródigo ha estado haciendo en su viaje. Porque finalmente ha regresado.

sábado, 13 de noviembre de 2010

Lo bueno, si breve…

Dämonen (Demonios). De Lars Noren. Dramaturgia:Bernd Stegemann Dirección: Thomas Ostermeier. Escenografía y vestuario: Nina Wetzel. Iluminación: Erich Schneider. Música: Nils Ostendorf
Vídeo: Sebastien Dupouey. Producción: Schaubühne am Lehniner Platz, Berlín. Reparto: Katarina: Brigitte Hobmeier; Frank : Lars Eidinger, Jenna: Eva Meckbach ; Tomas : Tilman Strauss. C.D.N. Teatro Valle Inclán. Duración: Dos horas, quince minutos, sin intermedio. 15-11-2010.


No se mira el reloj hasta pasada la hora y media. Thomas Ostermeier, talentoso director de la Schaubühne alemana, nos acerca en el festival “Una mirada al mundo” a la intimidad de un matrimonio “moderno”. La mirada de este director, valga la redundancia, es pretendidamente minuciosa, pues hace uso no sólo de un texto cuasi neurótico por su reiteración, sino también de una escenografía móvil para descubrirnos todos los recovecos de la infelicidad conyugal. Incluso podemos apreciar los primeros planos de los actores, gracias a una cámara indiscreta que capta momentos un tanto impúdicos (como el del personaje Frank orinando). Todo ello, con el objetivo de ser fiel a su filosofía de reformular el realismo (aunque, quizá por la minuciosidad que evoca, habría que llamarlo naturalismo). De cualquier manera, la obsesión por el detalle lo lleva a una puesta en escena armónica. Encontramos grandes actores que juegan en sintonía, es decir, Ostermeier nos recuerda a los españoles (como ya viene pasando cuando nos acercamos a lo que se hace por ahí fuera) que otra interpretación es posible; esto es, una interpretación alejada del divinismo que trabaja como un verdadero equipo, obteniendo excelentes resultados, salvo (acaso) pequeños histrionismos mal avenidos. No obstante, bien es sabido que el teatro alemán gusta de ver estos temperamentos (quizá por contraste con lo que les es de suyo) sobre la escena.


A partir de la hora y media, el mecanismo se repite (demasiados clímax, luego, el público termina acostumbrándose). Todo con el objetivo, se entiende, de constatar una estética acorde con el mensaje de la obra: relaciones burguesas estancadas en el hastío, que repiten una y otra vez los mismos errores. Un dato a destacar es la música, a cargo de Nils Ostendorf, que aparece como parte de la escenografía desde el primer momento (los vinilos están a la vista del público, adelantando así lo que vamos a escuchar): Qué moderno treintañero que se precie hoy día no tiene un vinilo de música indie con cierto tono nostálgico y decadente de “The XX”.

martes, 9 de noviembre de 2010

HADAS EN EL INCONSCIENTE. CRÍTICA DE “AULLIDOS”

De los más famosos cuentos de hadas podemos extraer contenidos cargados de sexo, violencia, abuso de poder, castigo, sadismo, violaciones y terror. En definitiva, historias edulcoradas en mundos de fantasía aparentemente inocentes. Con Aullidos, la compañía vallisoletana Teatro Corsario, realiza una propuesta en la que se nos muestra un lado más carnal y directo, difícil de encontrar en este tipo de relatos, sumergiéndose en los elementos psicoanalíticos de los cuentos.

A través de la historia de Talía, una adolescente huérfana a la que la fantasmagórica presencia de la madre, ajusticiada por la Inquisición, no abandona, y del joven Hans, enamorado de ésta, Corsario habla simbólicamente del paso de la infancia a la edad adulta y del instinto como una carrera de obstáculos cuya guía es el instinto de supervivencia. Aullidos está basado en relatos mitológicos, como Cupido y Psique, y principalmente en la trama de La bella durmiente, donde las pulsiones eróticas no se disimulan detrás de acciones ingenuas, sino que muestra abiertamente el componente sexual con matices cargados de sadismo y terror gótico. Incluida la copula-violación a la durmiente (o joven comatosa) Talía, de manos del adolescente hombre lobo, Hans, del cual queda preñada.

Con los títeres, Teatro Corsario, se adentra de manera evocadora en el erotismo, en la carnalidad, incluso en el terreno de lo escatológico, sin rozar lo ordinariez. Mediante estos interpretes de mentira; de estos muertos resucitados que son los títeres, resulta fácil introducir al público en un mundo de oscuridad y de tinieblas. A pesar de la sencillez de la historia en la que se basa Aullidos, ésta evoca una fantasía siniestra, aunque también bella, a través de sugerentes imágenes que viajan directamente al subconsciente.

En este montaje es importante destacar el diseño y realización de los muñecos, para los que se han fusionado técnicas y materiales provenientes de diferentes disciplinas. Tales son la misma estructura interna que los muñecos de bunraku, cubierta por un compuesto de látex y espuma, con los que se consiguen movimientos naturales y articulados. De la misma manera resulta impecable el trabajo de los manipuladores, que desde la oscuridad, a milímetros de los focos, realizan un trabajo cercano al virtuosismo.

Con Aullidos, la compañía vallisoletana Teatro Corsario formada en 1982, ha recibido numerosos premios, viajando por diferentes países de Europa. Algo que se ve facilitado por el hecho de que el texto es mínimo y no existen los diálogos, sino monosílabos, palabras sueltas y onomatopeyas.
Gracias a la tenacidad de sus miembros: Jesús Peña, autor y director del montaje, junto con Teresa Lázaro, Olga Mansill, y su arriesgada y valiente puesta en escena en los espectáculos de títeres, mayoritariamente para adultos, son conocidos en ámbitos internacionales.
El espectáculo permanecerá en las Naves del Matadero hasta el 16 de octubre.

MÁXIMO CRECIENTE

lunes, 8 de noviembre de 2010

La hospitalidad y la "fiesta, fiesta"

 

La semana pasada tuve durmiendo en el sofá a un tipo alemán de 22 años. Yo le llamaba "el alemán", pero realmente era inglés venido directamente desde Berlín a Barajas, y desde allí, en pocas estaciones de metro, a mi sofá, del que hizo su morada durante 12 días. Era amigo de un amigo que circunstancialmente está en Alemania estudiando, y ya que este chico tenía que pasar en Madrid unos días, mi amigo pensó que lo mejor sería dejarlo conmigo. Por supuesto le dije que no. Rotundamente. Intentó agenciarse otro sofá entre sus amistades, pero dos días antes de su llegada, me pidió otra vez el favor porque no había tenido mucho éxito en la búsqueda. No sé qué le habría contado de mí en Alemania. Lo único que me dijo fue que el alemán cocinaba estupendamente y que hablaba idiomas. "Pues qué bien", dije yo, ya que pensaba que él tendría sus propios planes y que no dependería de un servidor para llevarlos a cabo. Pero no resultó ser así. Y además sucedió que yo, al lado de un alemán-inglés mucho más joven, quedé como un hombre de las cavernas. Aunque si hubiera sido de mi edad, lo mismo hubiera ocurrido. Porque yo leo y duermo por las noches. Porque soy un aburrido. Porque yo no voy de "fiesta", como él decía. "Fiesta, fiesta", repetía de vez en cuando. No voy de "fiesta" quizá porque soy un aburrido, porque soy un ser cargadito de complejos, porque no me gusta la fiesta. ¿Eso es común entre los españoles? No, he descubierto que el extraño soy yo. Los seres que me rodean se van de "fiesta, fiesta". Salen por la noche. Toman copas aquí y allá. Bailan. Eso de lo que había oído hablar y creía tan lejano, existe, lo descubrí la semana pasada. Y como para el alemán de mi sofá no era suficiente estar tomando algo entre semana hasta las 2 de la mañana, pues el viernes quedé con otros amigos para la tan mencionada "fiesta, fiesta". Me podía haber ido antes. Pero me quedé. Porque soy un ser cargadito de complejos y además sin personalidad. Porque soy un tonto. Me quedé y vi cómo todos le hablaban y le integraban en sus conversaciones y él hacía como si lo comprendiera todo, era muy agradecido y a cualquier cosa que le decían sonreía. Esa noche visitamos 3 locales nocturnos. Después, a las 5 de la mañana, algo bastante inusual para mí (habían estado tirando de mí en los últimos dos bares para que no me fuera), el resto de amigos que aún me quedaba en esos momentos, se quería ir. Entonces, cuando todos le empezaron a dar besos de despedida, mi alemán comprendió que la fiesta había acabado y ponía cara de desacuerdo absoluto. No le entraba en la cabeza por qué los españoles, o al menos aquellos entre los que había caído (ah, mala suerte), no gustaban de la "fiesta, fiesta".  Para él era temprano. Nos quedamos los dos solos en medio de la calle. Yo le dije que me iba a dormir. Él no sabía qué hacer. Puede que tampoco quisiera quedarse solo. Le dije que la fiesta estaba por allí, y le señalé con el dedo hacia unas calles muy concurridas. Pero no se movió. Me iba, le invité a que hiciera lo que quisiera. Me siguió. Hasta el autobús. Refunfuñando. En alemán. Eran las 5 y media de la noche, estaba lloviendo, hacía frío. Él había recorrido, con sus 22 años, medio mundo haciendo autostop, y se había montado en invierno una excursioncita en bicicleta desde Berlín a Estambul. Desde Madrid iba a viajar a Buenos Aires a la aventura, para subir por la geografía americana hasta Mexico. Pero no podía irse de "fiesta, fiesta" solo. Entonces, cuando llegamos a la puerta del autobús, me gritó bastante. En alemán. Yo entendí el subtexto: la queja era sobre algo concreto, pero por debajo había algo más. Sólo dijo que se sabía cuidar bien solo. Que si era lo suficientemente adulto como para irse a Buenos Aires, entonces también podía irse de fiesta solo. Pero realmente protestaba por todos esos días monótonos que yo le había hecho pasar, de museo en museo, de teatro en teatro, de aburrimiento en aburrimiento; o hablándole español, que al fin y al cabo para eso creí que viajaba; o juntándolo con multitud de personas, cada una con sus rasgos lingüísticos, andaluces, extremeños, gallegos, vascos, madrileños, manchegos..., tratando de integrarle en varias reuniones de gente dispar que yo improvisaba cada tarde. Me echó en cara todo esto a la vez, pero sin expresarlo claramente. Le dije de nuevo que se fuera, y le señalé la dirección de la fiesta. En alemán. Me di la vuelta, esperando que cuando el autobús abriera las puertas ya no estaría allí. Y me sentí bastante mal. Pero él se quedó, sin moverse. Cuando llegamos a casa, a las 6 de la mañana, se metió en su (mi) sofá. No sé si se durmió o no, porque yo en mi cama sí me dormí. Con un gran cargo de conciencia. Por lo mal que se lo había hecho pasar al alemán. Por todos esos días en que él no había estado a gusto, y que yo sí había disfrutado. Tres días más tarde se fue. De una forma fría. No sé qué recuerdo se habrá llevado de España. Quizá, por mi culpa, piense que somos todos unos aburridos. Que no nos gusta nada la "fiesta, fiesta". Una amiga, antes de que ocurriera todo esto, me dijo que por qué los españoles éramos tan hospitalarios, que si acaso a mí en Alemania me hubieran tratado como estaba tratando yo a mi alemán.

La misma tarde que se fue, el que me lo enviaba desde Berlín me preguntó por mail que qué tal había resultado la visita. Todavía no le he respondido.

 

nico guau

martes, 2 de noviembre de 2010

Deseos de otoño

Nos pasamos la vida deseando aquello que no podemos tener, y cuando finalmente lo conseguimos, ha perdido ese regustillo que pensábamos que tendría. El coche con el que llevamos soñando años no es lo suficientemente rápido; la casa por la que tanto hemos luchado no es lo suficientemente grande; nuestros hijos no son especialmente guapos ni listos ni nada parecido; y nuestra vida, esa a la que aspirábamos, es cualquier cosa menos feliz. Lo interesante de todo este proceso es la búsqueda en sí, no la consecución de nuestros planes a largo plazo. Bueno, supongo. A día de hoy, con unos cuantos años –más de los que quisiera- a mi espalda, no me he convertido aún en uno de esos patéticos “añoradores”. Permítaseme la licencia de inventarme la dichosa palabreja, no encuentro nada que les defina mejor. Pero a lo que iba. No soy uno de esos tipos que se pasa la vida deseando cosas y casas y causas imposibles. Lo único que suelo añorar con tantas ganas que duele, es el otoño. Y es que empiezo a echarlo de menos incluso antes de que deje paso al invierno. Sí, soy un melancólico. Pero es que es ver como los árboles se quedan desnudos, tan cruelmente semejantes a un muerto, que parece que soy yo quien se fragmenta, hoja a hoja. Siento como si me mutilaran. Y no es que el invierno no me guste, nada de eso, pero prefiero el color del otoño. Por eso, mi mercancía más ansiada, aquello por lo que podría matar, es por su regreso. Un otoño frío, plagado de hojas caídas. De días nublados. De lluvia. De ventanas con vaho. De chimeneas olorosas y chocolate a la taza. Un otoño de caramelos de menta y helado de limón. Y no me pregunten por qué, pero jamás me canso de todos estos pequeños detalles. Sigo deseándolos con la misma intensidad, no importa el tiempo que pase -sí, todos los años es prácticamente el mismo-. Y vale, dirán que eso me convierte en un añorador de esos que tanto critico, pero existe una gran diferencia: jamás me cansaré de esperar que llegue. Año tras año. Y tras año. Y tras año. Y no necesito cambiar el objeto de mi deseo. Y yo que pensaba que no tenía corazón.

Apestando a miedo

Me he dado cuenta, hoy, ahora, en este preciso momento. Vivo acojonado, tengo un miedo continuo en el pecho, una sensación punzante en el esternón, un regusto a vómito al fondo de la garganta. Sí, tengo miedo. Qué cojones. Mi cabeza es un hervidero de ideas, segundo a segundo, minuto a minuto. Funciona como una lavadora. Y gira y gira y gira. Eso sí, al revés. Me dice que corra cuando debería quedarme; que desconfíe cuando debería olvidarme de lo malo que pueda pasar, y disfrutar. Disfrutar. Ja, me río del disfrute. Supongo que la gente normal sabe qué es eso, pero a mí la idea de disfrutar me trae de cabeza. Porque pienso que cuanto más disfrute más grande será la hostia. Ya se sabe, una de cal y otra de arena. Y claro, con tanto pensar y acojonarme y ponerme nervioso y no saber qué hacer, me olvido de lo más importante. Los días son cortos, las horas pocas y cosas que hacer hay demasiadas. Coño, si ni siquiera tengo tiempo de atarme los cordones de los zapatos. Al menos de manera que queden ahí, quietos, hasta que llegue la hora de deshacer su abrazo para ir a dormir o a follar o a hacerme la pedicura –nunca me gustaron mis pies-. Vivir con miedo es peor que morir, y mucho más complicado, pero a algunos no nos queda otra. Es lo que ocurre cuando no se tiene el valor suficiente para suicidarse. Que se vive así, a disgusto, y a toda prisa, y de manera inconsciente. Supongo que por eso he tardado tanto en darme cuenta del miedo que tengo. Pero ahora lo tengo claro, sí señor. Tengo tanto miedo que me he cagado en los pantalones. Por eso el descubrimiento ha sido tan repentino. Mi miedo ha llegado antes a mi nariz que a mi cerebro. Mi miedo apesta. A lo mejor es por eso que decimos que el miedo es una mierda. Yo lo he descubierto hoy, ahora, en este preciso instante. Y hoy, ahora, en este preciso instante, he decidido que no quiero vivir con miedo. Por eso pido perdón a todos los que me quieren, -si es que hay alguno- y me voy. Quizá en las Bahamas viva mejor. Eso sí, me llevo los cordones de los zapatos. Nunca se sabe si los necesitarás.